viernes, 22 de marzo de 2013

PRIMER CONTACTO CON EL BOTOX


Aunque soy defensora a ultranza de la sanidad pública y las pocas veces que he ido al médico siempre lo he hecho a través de la Seguridad Social, me mosqueaba una sospechosa mancha que había emergido en mi espalda y decidí pasarme por una consulta privada para salir de dudas cuanto antes. Me atendió un dermatólogo de unos cincuenta años, exquisito en el trato y que guardaba cierto aire con Richard Gere. Después de examinarme, me dijo que no debía preocuparme, la extraña aparición sobre mi piel se debía simplemente a las huellas del exceso de sol. Respiré aliviada, pero el doctor, con voz grave y semblante serio me dijo que tenía que comentarme otro problema que había detectado. Salió un momento de la consulta mientras yo imaginaba todo tipo de enfermedades incurables. ¿Cáncer? ¿Lepra? ¿Algún bicho exótico que me traje de mi último viaje?  Los minutos hasta que regresó fueron interminables.
Una vez se hubo sentado en su sillón, el tío me soltó que había notado que alrededor de mis ojos asomaban unos breves surcos, conocidos popularmente como líneas de expresión. Nada grave. Nada que no pudieran solventar unos chutes de botox, que por supuesto él podría administrarme después de apoquinar 400 euros por sesión. “Es completamente indoloro. "Dos veces al año y tu mirada volverá a lucir como la de una quinceañera”.  Mi estado de alucinación fue tal que no fui capaz de contestarle y decirle que estaba muy contenta con mi mirada de treintañera, y que esas arrugas eran el resultado de muchas muecas, infinidad de risas y algún llanto que no pensaba eliminar de mi cara con un pinchazo de una sustancia química paralizante. La próxima vez, volveré a la sanidad pública. Hay listas de espera, pero al menos no intentan transformarte en una vulgar Barbie.   
Publicado en Las Provincias el 22/03/2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario