viernes, 31 de mayo de 2013

LA SEPARACIÓN

Este fin de semana, después de más de cuatro años compartiendo piso, cada una dormirá bajo un techo diferente. La excitación y el vértigo que produce el inicio de una nueva etapa queda un tanto empañada por la pena derivada de la separación.  Éramos compañeras de trabajo y apenas nos conocíamos cuando, debido al desorbitado precio de los alquileres, decidimos compartir gastos. Empezamos compartiendo luz, agua, gas y terminamos compartiendo confidencias, alegrías y bajones de toda índole. Ninguna de las dos ha tenido una relación de pareja tan larga como la de nuestros años de convivencia. Muchas veces nos hemos preguntado las razones por las qué resulta tan complicado vivir con un novio si para nosotras ha sido todo tan sencillo. Quizás el secreto resida en ese punto de respeto y tolerancia que cuesta practicar de igual forma con la persona con la que duermes a diario.

La experiencia ha sido muy enriquecedora. En estos años, gracias a ella, han aumentado ampliamente mis horizontes musicales, también he aprendido que rozar el vegetarianismo no es tan malo y que verduras y ensaladas, bien cocinadas no son tan sosas. Para una carnívora crudófila como yo, es un gran paso, aunque nunca conseguirá que cambie de opinión acerca del sabor de las hamburguesas de tofu (Puaj). Se portó como nadie cuando mi padre falleció y siempre ha querido y soportado a mí perro como si fuese suyo.  Juntas hemos desembozado bañeras y agujerado paredes en nuestras breves pero intensas incursiones en el mundo del bricolaje. Pero sobre todo hemos atravesado grandes momentos, algunos de deliciosa calma y otros de oscuras tempestades. Es cierto lo que dice el anuncio, compartida la vida se disfruta más.  Espero haberle aportado algo yo también. Le deseo mucha suerte. Se la merece. 



 Publicado en Las Provincias el 31/05/2013

viernes, 24 de mayo de 2013

PEQUEÑAS MANÍAS SIN IMPORTANCIA


Por fin después de muchos años de navegar sin rumbo, mi amiga Ruth ha dejado de atraer a hombres casados, a tipos solteros pero con clara tendencia a la infidelidad y a esquizofrénicos paranoides no diagnosticados.  A ella se la ve resplandeciente con su nueva condición de novia de un chico corriente, con un buen trabajo, que la trata como a una dama y la acompaña a comer a casa de sus padres los domingos. Una noche que salimos a cenar me confesó que a pesar de su apariencia de normalidad, su pareja era un tanto maniático. Al poco de salir juntos, ella abrió su nevera y vio cinco botes de cristal alineados que guardaban en su interior una especie de papilla de color indefinido. Él le explicó que todas las noches cenaba un potito de verduras que le preparaba su madre los fines de semana. “El chico se cuida. No es nada malo. Mejor eso que una barriga cervecera” le dije.

Otro día que fue a su casa, le sorprendió haciendo una pequeña hoguera en el jardín. Pensó que al fin esa noche se saltarían la dieta blanda para hacer una barbacoa, pero en realidad lo que estaba haciendo era destruir los resguardos de la tarjeta de crédito y del banco que había almacenado en los últimos meses. “Cada dos meses, tenemos cremà” me contaba. Aunque al parecer, su manía más evidente consiste en que después de que ella se lave las manos o friegue los platos, su novio tiene que limpiar rápidamente las gotitas que se quedan alrededor de la pila o del lavabo. No puede soportar las dichosas gotitas. Le quité hierro al asunto y le recordé a mi amiga la retahíla de tarados que habían pasado por su vida. Pareció entender que a las manías solo hay que acostumbrarse. Siguen juntos y felices. Él la ama con locura y ella, aunque le costó, ya ha aprendido a lavarse las manos sin salpicar.


Puiblicado en Las Provincias el 24/05/2013

viernes, 17 de mayo de 2013

CANTAMAÑANAS


De entre todos los especímenes masculinos que perjudican gravemente la salud emocional de la apacible existencia femenina, hay uno que sobresale por su especial sigilo a la hora de arrinconar a su presa. No es difícil tomarle el pelo a una mujer cegada por las flechas de Cupido, pero tampoco hay que ser un lince para distinguir a qué clase de tío pertenece tu último ligue. El romántico, el celoso, el canalla, el mujeriego, el perfeccionista, el calzonazos, el sensible, el madurito, el misterioso… a todos ellos se les ve venir, pero existe uno cuya estrategia es tan perfecta que es casi imposible adivinar sus intenciones. Me refiero al cantamañanas.
El cantamañanas se distingue por declararte su amor eterno en la primera cita. Muchos de ellos lo hacen durante las tres primeras horas de encuentro. Es fácil que antes de la segunda copa te diga que quiere que seas la madre de sus hijos. Después de la primera noche de pasión, te llevará el almuerzo al trabajo y te recogerá a la salida. No es extraño que deje su cepillo de dientes en tu casa ese fin de semana y que antes del siguiente quiera que conozcas a sus amigos. El auténtico singermorning no rehúye los lugares públicos y te presenta como su novia a pesar de que aún no sepa cuál es tu segundo apellido. Pero el cantamañanas se alimenta de su propia fantasía y de la inocencia de sus víctimas, por lo que tarda poco en quitarse la máscara.  Pasadas un par de semanas, un día inexplicablemente deja de llamar, ya no te dice 25 veces que te quiere y te pone alguna excusa para veros. Sus promesas se evaporan en menos que canta un gallo y te das cuenta de que él es un gilipollas y tú una imbécil por creerte su pantomima. Regresa entonces a su hábitat natural, la caza de otra ilusa que se trague sus mentiras.  


Publicado en Las Provincias el 17/05/2013

viernes, 10 de mayo de 2013

SESENTA KILOS



Solo unos kilos marcan la línea que separa el infierno del paraíso. 60 para ser exactos. 60 mil gramos de cocaína pura que en el mercado negro alcanzará una cifra con la que asestar el golpe definitivo para dejar de pasear por el lado salvaje. 60 millones de miligramos que pueden suponer la salvación perpetua o la condena eterna. Un número por el que se mata o se muere. Los personajes que pueblan ‘Sesenta kilos’, la primera novela de Ramón Palomar, conocen su destino. Se han criado en las calles entre putas, borrachos, camellos y yonquis y están cansados de ver el final del cuento. Por ello no dudan en sobrepasar cualquier límite moral, legal, humano o divino para escapar de sus mugrientas vidas.
Palomar consigue acercarnos a ese mundo marginal que se rige por sus propias reglas y lo hace de una forma magistral con una historia sólida y de una intensidad abrumadora. Hasta el más pétreo de los lectores habrá tenido que parar a coger aire para enfrentarse a ciertos pasajes de la novela.  El columnista dibuja con excepcional tino una serie de personajes del lumpen más subterráneo. De entre ellos, mi favorito es el Sargento Ventura Borrás, un militar retirado “que decidió que su familia era la Legión” y cuya vida pasada y presente tiene un potente spin off, si es que en la literatura existe algo parecido. La relación que establece con Mauro destila una pureza que te reconcilia con la raza humana. También lo es el amor que se profesan Mauro y Amapola. Palomar muestra un breve destello de luz entre tanta podredumbre. Su pluma, siempre afilada y directa, ha logrado crear una de las mejores novelas negras de la actualidad. Si sigue así, tendré que reordenar mi librería y dejarle un hueco entre ilustres apellidos como Hammet, Thompson, Chandler o Ellroy.
Publicado en Las Provincias el 10/05/2013

viernes, 3 de mayo de 2013

LAS MADRES Y SUS SUPERPODERES


Ahora que la mayoría de mis amigas se han estrenado en el papel de madres, me sorprenden ciertos gestos o actitudes que antes de la crianza jamás hubiese sospechado que podrían emerger. Incluso la más insensata, la más punki o la que nunca se acostaba antes de que saliese el sol ha dejado atrás su antigua vida y se han transformado en perfectas progenitoras que saben manejar a sus retoños como si siempre hubiesen ejercido como tales. Quizá sea eso la maternidad, saber qué hacer en cada momento para que los hijos sean felices. De la misma forma en que a Peter Parker, la picadura de una araña radioactiva le convierte en Spiderman, las mujeres, en el momento que asoma su cabeza el bebé, adquieren un tipo de superpoderes inherentes a la maternidad que las hacen más poderosas que cualquier superhéroe de Marvel.

Porque las madres tienen un conocimiento extraordinario y por eso cocinan el mejor arroz del mundo y emplean una técnica secreta a la hora de hacer la cama. Están dotadas de una fuerza sobrenatural con la que soportar largas noches de insomnio ante el llanto de su criatura o cuando se hacen las seis de la mañana y los hijos no han regresado al nido.  Son adivinas, porque saben si has tenido un mal día con solo escuchar tu voz a través del teléfono. Ejercitan el don de la invisibilidad cuando sospechan que no queremos que nos atosiguen. En ocasiones rozan la santidad empleando la paciencia de Job. Sacan sus garras cuando hay que defender a la prole y hasta han desarrollado el poder de la adherencia al frotarnos la cara con su saliva para limpiarnos la mancha de chocolate. Este domingo, una gran superficie celebra su día. En lugar de regalarle otra colonia, mejor dele un abrazo sobrehumano y dígale al oído lo extraordinaria que es.   



Publciado en Las Provincias el 3/5/2013