viernes, 29 de mayo de 2015

AMIGOVIOS FOFISANOS



Observo a través de Facebook como algunos de mis amigos varones se congratulan de que este verano, por fin, van a estar de moda. Si hacemos caso a las revistas de tendencias, esos templos de sabiduría y rigor, lo que se lleva son los fofisanos. El término hace referencia a los hombres que, aunque de vez en cuando hacen algo de deporte,  no se privan de la buena vida y lucen sin demasiado complejo barriga cervecera. Al parecer el paradigma del fofisano es Leonardo DiCaprio que ha sido pillado en unas fotos gastando cuerpo con sobredosis de donuts. La expresión fue acuñada por una estudiante americana hace un par de meses y amplificada por los medios de comunicación, siempre ávidos de nuevo material que explotar. Ella hablaba de “dad bod”, cuya traducción literal sería “cuerpo de padre”, pero alguna de esas mentes ocurrentes que gustan de maltratar el idioma lo tradujo con este horrible palabro.


Otra tendencia al alza, inventar palabras compuestas. Como amigovio o papichulo, ambas aceptadas ya por la RAE. Follamigo o veroño aún no forman parte de nuestro diccionario, pero tiempo al tiempo. Ya que este verano, los señores van a poder lucir lorzas con orgullo mientras nosotras seguimos luchando contra los elementos y la báscula, déjenme decirles dos cosas. Una. Dudo que las top models que acompañan habitualmente a Leo, el ídolo de los fofisanos, se hayan fijado en él por esa curva de la felicidad y no hayan tenido en cuenta su fama y su cuenta corriente. Dos. Nos gustáis así, con vuestros excesos y vuestros defectos, no porque sea una moda, sino porque preferimos que estéis con nosotras a que os paséis las tardes entrenando para la próxima carrera y porque elegimos poder compartir un plato de bravas antes que presumir de tableta de chocolate.  

Publicado en Las Provincias el 29/05/2015

viernes, 22 de mayo de 2015

CUENTOS ELECTORALES




Por primera vez desde que puedo ejercer el derecho al voto, he cumplido la intención de leer los programas electorales de las opciones que barajo apoyar este domingo. Es un minúsculo ejercicio de reflexión que nunca había practicado hasta ahora. Porque no nos engañemos, la mayoría de nosotros votamos desde las tripas. Elegimos un partido por la misma razón por la que uno siente los colores de Valencia o del Levante. Se vota por la educación recibida en casa o precisamente por rebelarse contra la ideología paterna. Pocas veces se utiliza la razón y muchas las argumentaciones simplistas. Ni en un partido son todos corruptos, aunque algunos de sus miembros sean delincuentes, ni un cambio al otro extremo asegura que las cosas funcionarán mejor. Existe también un voto práctico. Los votas porque te dan de comer, con sueldos, subvenciones o favores, y te da igual lo mal que lo hagan o lo mucho que roben.


Los programas electorales están muy lejos de ser una garantía ante la sociedad. De hecho, pasárselos por el forro está a la orden del día. Ahora que me leído dos de ellos, puedo entender por qué estas propuestas suelen acabar en papel mojado. Demasiadas promesas vagas, demasiadas palabras como igualdad, libertad o progreso, exceso de verbos con buenas intenciones como garantizar, apoyar o promover que se quedan vacíos sin razonar el cómo. Cuentos de hadas con los que distraernos, relatos casi de ciencia ficción, pero de donde al menos se pueden extraer ciertas conclusiones que sirvan para decidir con algo de rigor sobre un voto que puede cambiar las cosas. No les voy a mentir. Son largos (84 páginas uno de ellos), tediosos y repetitivos. Tardé cuatro horas en leerlos, pero qué importa perder cuatro horas frente al destino de los próximos cuatro años. 

Publicado en Las Provincias el 22/05/2015

viernes, 15 de mayo de 2015

DOS CIUDADES



Arañando el escaso tiempo libre que te deja este precioso pero exigente trabajo a tiempo completo que es la maternidad, tras dos meses de baja, me sigue sorprendiendo el pulso tan distinto que tiene la ciudad por las mañanas. A la hora en que un gran porcentaje de población (población activa la llaman, como si el resto estuviesen parados) entra a trabajar en oficinas, escuelas, hospitales, talleres o comercios, hay otro buen número de personas que deambulan por las arterias de la ciudad con discreción, sin hacer demasiado ruido. Son esas señoras que nos facilitan la vida encargándose de la limpieza de nuestras casas, indispensables y poco reconocidas; o los jubilados que cuidan a sus nietos o que emplean ese bien tan preciado, que es el tiempo, en cualquier otra actividad; también los turistas que fotografían monumentos y beben sangría en  el centro histórico.


Por las mañanas, los parques están llenos de madres que pasean con sus carros mostrando el mundo a sus retoños y de estudiantes despreocupados que no pueden resistirse a hacer novillos con este bendito sol. Las primeras horas del día pertenecen a los repartidores que suministran lo que el resto consumiremos al salir del trabajo, a las amas de casa que conocen cada puesto del mercado, a los desempleados cargados de currículos y a los comerciales que con sus poderes de seducción tratan de cerrar una venta. En cuanto la luz empieza a declinar, la ciudad adquiere otro ritmo. Se apaga el ordenador, se cierran las persianas, se recoge a los niños y las calles empiezan a bullir de una efervescencia que se aleja de la más pausada actividad matinal. Ambos mitades se complementan. Sin la diurna, de orden, sosiego y contemplación no podría funcionar la vespertina, más agitada, más frenética, más canalla.

Publicado en Las Provincias el 15/5/2015

miércoles, 13 de mayo de 2015

LA TETA Y LA LUNA



Lo admito. Cuando alguna amiga me anunciaba que iba a ser madre y comentaba su decisión de no dar el pecho, no le hacía ningún reproche, pero en el fondo no podía evitar achacarle escasa capacidad de sacrificio y mirarla con cierto aire compasivo. Me consta que muchas mujeres piensan igual. Pero eso fue antes. Antes de convertirme en madre y llevar a la práctica la firme decisión de alimentar a mi niño con lactancia materna. Ahora entiendo que haya mujeres que elijan dar el biberón y así poder dormir de vez en cuando más de tres horas seguidas, comprendo que no quieran pasar por el estado de nervios que supone constatar que el bebé no coge peso con la consiguiente fustigación porque algo haces mal, tengo claro que haya señoras que no quieran soportar un dolor similar al de una tortura medieval en la que te introducen unas tenazas por el pezón y te lo retuercen. No es nada fácil sentirse como un surtidor de productos lácteos cuando estás tratando de adaptarte a una nueva vida.

Sin embargo, no sé qué fuerzas poderosas emergen en nuestros cuerpos y mentes al tener un niño, que pasarte las noches en vela contemplando por la ventana el ciclo lunar mientras lo amamantas no consigue cercenar tu energía y, ni los nervios pueden contigo, ni el malestar te anula, ni el sentimiento de vaca lechera que te embarga ocasionalmente, importa demasiado. Dar el pecho esclaviza y agobia, sobre todo al principio, pero el vínculo que se crea entre tú y el bebé en esta etapa es magia pura. Aun así, abomino de esas talibanas de la lactancia, que empujan a otras mujeres a una situación que no desean y que acaba por crearles sentimientos de culpa. Bastante difícil es la crianza para que nos vayan comiendo la cabeza con lo que algunas han decidido que es lo correcto.


Publicado en Las Provincias el 8/5/2015

viernes, 1 de mayo de 2015

MACONDO, COMALA, NEPAL

Fotos: Ricard Chicot

¿Qué ha sido de Dorjee, el amable guía que nos acompañó durante unos días por las faldas del Himalaya y que tanto ayudó a que comprendiésemos la forma de vida de los nepalíes? ¿Dónde estará aquel taxista que nos condujo en su destartalado vehículo a explorar las calles de la ciudad medieval de Bhaktapur y que nos habló de la armonía que reinaba entre las diferentes religiones? ¿Estará bien Tindou, aquel niño de cuatro años con el que pasamos la tarde jugando tras terminar el segundo día de trekking por el Parque Nacional de Langtang en el alojamiento que regentaba su familia? Ojalá que la catástrofe no le haya arrancado la sonora carcajada y la dulce inocencia que transmitía y que guardo grabada de aquel día de felicidad suprema en que rozamos el cielo. Pienso en ellos mientras digiero las imágenes del terremoto de Nepal, un país al que viajé hace dos veranos y que nos dejó una huella que solo dejan lugares imaginarios como Macondo o Comala.


A esa magia contribuyen las impresionantes estupas, monumentos sagrados venerados por los budistas que representan la mente iluminada de Buda. Contemplar cómo cae la noche en Bodhnath, la mayor estupa de Asia, y ver el hervidero de monjes tibetanos con sus togas granates y su cabeza afeitada dando la vuelta a la cúpula bajo los atentos ojos de Buda es un espectáculo abrumador. También las multicolores banderas de oración tibetanas que salpican caminos, calles y montañas; los templos de arquitectura newa o los deliciosos momos que comíamos cada noche. Cuesta entender que las entrañas de la tierra no respeten ni siquiera el techo del mundo de ese Nepal sepultado. Un país resquebrajado que durará en nuestros televisores y conciencias lo mismo que dura evacuar a los alpinistas y a los turistas extranjeros.












Publicado en Las Provincias el 1/05/2015