Un cepillo de dientes puede
significar muchas cosas cuando hay una relación de por medio. Ese objeto
cotidiano que previene la caries y combate la placa bacteriana se puede
convertir en el paso definitivo para que un rollo más o menos duradero pase a
llamarse oficialmente novio. Viena a verme una amiga que ha empezado a salir
con un tío que la mantiene en estado de embriaguez perpetuo desde hace meses.
Me cuenta con entusiasmo infantil que el fin de semana pasado, después de
llegar a casa de su chico, él le había dejado en el cuarto de baño un cepillo
de dientes nuevo, junto al suyo, para que dejara de preocuparse por acarrear siempre
ese utensilio, más indispensable si cabe, después de una noche de pasión donde
las huellas de alcohol y tabaco superan el umbral de lo permitido.
“Ahora ya no tengo ninguna duda
de que es algo serio”, me suelta enardecida mientras me enseña una foto que le ha
hecho a los dos cepillos con el móvil. Me pareció algo exagerado ese momento de
emoción dentífrico, sin embargo reflexionando me di cuenta de que tenía toda la
razón. Entrar en una casa ajena de alguien con el que comienzas una historia de
amor es siempre tan excitante como violento. Solemos ser las mujeres las que
pasamos siempre más tiempo en casa de ellos que viceversa. Y por si alguno no lo
había advertido, es un verdadero coñazo llevarse cada viernes la bolsa de Zara
con las braguitas y el modelito del día siguiente. Así que un gesto tan
aparentemente absurdo como que tengas allí tu cepillo, denota que el tío está
interesado no solo en que te acuestes con él, sino también en que te despiertes
a su lado. Si además insiste en que dejes tu crema hidratante en su baño,
entonces es amor verdadero.
Publicado en Las Provincias el 25/0572012