viernes, 30 de marzo de 2012

LA NUEVA

Es curiosa la diferencia entre hombres y mujeres a la hora de enfrentarse al inexorable momento en que uno se entera que nuestro ex tiene nueva pareja y que la cosa va en serio. Siempre que la relación haya acabado en buenos términos y que haya pasado un tiempo prudencial desde la ruptura (aquí la regla varía, pero al menos tienen que haber transcurrido de uno a dos años), una debe sentir alegría de que la persona con la que se compartieron proyectos, cenas, cama y peleas tenga alguien al lado. Aun así, es inevitable abrigar un ligero quemazón, consustancial a todo ser humano con un mínimo de sensibilidad. Sin embargo las mujeres albergamos esa sustancia viperina que hace que en cuanto descubramos la noticia empecemos a preguntarnos  “¿Será más guapa que yo? ¿Estará más delgada? ¿Estará más enamorado de ella? ¿Le dejará más cajones para su ropa que a mí?”. Y sin poder evitarlo nos imaginamos a un cañón de tía, diez años más joven que nosotras, forrada y que encima cae fenomenal a todos sus amigos. Afortunadamente, ese tipo de mujeres no existen.

A los hombres no les ocurre lo mismo y cuando averiguan que han sido remplazados, su actitud general es mostrar la más absoluta indiferencia hacia al sustituto. Incluso pueden llegar a convertirse en colegas. Fíjense en Bruce Willis. Si hubiera rehecho su vida con un pibón mucho más joven, probablemente Demi Moore no hubiera tenido tan buen rollo con él. Y sin embargo, al protagonista de La Jungla de Cristal se la suda que su mujer se casara con un tío bastante más atractivo y que le saca 20 años de ventaja. El día que dos mujeres que han compartido novio se hagan amigas, querrá decir solo una cosa: que el susodicho ha encontrado una tercera. 


Publicado en Las Provincias el 30/03/2012

viernes, 23 de marzo de 2012

MARGINADA DIGITAL

Las personas poco habilidosas hemos sido unas incomprendidas a lo largo de la historia de la humanidad. Durante toda mi vida he sido objeto de calificativos como torpe, manazas, atolondrada, patosa o Urkel. A mis novios les hacía gracia al principio, aunque pasados unos meses empezaba a ponerles de los nervios, mis amigas se siguen burlando cada vez que me mancho pero no se ríen tanto cuando les tiro la copa sobre su bolso y mi familia lo tiene completamente asumido. Una lo intenta. Trata de poner atención, ser cuidadosa, hacer las cosas fijándose, pero hay que reconocer nuestras debilidades. De la misma forma que el impuntual seguirá llegando tarde a todos los sitos el resto de sus días, el torpe o la patosa, no tiene nada que hacer para alcanzar la destreza que gastan el resto de congéneres.

Me doy cuenta además que mi torpeza avanza proporcionalmente al desarrollo de la tecnología. Mi último teléfono móvil, uno de esos aparatos de última generación con Internet, GPS, cámara, linterna, juegos y desde el que incluso puedes hablar, está sufriendo las consecuencias. Es el tercero que tengo en los últimos meses. Los otros dos se quedaron lisiados por el camino. Al poco tiempo de tenerlo se resbaló de mis manos y su cristal se resquebrajó en cientos de minúsculos afluentes. Aunque funcionaba a la perfección, cuatro meses después decidí cambiar la pantalla. No habían pasado tres semanas cuando el móvil decidió volver a saltar al vacío y recuperar su estado natural. No pienso volver a arreglarlo.  Echo de menos los móviles de antaño. Una vez se me cayó uno desde el segundo piso de la Facultad y no sufrió ni un rasguño.  O vuelve lo analógico o corro el peligro de convertirme en una marginada digital.


Publicado en Las Provincias el 23/03/2012 

viernes, 16 de marzo de 2012

ENTRE LA PLAYA Y EL CIELO

La familia es lo más importante. Don Vito Corleone tenía razón. El Padrino sabía además que la familia no solo la forman aquellos que llevan nuestra sangre, la familia son también todos los buenos amigos que están en los momentos importantes, los buenos y los malos.  El pasado domingo cuarenta miembros de esa familia, los ligados por parentesco y aquellos que no llevan nuestros apellidos pero solo por accidente, nos reuníamos en torno a una larga mesa en forma de ele. Mi hermano, el de verdad, y su novia repartían los tarjetones de su próxima boda entre bromas y un jolgorio importante. Si alguien nos hubiera visto por un agujerito, jamás se habría imaginado que dos horas antes esa misma familia se reunía alrededor de un almendro en flor para enterrar las cenizas de mi padre, al lado del mar, entre la playa y el cielo, cómo a él le hubiera gustado, cómo la canción de Serrat que sonó en su funeral y que tanto le representaba.

Puro carácter mediterráneo, con una alegría y un optimismo desmesurado, siempre dispuesto a apuntarse a una farra, discreto y digno, alejado de cualquier tipo de histeria o exageración, tocado con el don de hacerlo todo fácil, de no complicarle la vida a nadie, currante como pocos, el principal pilar que me enseñó que lo más importante en la vida es ser una buena persona. Él pensaba que cuando alguien moría, después no había nada. Pero se equivocaba. Mi padre se ha quedado en cada uno de nosotros, que ya nunca seremos los mismos, porque ese vacío no los llenará nada ni nadie. Dentro de unos meses, el día de la boda de mi hermano, la familia volverá a reunirse para hacer lo que él mejor sabía hacer, celebrar y disfrutar la vida.

Publicado en Las Provincias el 16/03/2012

viernes, 9 de marzo de 2012

VIEJOS VERDES

El domingo pasado disfrutaba de mi pasatiempo favorito, esto es, desayunar en una terraza  al sol en buena compañía leyendo varios periódicos,  cuando no puede evitar escuchar la conversación que mantenían los señores de al lado.  En mi defensa diré que no puse la antena, sino que el volumen de la voz e uno de ellos hacía que no solo yo, sino que las cinco o seis mesas a diez metros a la redonda también fueran partícipes de la conversación. Los tres superaban los 60 años.  Mi radar se puso en funcionamiento cuando escuché la frase “El 80% de las amigas de mi hija…”, no oí el final, pero a continuación el hombre soltó “Ya están en edad de merecer, tienen 25 o 26 años, son chiquillas pero tienen  todas unos cuerpecillos”, no hace falta resaltar el tono de concupiscencia que acompañaba a la afirmación.  ¿Merecer el qué?  Me preguntaba mientras aguantaba las ganas de vomitar.

El coloquio, o más bien monólogo, porque no escuché ninguna otra voz que rebatiera al viejo verde siguió así. “Y yo me pregunto, ¿No pueden hacer las minifaldas dos o tres dedos más largas? Cuando mi hija Ana me dice, papá, ¿qué te parece esta falda? Le digo, pues no me gusta nada. A mí me gusta verla en sus amigas y en las demás, pero no en mi hija”.  Anonadada ante tal derroche de machismo, no pude evitar girarme para verle la cara al patán y mi sorpresa aumentó al verle acompañado por una señora a la que supuse su santa esposa. Calladita, mirando hacia otro lado, como mandan los cánones del perfecto imbécil que era su marido. Creo que lo que más me enervó no fue la dosis de calentura y doble moral de que presumía el hombre, sino el resignado silencio y la humillación de su mujer.  


Publicado en Las Provincias el 09/03/2012

viernes, 2 de marzo de 2012

VUELVA USTED MAÑANA



Me cuenta un amigo norteamericano lo mucho que le costó abrir el bar del que es propietario en esta ciudad. Aterrizó en Valencia cargado con una mochila llena de ilusión que a punto estuvo de esfumarse debido a las trabas, el papeleo, las licencias y gestiones a los que tuvo que someterse. Afortunadamente se armó de paciencia y hoy en día su bar es uno de los pocos que sobreviven a la crisis. Todos hemos vivido lo farragoso que resulta hacer cualquier trámite cuando está de por medio la Administración o cualquier organismo público, desde cambiar una simple dirección hasta conseguir un certificado de lo más absurdo. Horas perdidas, contestaciones negativas, caras avinagradas y con suerte ese “Vuelva usted mañana” que el Monsieur Sans-délai de Larra tuvo que soportar durante medio año cuando su objetivo era solventar sus diligencias en quince días.
No parece que nuestro país haya cambiado mucho en los más de 170 años que han transcurrido desde que el escritor hiciese célebre la frase.  Pero hay veces que esa demora, ese pasarse la pelota de uno a otro y ese desconocimiento del siguiente paso pueden significar mucho más que un tiempo tirado a la basura. La burocracia a veces puede ser letal.  En mi caso particular, unos papeles que aprobaban el traslado de un hospital a otro pudieron evitar la muerte de mi padre. O quizás no. Eso nunca lo sabré y desde luego no culpo a nadie por ello. Muy al contrario, albergo un agradecimiento infinito hacia todas las personas que se desvivieron por acelerar unos trámites que se alargaron demasiado en el tiempo. Sin embargo, es inevitable no plantearse lo que una simple firma pudo suponer, sobre todo para un mañana, que como dijo Larra, no ha de llegar jamás. 
Publicado en Las Provincias el 02/03/2012