lunes, 6 de junio de 2011

VEGETARIANOS, VEGANOS Y ABSTEMIOS

Recuerdo los lugares que he visitado con mucha mayor intensidad por los sabores y matices de su gastronomía que por sus monumentos. De la misma forma, no me acuerdo con claridad de las manías de algún novio del pasado, pero rememoro con clarividencia el olor de aquella fideuà que me preparaba o el día en que me llevó a un restaurante donde descubrí sensaciones gustativas desconocidas hasta el momento. Puede que dentro de unos años olvide la voz de mi abuela, pero sus croquetas de pollo o su merluza al horno con ajoaceite siempre estarán asociadas en mi memoria a la felicidad. Para mí, el comer y beber bien es uno de los mayores placeres existentes en el universo y más allá, una experiencia que puede llegar a rozar el misticismo. Hay quien se emociona con una ópera o con un gol de Messi. Yo lo hago con la comida. 
 
 
Quizá por ello, y aunque intento que mi vida no esté dominada por los prejuicios, siento cierto rechazo ante los vegetarianos y demás fauna que deciden limitar su dieta a extremos que no podría compartir jamás. Me suelen provocar desconfianza. No consigo entender esa filosofía de vida, por mucho que amigos que la practican me vendan las bondades de una dieta basada en el tofu y la alfalfa. Hace poco conocí a un tío que aparentemente lo tenía todo. Era inteligente y divertido además de guapo. Quedamos a tomar algo y me confesó que era vegano y no bebía alcohol. A los 10 minutos me inventé una excusa y huí. Podría haberme enamorado de él aunque el chico hubiese sido poco agraciado, calvo y con algo de sobrepeso, pero renunciar a compartir una lubina fresca al lado del mar con una copa de buen vino blanco, ni pensarlo. Con las cosas de comer no se juega.