lunes, 27 de febrero de 2012

SOLTAR AMARRAS

Uno de los hándicap de llegar a cierta edad sin pareja es que cuando por fin encuentras a alguien interesante, él o ella suele venir cargado con un pesado lastre del que es difícil desembarazarse. Si se tiene la inmensa suerte de conocer a una persona que te haga volar y que además sobrepase los 35 sin hijos a su cargo, ni un perro que te de la lata o una gata que te odie, no hay que cantar victoria. Porque detrás de todo hombre sin cargas aparentes se suele esconder una ex despechada, un trauma mal curado con nombre de mujer o una herida abierta que sigue escociendo. Las ex mujeres, los ex novios y amantes del pasado, o los antiguos amores platónicos sobrevuelan en la propia conciencia como buitres carroñeros al acecho de un despojo de ilusión renovada. 
Las ex parejas son como la espada de Damocles que pende sobre nuestras cabezas y que en el momento más inoportuno, harán una llamada o mandarán un mensaje pidiendo auxilio y conseguirán degollar ese universo perfecto que habías forjado. Ante tal situación, las mujeres solemos despotricar contra la malvada bruja y albergar un odio infinito hacia ella, sin fijarnos en el comportamiento de la persona amada.   “Pobre Luis, ahora que lo empezaba a superar, ella vuelve a enredarle con sus historias”. Es a lo que la mayoría de mujeres se aferra sin darse cuenta que el pobrecito Luis es el que decide cómo vivir su vida. Nos convencemos de que son ellas, las ex, esas gruesas amarras que impiden al barco zarpar y descubrir nuevos mundos, pero son ellos los que se anclan a un pasado en estado terminal.  Reconozco que soltar amarras no es tarea fácil. A veces hay que deja que  pase el tiempo y las maromas se deshagan por ellas mismas. 

Publicado en Las Provincias el 24/02/2012

viernes, 17 de febrero de 2012

LA NOCHE Y LA CASPA

Como le ocurre a la mayoría de gente respetable, mis salidas nocturnas se han reducido progresivamente en los últimos años, o al menos han mutado en lo que a morfología y duración se refieren. Ya no cierro los bares como hacía antes ni le doy la bienvenida al día ataviada con rímel y tacones, sin embargo ahora exprimo más la noche y no desperdicio la mañana intentando recuperarme. En la actualidad disfruto de opíparas cenas con amigos, de sugestivas conversaciones al calor de una copa en algún garito tranquilo y muy de vez en cuando, todavía cae alguna de esas noches locas en las que el grupo de amigas al completo terminamos adueñándonos de la pista de baile.



Hace unas semanas salía de una cena multitudinaria de mi antigua empresa. Cuando prácticamente todo el mundo se hubo retirado, una amiga me rogó que la acompañara a una conocida discoteca para ver al tío con el que tontea desde hace meses. Lo que más me apetecía era meterme en la cama, sola por cierto, pero en un generoso acto de amistad, decidí acompañarla, no sin antes hacerle prometer que nos tomaríamos una sola copa y nos marcharíamos. Quizá fue la falta de entrenamiento (y de alcohol), pero la impresión que me causó la flora y la fauna noctívaga fue absolutamente desesperanzadora. Toneladas de silicona estuvieron a punto de sepultarnos a mi amiga y a mí mientras una especie de zombis con camisetas apretadas y requemados por los rayos UVA contemplaban absortos el contorneo de las que consideran semidiosas, gogós que se contorneaban al ritmo de una música que estoy segura ha sido utilizada para torturar presos en Guantánamo. ¿Soy yo que me he hecho mayor o el ambiente noctámbulo siempre fue así de casposo?

Publicado en Las Provincias el 17/02/2012

viernes, 10 de febrero de 2012

LOS PELIGROS DE LA TECNOLOGÍA


La tecnología nos hace la vida  más ligera, pero también puede amargarnos la existencia. El WhatsApp, la aplicación de moda en los teléfonos móviles con acceso a Internet, es la herramienta perfecta para mantenerte en contacto con tu gente, pero no hay que subestimarla, también se ha convertido en un arma de doble filo, especialmente para las parejas. Para los que no estén puestos en esto de las nuevas tecnologías, el WhatsApp es un servicio de mensajes instantáneos y gratuitos a través de la Red, que tienen en sus teléfonos móviles casi 1.400 millones de adeptos en todo el mundo.  

La aplicación en sí es una maravilla, es intuitiva, sencilla y crea adicción fácilmente.  A través de ella, puedes conocer las andanzas de tus amigos, aunque haga dos meses que no los ves gracias a la opción que ofrece de conversación en grupo. Solo tiene una pega. El dichoso invento le sopla a cualquier persona con la que hayas mantenido una conversación, a qué hora la usaste por última vez.  Y aquí es donde entra el factor destrozaparejas. Un amigo vino a casa el otro día a contarme que su novia le había dejado después de tres años. Abatido, me contaba que ni siquiera tuvieron una conversación cara a cara porque todo ocurrió a través del WhatsApp.  Por si fuera poco, él está seguro que ella se ha ido con otro. Como es un pelín paranoico, intenté hacerle ver que quizá se equivocaba. Pero no, había una prueba irrefutable. Ella, que todos los días se acostaba a las diez de la noche sin excepción, estuvo los últimos dos domingos hablando con alguien por el WhatsApp hasta las 3 de la madrugada. Ante eso, solo pude confirmarle sus sospechas. Sí tío, olvídala, está con otro. 





Publicado en Las Provincias el 10/02/2012



viernes, 3 de febrero de 2012

CALZONAZOS

Entre un generoso acto de amor hacia una mujer y una cobarde sumisión a la pareja, existe una finísima y difusa línea que los hombres suelen cruzar con demasiada facilidad. Me refiero al calzonazos, término de uso tan común en nuestra lengua que está aceptado por la Real Academia. Un calzonazos es un “pagafantas” evolucionado que por fin ha consigo su presa, pero lejos de disfrutar de ella, se convierte en su esclavo. Sus costumbres más habituales son el servilismo, la atención constante a su esposa y la ausencia total de enfrentamiento directo. Su frase más repetida es “Claro, cariño” y su medio natural son los centros comerciales, la casa de su suegra y las comedias almibaradas de Meg Ryan que es obligado a tragarse.




Son machos que para no enojar a su señora prefieren pasar por el aro y obedecer los designios de su princesita como dóciles cachorros. “Jaime, acompáñame a comprarme unos zapatos”. Da igual que sea sábado por la tarde y que él haya quedado con sus amigotes para ver la final de la Champions. Porque Jaime, le dará la patita y moverá la cola, solícito, a pesar de perderse tan decisivo encuentro. Conozco a muchos tíos que responden a este comportamiento. Hombres que se han casado por la iglesia a pesar de ser ateos y rozar la apostasía, otros que juraron que ninguna mujer les apartaría nunca de la noche y hoy sus salidas nocturnas se reducen al cine, y algún otro que dejó de practicar su deporte favorito porque su novia quería ver junto a él “Los Serrano”. Señores, un poco de dignidad. No se dejen dominar por las ideas muchas veces absurdas que se nos ocurren a las mujeres. Yo nunca podría estar con un calzonazos. Será la razón por la que sigo soltera.

Publicado en Las Provincias el 03/02/2012