Conozco
mucha gente que afirma que al cine no va a sufrir. Si entran a una sala, eligen
taquillazos, comedias románticas o historias blancas que ensalcen la bondad del
ser humano. Les pasa lo mismo con la literatura. Leen novelas amables,
facilonas y con final feliz que les hagan pasar un buen rato. Lo entiendo.
Ya hay demasiado drama en el mundo. A mí no me pasa. Me gusta que la historia
que me cuentan, sea en un libro o a través del celuloide, me remueva, me golpee
o me hagan pensar. No eludo la tragedia, aunque tampoco soy ninguna masoquista
de la desdicha. Hace un par de semanas, veía los últimos capítulos de la serie LosSoprano cuando su protagonista, Tony, hizo algo que me cabreó profundamente.
Algo que me esperaba, pero que no pensé que hiciese de esa forma. Consiguió que
me pasara el resto del capítulo enfadada y preguntándome cómo era capaz de
hacer algo así.
Solo
recuerdo un sentimiento similar con la última novela de Rafael Chirbes, ‘En la
orilla’, cruda y devastadora historia de los efectos de la crisis, y con la
película ‘Bailar en la oscuridad’, de Lars Von Trier, que se recrea de manera
obscena en un final desolador y brutal que me dejó en estado de shock. ¿Por qué
logró irritarme tanto la acción de Tony Soprano? De un tipo que mata a
sangre fría, roba, extorsiona y engaña sistemáticamente a su mujer no se puede
esperar mucho. Incluso en la mafia hay unos códigos. Hasta para matar hay unas
reglas. Pero el espectador llega a querer al jefe de la mafia de New Jersey.
Tiene sus cosas, sí, pero en el fondo es buena gente. Súbitamente el guionista
te devuelve a la realidad. Tony es un cabrón retorcido y la mafia, por mucho romanticismo
que le haya dado ‘El Padrino’, solo una organización de paletos asesinos sin
escrúpulos.
Publicado en Las Provincias el 10/12/2015