viernes, 31 de marzo de 2017

LA HORA DEL BOTOX



En la vida de toda mujer llega un día en el que se lo plantea. Sobre todo si, por casualidad, acaba de hojear el Hola y aparece en portada Isabel Preysler, esa mujer que, al menos sobre el papel, parece más joven que su hija Tamara. La tentación de hacerse algún retoque sobrevuela a aquellas que nos acercamos a los 40, una edad que no sé por qué, pero aterra. Hasta las que siempre apostamos por la naturalidad, las que preferimos dormir media hora más a levantarnos para secarnos el pelo, las que tenemos muchas más zapatillas que tacones y nunca nos hemos gastado más de 30 euros en una crema, lo hemos pensado alguna vez. Nuestra amiga María, argentina, 39 años y la misma cara de niña de siempre nos contaba el viernes pasado en una cena su primera experiencia con el botox. “Super recomendable, chicas. Me veía reguapa”, decía mientras ensalzaba los efectos del líquido paralizante.

El resto de amigas la observábamos detenidamente tratando de encontrar en su rostro las razones que nos impulsen a llamar a la clínica o a desterrar la idea. De momento, el miedo a terminar como una muñeca de porcelana a lo Nicole Kidman se impone al deseo de detener el tiempo en nuestras caras. Ese temor a parecer un fantoche es el principal motivo que nos aleja a muchas del reclamo de la toxina botulínica, pero luego empiezas a pensar y hay muchos más. Los viajes, los libros, una cena en un gran restaurante con tu chico, los hijos, las series que todavía tienes pendientes, el deporte, las excursiones por la montaña, ese grupo de música que vas a ver este verano… Al final hay que elegir y prefieres invertir tu tiempo y tu dinero en cosas que en lugar de borrar el paso del tiempo, lo fijen y en vez de disimular las líneas de expresión, las acentúen. Las de alegría, claro.

Publicado en Las Provincias el 31/3/2017



viernes, 24 de marzo de 2017

POESÍA ERES TÚ



Pienso en la poesía como en un antiguo novio del que estuve enamorada hace dos mil años, pero del que apenas recuerdo ya nada. La poesía apareció pronto en mi vida en forma de unos versos de Lorca que mi abuela Lola me enseñó de bien pequeña. “El lagarto está llorando, la lagarta está llorando…”. Después de eso, mi abuela, que había depositado demasiada fe en el interés poético de su nieta, me regaló varios libros que apenas abrí. Leer más.  


miércoles, 15 de marzo de 2017

OCUPAR LA CALLE

Foto: fallas.com

Me decía un amigo que profesa odio visceral a las fallas que en ninguna ciudad de España pasa lo que aquí estos días, la ciudad “se abre de piernas”, me dijo gráficamente, indignado porque desde hacía un par de semanas tenía dificultad para sacar el coche del garaje y acceder a su vivienda. Entiendo su cabreo, y sin embargo, es esa apropiación de la calle y los espacios públicos lo que a mí más me gusta de las Fallas. Supongo que porque no me toca sufrirlo de cerca. Los monumentos falleros han sido relegados casi al último puesto en lo que a ocupación del espacio se refiere. Las carpas, las zonas de fuegos, las casetas de churros, los mercadillos en torno a las zonas de más afluencia y los diferentes pasacalles se hacen dueños efímeros del entramado urbano. Leer más. 

viernes, 10 de marzo de 2017

SALVAJEMENTE LIBRE



Si tuviera una niña en lugar de un niño, la animaría a jugar con pelotas y coches, a subirse a los árboles y a mancharse el vestido de barro. Si en lugar del cromosoma Y, el azar hubiese elegido el X, su habitación seguiría siendo gris y blanca, le leería los mismos cuentos de orugas y astronautas y no le obligaría a comer lo que no quisiera. Si tuviera una hija en lugar de un hijo, habría muchas cosas en mi manera de educarla que no cambiaría respecto a lo que ahora hago con un niño. Pero desde luego, habría otras que sí. Me esforzaría en enseñarle, además de a ser buena persona, a ser fuerte y valiente, adjetivos que han estado reservados a nuestros compañeros varones. Pero por encima de todo, trataría de que fuese una persona independiente. Intentaría hacerle comprender la importancia de valerse por sí misma. Le mostraría que es la única forma de llegar a ser salvajemente libre.


En el plano económico, para que pudiese elegir, en el intelectual para que se formase sus propias opiniones y en el emocional para que no se pasase la vida buscando a esa otra parte sin la que, como nos vendieron, no podías sentirte plena. Le enseñaría a aceptar responsabilidades. Sin ellas, las mujeres no lograremos avanzar.  A defender sus ideas y a no aguantar injusticias. Incidiría en que deben resbalarle las críticas si decide llevar una vida alejada de lo que se espera de ella. Le diría cada 8 de marzo que se atreva a reivindicar más medidas contra la discriminación porque aunque crea que tiene los mismos privilegios que sus amigos, se irá dando cuenta con el paso de los años que no es así.  Si en lugar de un niño, tuviera una niña, procuraría enseñarle todo esto, pero como tengo un niño y lo va a tener más fácil, me centraré en repetirle que todos, hombres y mujeres somos iguales. 

Publicado en Las Provincias el 10/03/17

viernes, 3 de marzo de 2017

CHICAS FÁCILES



Me gustan las chicas fáciles. Las mujeres que tratan de hacer simple lo cotidiano, las que contestan con una sonrisa y están siempre dispuestas a ayudarte aunque tu problema ni siquiera les roce. Esas chicas que se preocupan por las cosas que de verdad importan, las que no ven fantasmas a cada paso, aquellas que relativizan, las que pasan de gilipolleces. Mujeres que saben que a veces es mejor no decir lo que piensan porque la sinceridad muchas veces hiere. Son personas que se adaptan. Seguir leyendo.