viernes, 27 de diciembre de 2013

RELEVO GENERACIONAL

Observo por vez primera entre mis allegados la tendencia generalizada de dar el relevo generacional en lo que a la celebración de comidas y cenas navideñas se refiere. Ese salto de padres a hijos solo comprende, por ahora, el emplazamiento. Tú pones la casa, tu madre la logística y el resto se encarga de la comida, no sea que nos quedemos sin cenar. La fisionomía de la mesa en casa de un treintañero mileurista difiere de aquellas mesas tan sofisticadas que se preparan en casa de nuestros queridos ancestros. Para empezar, solo tenemos una vajilla, la de diario, comprada en los chinos, que con suerte llega a las ocho piezas, así que si la familia excede ese número, se opta por comprar platos de plástico, pero plástico del bueno, que a una no le llega para vajilla de porcelana, pero aún le queda algo de estilo. Por supuesto, no tenemos copas talladas de cristal fino para el cava, ni palas de pescado y mucho menos pinzas para el marisco. Esos utensilios son cosa del pasado.




El mantel y las servilletas de tela son para nosotros otro anacronismo. No olviden que somos la generación de usar y tirar. Las copas que utilizamos para el vino suelen llevar grabadas la marca de algún ron y las fuentes para la comida las hemos ido recolectando de las cenas en casa con amigos, por lo que no hay una igual. Con lo que no cuentan nuestros padres es con la experiencia que tenemos en montar botellones en las situaciones más adversas, muchas veces sin vasos y sin hielos, por lo que sabemos apañarnos con lo que haya.  Me dicen mi familia que he pasado la prueba y que el año que viene podré preparar el aperitivo. Para mí, el balance es positivo, acabo el año con nueve tuppers de carrillada y caldo de cocido además de cinco botellas de vino. El próximo año, fijo que repito.

Publicado en Las Provincias el 27/12/2013

viernes, 20 de diciembre de 2013

CHARANGA Y PANDERETA


Me da igual no pertenecer a una superpotencia ni formar parte del G-8. Prefiero la alegría que nos caracteriza a la seriedad existencial que profesan en otras latitudes. Me gusta vivir en un país en el que se duerme poco y se trasnocha mucho, donde siempre hay un bar abierto para tomarse la última y alguien dispuesto a acompañarte. Me quedo con la cercanía que nos identifica antes que con la sobria frialdad de otras nacionalidades. Sin embargo, cuando veo ese optimismo impostado tipo happy flower que destila el anuncio de una empresa de chorizos al ritmo de la versión castiza de ‘My way’ apelando a lo más básico y emocional de nuestra idiosincrasia, no puedo evitar que me invada un sentimiento de irritación. Quizás todas esas cosas de las que habla el spot nos han llevado hasta donde estamos, a esa España de charanga y pandereta, que decía Machado.


Yo quiero vivir un país donde no baste la palabra de un policía para multarme cuando me manifieste porque unos señores están cercenando mis derechos. Quiero pasear por la calle con la tranquilidad de saber que ningún vigilante podrá cachearme y detenerme porque le parezco sospechosa. No tolero que ninguna ley se inmiscuya en la decisión de una mujer a decidir sobre su embarazo. Deseo una patria libre de amiguismos y clientelismos, donde los  responsables de jugar con nuestros ahorros devuelvan lo que robaron y paguen su pena; en la que los políticos recuperen la cordura, renuncien a los beneficios de los que no son merecedores solo por tener un escaño y donde los casos de corrupción no abran a diario los informativos. Y desde luego, no quiero vivir en una España en la que una familia entera se muera por comer alimentos de la basura. Solo entonces volveré a sentirme orgullosa de haber nacido aquí.



Publicado en Las Provincias el 20/12/2013




viernes, 13 de diciembre de 2013

PARAÍSOS CERCANOS


Todavía quedan en la Comunidad Valenciana unos pocos paraísos semivírgenes que han logrado escapar a la voracidad del ladrillo, a los inhumanos PAI y a los atroces planes urbanísticos que durante una temporada aprobaba como churros la Generalitat favoreciendo a ciertas constructoras. A uno de esos edenes me retiro cada vez que necesito desintoxicarme de la civilización. Es un lugar, cuyo nombre omitiré por si acecha el monstruo del urbanismo salvaje, rodeado de olivos, almendros y algarrobos y cuyo horizonte está perfilado por el mar. Un refugio en el que la oscuridad no está contaminada por la luz de ninguna farola, donde cuesta encontrar wifi en invierno y cuyos vecinos se saludan al cruzarse en el camino. Ubicado a los pies de una Sierra poblada de pinos y coronado por una diminuta ermita, allí también se ha construido en exceso, pero al menos su fisionomía no ha sido devastada al estilo Marina D’or. La crisis ha podido detenerlo a tiempo.




Comprenderán que para preservar esa pureza, acojo con recelo una noticia que recogía lasemana pasada LAS PROVINCIAS donde se anunciaba que un conocido interiorista valenciano, enamorado desde hace años de este poblado marinero, va a colaborar desinteresadamente con el Ayuntamiento de la localidad con el objetivo de fomentar el turismo. No dudo de sus buenas intenciones, pero tras ver las tropelías cometidas en nombre del desarrollo en otros puntos de nuestra geografía, quizás no sea lo más acertado tratar de atraer a los turistas, ese espécimen que durante quince días ocupa un territorio, arrasa con todo y si te he visto, no me acuerdo. Espero que la campaña de promoción fracase. Si no, en cuatro días nos han construido un rascacielos. Desgraciadamente, el campo de golf hace ya tiempo que está aprobado. 



Publicado en Las Provincias el 123/12/13

viernes, 6 de diciembre de 2013

AROMA A SALITRE

Vivir entre dos ciudades acaba siendo agotador. Hacerse la maleta cada jueves, estar pendiente de la meteorología, acordarse de mirar el precio del AVE a dos meses vista y olvidarse las gafas de sol o el cepillo de dientes en uno de los destinos acaba por quitarte la poca energía del final de la semana. Sin embargo, cambiar de escenario también es estimulante e incluso saludable. Cuando piensas que esta ciudad está muerta a todos los niveles, lo único que puedes hacer es poner tierra de por medio. El aire helado y seco de Madrid te recibe con una bofetada y hace que recuerdes que la humedad del Mediterráneo, aunque te cale los huesos, no es tan ingrata.

La capital del reino, con todo su caos, sus sirenas, sus enjambres de turistas y su tráfico, sus manifestaciones y sus huelgas de basura, ofrece al visitante un soplo de aire fresco. Madrid es poder elegir entre lo más castizo de su cocina y la multiculturalidad de la gastronomía de los países más remotos, descubrir garitos con ambientes y estéticas variopintos, decidir en qué sala de cine pasarás la tarde, dudar ante la oferta de exposiciones que te brindan, seleccionar la obra de teatro que te han recomendado, tomar las mejores cañas del país sin horario fijo. También refugiarte en el Prado cuando necesitas alejarte del ruido. Madrid te reconcilia con Valencia. Cuando contemplas la puesta de sol desde el Templo de Debod, rememoras las tardes de poniente en La Albufera, añoras los 26 grados del mes de noviembre, te acuerdas de los bares que ofrecen buena música, evocas esas paellas a leña en peligro de extinción. Recuerdas lo bueno que es respirar en el antiguo cauce del río. Y sobre todo, echas de menos el mar y su aroma a salitre.  Y te das cuenta de que a tu ciudad aún le quedan muchas posibilidades.



Publicado en Las Provincias el 6/12/2013


viernes, 29 de noviembre de 2013

MADRES O PIRATAS


El mundo se divide entre hombres y mujeres y no de forma equitativa precisamente. A pesar de lo que hemos avanzado en cuestión de igualdad, continúa existiendo una literatura femenina y otra masculina, films almibarados con final feliz para ellas y pelis de mamporros para ellos, deportes para señoritas y para machotes, cupcakes para damas y artilugios de bricolaje para varones. Dado que esto es así, hay otro asunto que también debería estar perfectamente delimitado por sexos. Me refiero a los cuartos de baños de los locales públicos. Al clásico cartelito de Ladies y Gentlemen le han sustituido otras moderneces menos obvias que hacen que te quedes con cara de boba frente a la puerta de un aseo intentando descifrar si ese cuadro cubista indica que es ahí donde tienes que hacer pis.




La semana pasada cenaba con unas amigas en un restaurante. A la hora de entrar en el aseo coincidí con una señora que como yo trataba de averiguar si entraba en la puerta correcta. Lo comprobé cotejando ambos accesos. En el de los tíos, uno de esos clics con los que jugábamos de pequeños lo dejaba claro, un pirata con barba, blandiendo el sable y luciendo orgulloso sombrero de calavera. En el de las tías, un clic chica con pinta de mojigata y camiseta en la que se leían las letras FIT (estar en forma en inglés), acompañada por un carrito con un clic bebé. No había duda de a cuál me tocaba entrar y lo hice con una pelín de rabia y de envidia. No sé ustedes, pero yo desde luego prefiero acabar con la bodega de ron a preparar papillas, cantar con mis camaradas antes que tararear nanas, asaltar navíos enemigos antes que moldear mi cuerpo para estar buena y navegar a toda vela antes que ir al parque de bolas. Frente a los cumpleaños infantiles, elijo la patente de corso. Obvio. 
Publicado en Las Provincias el 29/11/2013

viernes, 22 de noviembre de 2013

REMINGTON, 1915

Estreno mis 33 primaveras con un regalazo de mi madre, una máquina de escribir Remington de 1915 que ya ocupa un lugar destacado en el salón. Al día siguiente me visita una amiga con su hijo de 8 años y mientras les enseño orgullosa el presente, el niño me pregunta para qué sirve. Al tiempo que el pequeño aporrea las teclas, le observo de reojo entre embelesada por el sonido metálico del teclado y mosqueada por si destroza de un manotazo 98 años de historia. Intento explicarle que antiguamente era la herramienta que se utilizaba para escribir y que fue un adelanto frente a la escritura manual, pero al chaval pronto deja de interesarle y vuelve a su consola portátil no sin antes sentenciar que si tengo ordenador, no sabe para qué necesito esa antigualla.


Para los niños no existe pasado ni futuro, viven exclusivamente el presente, así que no trato de hacerle comprender que lo que encierra mi máquina de escribir va mucho más allá de la mera utilidad. Que ese amasijo de tinta y metal me sirve para imaginar innumerables historias que imprimieron sus teclas: relatos de guerras mundiales, cracks bursátiles, asesinatos de presidentes, traiciones familiares, crisis nacionales y escándalos políticos.  Mi mente también dibuja escenas en la que Miss Remington anuncia alegrías, redacta mensajes de esperanza y certifica algún que otro sueño. Ha sido el instrumento de trabajo de periodistas y corresponsales y escritores como Faulkner, Agatha Christie, Kipling, Orwell o Lovecraft utilizaron la Remington como prolongación de sus dedos y su imaginación. Imposible hacerle entender a un niño que para descifrar el hoy es importante conocer las raíces y que además, probablemente él no estaría jugando a su consola si no fuera porque antes existió mi Remington nº 11.


Publicado en Las Provincias el 22/11/2013


viernes, 15 de noviembre de 2013

CONTACTO CON TACTO

En la vida hay veces que te topas con situaciones humillantes y vergonzosas a las que  no hay más remedio que hacer frente. Para preservar su intimidad, la llamaré Azucena. Mi amiga sufre ese trastorno tan habitual padecido por muchas mujeres, que consiste en que el tránsito intestinal no funciona con la regularidad óptima. Después de 9 días con parada técnica, se fue a Urgencias. Tras la espera de rigor, las enfermeras la hicieron pasar al especialista. No era la primera vez que acudía al hospital a causa de esta afección, por lo que ya sabía las palabras exactas a las que debía recurrir para tratar el asunto con la mayor delicadeza. Al entrar el médico en la consulta, mi amiga casi se cae de la silla. Lo que tenía ante sí no era el abuelo sesentón con rictus serio que esperaba que la examinase, lo que atravesó la puerta era en sus propias palabras “el doctor más impresionantemente guapo, joven y encantador que existe en la sanidad pública y privada. Y además, argentino”.


Una vez superada la vergüenza inicial causada por el deslumbramiento del adonis, Azucena le explicó su problema. El doctor le formuló las preguntas pertinentes con ese acento porteño que tanto gusta a las mujeres y tras hacerle placas y ver los resultados, le anunció esas dos palabras que nunca deberían ir juntas en una misma frase y menos dichas por boca de un atractivo médico de 30 años con los ojos verdes más bonitos de Hispanoamérica: tacto rectal.  Mi amiga después de ponerse de todos colores de la gama cromática de Pantone, obedeció sumisa al requerimiento. Al abandonar el hospital con su dignidad por el subsuelo, les echó una mirada de odio infinito a las enfermeras de triage que, con tan poco tacto, habían sido partícipes del escarnio al dejarle en manos del apuesto 

Publicado en Las Provincias el 15/11/2013


doctor. 

viernes, 8 de noviembre de 2013

LA ERÓTICA DEL PODER

Después de consultar el catálogo en el que se anuncia “una gran selección de productos exclusivos”, mi amiga decide meter en su cesta a un hipster barbudo al que le gustan los gatos, a un rockero de ojos verdes amante de la cocina y a un poeta bohemio con rastas rubias. Ahora solo queda esperar a que los artículos “adquiridos” se pongan en contacto con ella, cosa que sucede prácticamente ipso facto y tras examinarlos vía Internet, quedar con el que más le guste. En esta web solo existe una premisa, son las mujeres las que eligen mientras los hombres permanecen pasivos y esperan ansiosos a que alguna fémina se fije en ellos y los añada al carrito de la compra. Entro en esta nueva red social de contactos para comprobar de primera mano cómo es tratar como ganado a los del sexo contrario y que ellos permanezcan tan contentos.

Al comentarlo con un compañero de trabajo, airado y ofendido por lo denigrante del asunto, me reprocha qué diríamos nosotras si la situación fuese al revés y la web ofertase damas en lugar de caballeros. No hace falta ponerse en el supuesto. Es lo que hemos sufrido las mujeres a lo largo de unos cuantos siglos. Esclavas, sirvientas, mujeres florero, señoritas sumisas,  esposas obedientes, madres entregadas e hijas dóciles que viven por y para los demás… Solo hay que asomarse a la ventana de la Historia y ver que lo de decidir lo hemos tenido vetado hasta hace cuatro días.  Que una mujer pueda entrar en un web y elegir al tío o a los tíos con los que quiere ligar es una gilipollez y ni nos va a hacer avanzar en la igualdad ni tiene ninguna intención de ultraje hacia el género masculino. Solo es adobar el cortejo con un poco de humor y quizás, por un instante, percibir esa erótica del poder que tanto parece embriagar a los hombres.  

Publicado en Las Provincias el 08/11/2013

viernes, 18 de octubre de 2013

CUANDO UN AMIGO SE VA

En un plazo de quince días, me quedo sin dos grandes amigas. Ambas se marchan para buscar, no ya un futuro mejor, sino ese presente que se les niega en este país en ruinas. Como les pasa a muchas, demasiadas, personas de mi generación, se ven forzadas a exiliarse expulsadas por esta crisis que no hace distinciones. Con este éxodo de jóvenes todos perdemos. Ellos los primeros, quedándose con la incertidumbre de qué será de sus vidas y una sensación de derrota difícil de aplacar, perdemos los que estamos a su alrededor porque hay ausencias imposibles de rellenar y pierde esta España ingrata al desperdiciar talento, ganas y esfuerzo además de un importante inversión en formación que se lleva el país que los acoja.  


Dentro de dos semanas me quedo un poco más huérfana, pues los amigos te abrigan el alma de idéntica forma que lo hace la propia familia. Los vínculos de verdadera amistad no se deterioran con los kilómetros ni las fronteras, pero el tener lejos a tu gente te hace ser un poco más gris. A partir de ahora sustituiremos esas cañas de entre semana aliñadas con conversaciones infinitas que te llenaban de energía por una fría charla a través de Skype; las confidencias que nos hacíamos a cualquier hora, se reducirán a breves frases en el Whatsapp; pasaremos los momentos de desánimo sin apoyo y cuando tengamos algo que celebrar, siempre faltarán ellas para que la alegría sea completa. Los fines de semana serán más aburridos y cogeremos las vacaciones con menos ansias. Aunque la distancia sea un problema, ningún Canal de la Mancha ni ninguna hora de diferencia hará que nos olvidemos de los que nos une. La crisis nos ha quitado el trabajo, los pisos, la ilusión y los sueños. Ahora nos expropia a la gente que queremos. ¿Qué será lo próximo?
Publicado en Las Provincias el 18/10/2013

viernes, 11 de octubre de 2013

EL MEJOR DE MIS ERRORES

Podría vivir mucho mejor sin él. Estaría más relajada evitando el estrés que me genera su dependencia.  Disfrutaría de más horas de sueño e incluso me daría el lujo de dormir la siesta entre semana. Mi casa, concretamente mi suelo y en especial mi sofá, lucirían pulcros e inmaculados, sin rastro de pelos ni restos de babas. Habría prescindido de más de una contractura cervical y tendría un poco más de dinero en el banco, aquel destinado a veterinarios, pienso y juguetes de goma. Desde luego mis vecinos me odiarían un poco menos y quizás me avisasen para las reuniones de escalera. Me habría ahorrado broncas y disgustos de personas que odian a los perros y de otros que solo aman al suyo propio. Dispondría de más tiempo para salir a correr sin que 35 kilos se interpongan entre mi paso y el asfalto. Mis chaquetas y camisas no tendrían agujeros y seguiría conservando algunos libros de mi abuela que nunca habría leído.  Sufriría menos dolores de cabeza a la hora de irme de viaje. Sería todo más sencillo.




Sin embargo, todas las veces que me arrepiento de aquel arrebato que tuve hace tres años, que confieso no son pocas, se esfuman al despertarme cada mañana y notar su respiración a los pies de la cama. Se me olvida todo cuando entro en casa y me recibe loco de alegría, hayan pasado 5 horas o diez minutos desde que me fuera.  Desaparece esa sensación de esclavitud al verle sonreír (yo no lo sabía pero los perros saben sonreír) cuando lo suelto en el parque, en la playa o en la montaña. Se me pone cara de madre orgullosa cada vez que muestro a mi gente el truco que le he enseñado en el que se hace el muerto después de que le dispare imaginariamente. Ese error en el que caí hace unos años y que me da tanta vida, ni lo enmendo ni lo cambio por nada.  


Publicado en Las Provincias el 11/10/2013

viernes, 4 de octubre de 2013

EL JARDINERO INFELIZ




La grandeza de viajar sin rumbo fijo reside en la posibilidad de tropezarte con historias extraordinarias que no vienen en ninguna guía de viajes. Hace unos meses, recorrimos durante unos días la Sierra de Gredos. Al dirigirnos hacia el Monasterio de Yuste, atravesamos un pequeño pueblo situado en la comarca de La Vera. Detuvimos el coche maravillados al contemplar que a ambos lados de la carretera, setos y árboles se convertían en un pasillo de esculturas vegetales que formaban figuras de lo más variopinto. Cabras montesas, conejos, caballos, formas geométricas imposibles, coronas, botijos… Una curiosa demostración de lo que es capaz un hombre con unas tijeras de podar y un poco de imaginación.  


 Al volver a Valencia, pregunté a un conocido que tenía familia por la zona acerca de la historia que encerraba aquel museo al aire libre. Me contó que hacía muchos años, un jardinero comenzó a moldear aquellas plantas. Nadie sabe a ciencia cierta la razón por la que el hombre comenzó ese trabajo de orfebrería vegetal, pero tal era su habilidad que la Casa Real requirió sus servicios para trabajar en los jardines de Palacio. El jardinero declinó tan suculenta oferta y siguió con su apacible vida rural. Tiempo después lo encontraron muerto dentro de su coche. El Eduardo Manostijeras cacereño se había quitado la vida.  Tampoco conoce nadie los motivos. Su labor fue continuada por sus discípulos hasta hoy.  Durante meses, estuve tentada en llamar al Ayuntamiento para confirmar la versión de la historia, pero ante el riesgo de que me diesen una explicación más prosaica y cercana a la realidad, decidí dejar de investigar y quedarme con esa frase mítica de ‘El hombre que mató a Liberty Balance’: Cuando la leyenda supera los hechos, publica la leyenda. 

Publicado en Las Provincias el 4/10/2013

viernes, 27 de septiembre de 2013

ESPLENDOR EN LA HIERBA

Después de mi lugar de trabajo y de mi casa, el tercer espacio donde paso más tiempo es el jardín que tengo cerca de mi hogar. A tres paseos diarios multiplicados por 7 días, calculo que mi perro hiperactivo y yo pasamos allí al menos unas 14 horas semanales. Llevo casi tres años disfrutando del parque y puedo constatar que, como recogía Las Provincias esta semana, los Jardines de Viveros están sufriendo un deterioro que se agrava a la par que lo hace la crisis. A las latas de cerveza y los restos de basura que algunos guarros dejan olvidadas, se une el estado del césped, cuya longitud alcanzaba mi rodilla a la vuelta de verano. Después de que los servicios de mantenimiento podasen esa jungla en la que se había convertido el suelo, me encontré que también había desaparecido uno de esos pequeños placeres por los que todavía no nos hacen pagar.



Descalzarse cuando todavía hace bueno y caminar por el césped recién cortado con ese aroma tan característico es una de esas cosas que todo el mundo debería hacer de vez en cuando.  Pero, quizá debido al ERE en el que están inmersos los jardineros, tras cortar el césped esta vez, no recogieron los restos de hierba en el suelo, con lo que la agradable sensación que te recorría tras la poda ha desaparecido, convirtiendo el terreno es una blandengue y triste manto de plantas muertas.  Como yo también he formado parte de un ERE y sé lo que es ir a trabajar sin cobrar o que te recorten el sueldo por las buenas, entiendo la indolencia de los trabajadores.  Ojalá se arregle pronto su situación para que los niños puedan corretear a gusto, las parejas de enamorados se revuelquen sin sentir asco, los abuelitos sigan tomando el sol tranquilos y los vecinos podamos volver a disfrutar de esplendor en la hierba de entonces.

Publicado el 27/09/2013 en Las Provincias 

viernes, 20 de septiembre de 2013

PRAGMATISMO FEMENINO

De entre las características propias de una gran parte de la población masculina, me sigue sorprendiendo la absoluta falta de imaginación que padecen los hombres a la hora de elegir un regalo para sus parejas. “El cumpleaños de María es dentro de nada y no sé qué regalarle. ¿Podrías acompañarme una tarde?”. Por estas fechas siempre recibo la llamada de un amigo pidiéndome que le ayude. Yo, que apenas conozco a su chica, me aventuro a aconsejarle intentado evadirme de mis propios gustos y pensando en algo que le pueda hacer ilusión.

Tras observar durante años a mis amigos y parejas, he llegado a la conclusión de que a la hora de hacer regalos existen tres tipos de hombres. El primero, aquel que va a lo fácil. No se calienta demasiado la cabeza y termina comprando un collar, una colonia o un pijama, a pesar de que su novia no lleve nunca bisutería y duerma siempre en pelotas. El segundo es aquel que se hace un regalo a sí mismo. A una compañera, su marido le regaló una preciosa Vespa. Un gran regalo, si no fuera porque ella nunca ha montado en moto y le dan miedo los vehículos de dos ruedas. También entra aquí regalar un conjunto de ropa interior tipo dominatrix, para uso y disfrute exclusivo del macho obsequiante. El tercer tipo es el detallista, el que se lo curra, el que se pasa meses preparando el regalo, algo único y especial que a veces construye con sus propias manos. Después de preguntarles a mis amigas a cuál de ellos preferían, suponiendo que elegirían a este último, optaron por un cuarto que yo no tenía clasificado: el novio de mi amiga Laura, que el día de su aniversario le llevó al centro y le dijo, “Tienes tres horas para gastarte 250 euros, yo te espero en la cafetería”. Frente al romanticismo inútil, viva el pragmatismo femenino. 


Publicado en Las Provincias el 20/09/2013



viernes, 13 de septiembre de 2013

HABLEN ENTRE USTEDES


Hagan la prueba. Un sábado o domingo cualquiera, en un restaurante o terraza cualquiera, cuenten las mesas en las que alguno de sus ocupantes no está utilizando su teléfono móvil en compañía de otros. Amigas que se comunican con monosílabos mientras consultan lo que les dice su novio por Whatsapp, hijos absortos por el Facebook sin participar de la comida familiar, parejas que apenas se miran a los ojos porque él está comprobando como ha quedado el Valencia y ella cotilleando las últimas fotos subidas a Instagram por la modelo de turno. Al fenómeno creciente que practica una gran parte de la población de ignorar al que tiene al lado mientras mira su teléfono móvil ya le han puesto nombre. Se llama Phubbing, acrónimo de phone (teléfono) y snubbing (despreciar) aunque yo prefiero llamarlo simplemente mala educación.


Ahora que ya tiene denominación oficial, por fin podemos combatirlo. Al parecer, un universitario australiano de 23 años, cansado de ver como se degradaban las relaciones personales a su alrededor, ha creado el movimiento “Stop Phubbing en el que denuncia esta desconsiderada práctica a través de ridículas fotografías y artículos e intenta ponerle freno mediante mensajes que tratan de remover conciencias y modificar el comportamiento de los alienados por el móvil. Me alegra comprobar que hace unos días se empezó a compartir masivamente en Internet una fotografía de una pizarra en una bar que decía “No tenemos wifi, hablen entre ustedes”, aunque a la hora de la verdad, yo casi prefiero una ilustración que encontré hace poco también en la Red que reza “¿Puedes meterte el móvil por el culo mientras cenamos? Gracias”. Es más contundente, aunque algo menos respetuoso. El mismo respeto que ellos demuestran cuando pasan de ti en tu cara. 
Publicado en Las Provincias el 13/09/2013

viernes, 6 de septiembre de 2013

SEPTIEMBRE

Septiembre es mi mes preferido.  Tras el ajetreo del verano, asoma septiembre para anunciar, tímido los primeros días y descarado los últimos, que al otoño le queda muy poco para instalarse entre nosotros. Septiembre huele a libros de textos nuevos y a goma de borrar recién estrenada, a los nervios del primer día en el aula y a la emoción infantil de reencontrarte con los compañeros. Septiembre hay que pasarlo cerca del mar, porque es cuando más bonito luce. Algún elemento imperceptible de la naturaleza varía y lo dota de un color plúmbeo y nostálgico, de un aroma y de una fuerza que no tiene el resto de meses. Mientras algunos maldicen septiembre por lo que supone de regreso a la rutina y a la cruda realidad, a mí me parece que septiembre es como un domingo. Puede parecer el día más aburrido de la semana o convertirse en el mejor, con sus apacibles paseos, su lectura de prensa sin prisas, su cine en versión original y su cena improvisada. Para mí el año empieza en septiembre, no en enero.


Mientras los días se acortan y las noches se estiran, puedo volver a soltar a mi perro por la playa, a envolverme entre las sábanas mientras el viento se cuela en mi dormitorio y de nuevo, puedo poner en marcha todos esos planes que se me quedaron en el tintero y que probablemente seguiré sin llevar a cabo el septiembre próximo. Imagino que no pensará lo mismo de este mes el estudiante al que le hayan denegado la beca para la Universidad, los padres que no puedan pagar el material escolar de sus hijos o el señor que siga de vacaciones forzadas. Para ellos, septiembre es solo una continuación del infierno que les acompaña desde hace varios otoños. Qué pena que también con septiembre vuelvan los políticos a la vida pública y arruinen así el mejor mes del año. 

Publicado en Las Provincias el 6/09/2013

viernes, 30 de agosto de 2013

LA CASA POR LA VENTANA


Me gusta la atmósfera que se respira en aeropuertos y estaciones de tren por el nomadismo evocador que en mí provocan estos lugares. Me encanta sentirme en perpetuo desplazamiento. Intento rehuir siempre que puedo de lo estático y lo inmóvil. Adoro el ajetreo y el tránsito, quizás consecuencia de un principio de hiperactividad no diagnosticada que tienen que sufrir los que me rodean. Por eso nunca me he amilanado ante la palabra mudanza. Al contrario, me emociona  pensar en el movimiento y el cambio. Hasta este año. En menos de ocho meses he participado en cuatro mudanzas, tres de manera activa y otra como testigo inmediato. Ninguna de ellas afectaba a mi hogar sino a la de gente cercana. Durante esos traslados, he guardado en cajas objetos de todo tipo que se van almacenando a lo largo de los años y que por alguna extraña razón nos resistimos a tirar.

Colecciones mediocres de libros y películas que daban con el periódico y que nunca llegamos a paladear, viejas cintas de VHS y de casete, ropa que se dejó alguna ex olvidada, álbumes de fotos que jamás volveremos a abrir, la cazadora pasada de moda de aquella época que nos sentaba tan bien, cachivaches inútiles que nos trajimos de un viaje por el sur de Francia… Y así vamos rellenando más y más cajas de trastos que probablemente no volvamos a ver. Algunos se pierden por el camino, otros van a parar a casa de los padres o algún trastero polvoriento.  No sé por qué les tenemos tanto apego cuando en realidad lo que realmente viste y llena una nueva casa son las personas y los recuerdos que traen consigo. Esos solo los extravían la memoria y los años. Las cosas son solo eso, cosas.  Y además pesan mucho. Al próximo que me pida ayuda para una mudanza, le tiro la casa por la ventana. Literalmente.

Publicado en Las Provincias el 30/08/2013

viernes, 23 de agosto de 2013

LOS POLLOS HERMANOS

La ropa que llevamos nos define. Evoluciona al mismo tiempo que lo hacen nuestra madurez, gustos y circunstancias. De entre todas las prendas, la camiseta es junto al vaquero quizás la pieza indispensable de cualquier vestuario. A lo largo de mi vida me he encontrado con muchas camisetas que hablaban más de las personas que las llevaban que sus propias palabras. Cuando cambié de colegio, me sorprendió ver a muchas de mis compañeras vestidas con idéntico uniforme: pantalón elástico y camiseta con dibujos de Tintín de tallas bastante inferiores a la adecuada. Como siempre me han dado un poco de grima las modas tan evidentes, en lugar de estampar al reportero en mi torso, decidí leerme sus aventuras. En esa época, algunos amigos ya llevaban camisetas de apariencia siniestra con los nombres de sus grupos de música predilectos. Quince años más tarde se han vuelto a poner de moda, pero en lugar de seguidores del Heavy metal, se las ponen blogueras influyentes y niñas pijas a juego con sus zapatos de tacón sin tener ni idea de quién fue Joey Ramone.


Hay una camiseta para cada persona. Para los amantes del deporte, la omnipresente Roja que hizo soñar en Sudáfrica o la de la estrella del básquet, para los políticamente concienciados, esas con eslóganes comprometidos como el “No a la guerra”. Para el hippy trasnochado, camisetas descoloridas rescatadas tiempo después por los gurús de la moda. Las camisetas ensalzando películas de culto, de ciencia ficción o animación son lo último entre los fans de lo singular. Yo, tras anhelarla durante tres temporadas, acabo de recibir mi camiseta de ‘Los Pollos Hermanos’, uno de los emblemas de la magnífica serie Breaking Bad y la luciré con orgullo para ver el desenlace. ¿Regresión?  Simplemente una pizca del frikismo que todos llevamos dentro.  

Publicado en Las Provincias el 23/08/2013



lunes, 19 de agosto de 2013

DAME MÁS GASOLINA

Durante las vacaciones necesitamos que todo a nuestro alrededor sea sencillo, ligero, fresco, exento de toda la carga de intensidad que soportamos el resto del año. De ahí que para disfrutar de nuestro periodo estival elijamos un libro facilón que no nos haga pensar demasiado, un atuendo básico compuesto por bañador, camiseta y chanclas que constituirán el uniforme de las próximas semanas o dedicarnos a ciertas actividades de naturaleza apasionante como jugar a las palas, a la petanca o al chamelo. También las afiladas garras de lo liviano llegan durante estos meses hasta la música. La pachanga, ese estilo musical tan nuestro, devora cualquier otro género que intente imponerse en cualquier espacio público o privado con carácter lúdico.


Fue en una de esas fiestas en las que fui consciente hace unos días cómo dentro de este género musical también existen categorías que la clasifican entre pachanga aceptable (Rafaella Carrá), pachanga hortera (El tractor amarillo) y el reggaeton. Cuando sonó la sexta canción seguida cuyo estribillo rezaba letras tan profundas como “Dame más gasolina”, “La mano arriba, cintura sola, da media vuelta, danza kuduro”, o “Mamita loca, cosita linda” y mientras intentaba imitar los ridículos movimientos que llevan aparejados este tipo de canciones, me di cuenta de que por mucho que me pese, el reggaeton ha llegado para quedarse. Eso es así. Todos los jovenzuelos de la fiesta lo bailaban con fervor mientras yo me preguntaba qué le encuentran a este tipo de música con reminiscencias tropicales y lenguaje de mara salvadoreña que nos pilla tan lejos de nuestros castizos sones. Tras el empacho de perreo de este verano, puedo afirmar sin ninguna duda que ningún Pitbull podrá desbancar nunca a los peores temas del Fary.  


Publicado en Las Provincias el 19/08/2013

viernes, 9 de agosto de 2013

VERANO CASPOSO

El verano es durante la niñez esa época deliciosa donde los días eternos y las noches infinitas permiten que los juegos se alarguen hasta la extenuación. Son los mejores meses para los chavales. Sin obligaciones ni deberes ni horarios.  Con helados, piscina y pandilla nueva. Con los años, el verano, lejos de guardar ese aroma de felicidad con que se suelen adornar los recuerdos de la infancia, se me antoja la estación más casposa y cutre del año. Mientras unos pocos exhiben su palmito con orgullo por las playas, otros tenemos que procurar disimular los excesos de los meses previos y reconocer que un año más hemos llegado tarde a la operación biquini.  Es esta también la época del sudor, de los calamares recalentados en el chiringuito y de la machacona canción del verano. Los hombres sacan del armario ese insulto a la elegancia que son los pantalones pirata y las camisetas de tirantes mientras nosotras lamentamos no haber ahorrado los suficiente para la depilación láser el pasado invierno. 




Encuentras niños chillando allá donde vayas y padres al borde del colapso por tener que convivir las 24 horas con esos pequeños monstruos.   Hay atascos en las carreteras, incendios en los montes y medusas en el mar.  Si durante el resto del año se hace difícil ver la televisión, en estos meses se hace completamente imposible. Además tenemos que soportar el posado playero de Ana Obregón y la imagen de la Duquesade Alba en biquini. Por destacar algo positivo de esta estación, al menos los políticos dejan de exhibir su caradura y demostrar su incompetencia durante unas semanas. A estas alturas, ya habrán adivinado el porqué de mi aversión al estío. Este agosto me toca trabajar. 


Publicado en Las Provincias el 09/08/2013



viernes, 2 de agosto de 2013

PISOTEAR LA MARCA ESPAÑA

Mientras la mayor parte de los españoles ha comenzado a disfrutar de sus vacaciones, yo me acabo de reincorporar al devenir de la oficina después de casi veinte días de esparcimiento en los que he recorrido una mínima parte de dos países del continente asiático. Para los que no concebimos las vacaciones sin un viaje, durante estos primeros días de aclimatación a la vorágine diaria, tu cuerpo te pide a gritos unos días de tregua para recuperarte de los presuntamente días de descanso mientras tu mente rememora las imágenes que se quedaron grabadas en la retina. 


Pero como en todo, en los viajes también hay contratiempos, molestias y fatigas. Me preguntan mis compañeros por lo peor del viaje. Pienso en la intensa contaminación de Katmandú, en la manía que tienen indios y nepalíes de escupir constantemente en la calle, en las inofensivas pero asquerosas sanguijuelas que tuvimos que quitarnos del cuerpo en varias ocasiones, en el insoportable calor y el leve frío que sufrimos… No,  esas cosas forman parte del viaje y ninguna de ellas fue tan desagradable como tener que aguantar hasta las tres y pico de las mañana a un grupo de españoles con el que coincidimos en uno de los hoteles. Unos niñatos maleducados que no respetaron que en ese país a las once la gente está durmiendo, que contaminaron la placida noche con su insufrible música de reggaeaton y que hicieron oídos sordos cuando, con amabilidad, les pedí que bajasen un poco el tono.  Una frase que le escuché a una de las imbéciles que iba con ellos resume a la perfección su actitud: “Mañana rapidito a ver el puto templo de los monos, que luego hay que irse de compras”.  Se me ocurren sitios más cercanos en nuestro país donde podrían haber seguido pisoteando la ya de por sí malograda marca España. 

Ilustración: ENEKO via www.lamanchaobrera.es
Publicado en Las Provincias el 02/08/13

domingo, 28 de julio de 2013

BOTELLAS DE NUESTROS PADRES


Hay un rincón en las casas de la mayoría de los padres que me fascina.  Me refiero al mueble bar, ese lugar donde reposan las botellas añejas que se suelen sacar únicamente cuando los invitados se resisten a irse. Una visita reciente al armario en el que se guardan las bebidas espiritosas en el apartamento de mis padres, me descubrió joyas tales como un brebaje de color blandiblú alojado en un recipiente que pretendía representar las casas colgantes de Cuenca, una botella de vodka de cuando todavía existía la Unión Soviética que solo con olerla hizo que me marease o licores de varios tipos de semillas y frutos viejunos que solo pueden ser ingeridos por padres a partir de los 50, como orejones, bellotas, madroños, grosellas o membrillo. Encontré también vinos de ciertas regiones que con dos o tres lingotazos podrían haber tumbado hasta al pirata más fiero del Mediterráneo y una botella de ron blanco con una etiqueta de los años 70, con el que imaginé mis progenitores y sus amigos brindando por la llegada de la democracia.



Emuchos hogares estas bebidas permanecen impasibles al paso del tiempo, rodeadas por las copas de cristal fino que solo se sacan en fiestas de guardar. Me pregunto por qué se le tiene tanto apego a la botella que compramos en una pequeña aldea en nuestro último viaje aquella que nos trajo el primo Enrique de su luna de miel. Ahora bien, en defensa de estas bebidas bizarras diré que suelen llenarnos de alegría, ya que cuando se acude al mueble bar de un padre significa que tú y tus acompañantes habéis acabado con las existencias de cualquier otro tipo de alcohol que no sea considerado ‘vintage’. Así que esa noche mi chico y yo terminamos tomando una copita de licor de regaliz. Sabía a rayos, pero a falta de pan…  
Publicado en Las Provincias el 26/07/2013

EL TATUAJE

Te das cuenta de que tu etapa de maduración ha alcanzado nivel maruja tirando a carcamal cuando te sorprendes dando un consejo que tú nunca hubieses aceptado. Mi prima de dieciséis años, metamorfosis de esa dulce niña a la que llevé de la mano por Terra Mítica, con la que vi algunas de las mejores películas de dibujos animados y a la que acompañé al circo varias navidades, me decía el año pasado en la playa que quería hacerse un tatuaje. Como una aún recuerda con claridad la efervescencia de la más tierna juventud, en lugar de intentar disuadirla, preferí hacerle ver que cuanto más tarde se tatuase, mayor sería la seguridad que tendría al  elegir el dibujo y el lugar de su cuerpo y por tanto, menor el arrepentimiento futuro.  “La forma de pensar que tienes a los 15 es muy diferente a la de los 30, recuerdo que le dije. Afortunadamente, pensé para mí.
Segura de que mi advertencia no tendría ninguna validez, el otro día me enteré a través de una foto en Facebook que mi prima ha cumplido su sueño y se ha hecho el tatuaje. Más grande de lo que probablemente a sus padres les parecería aceptable y en un lugar más visible de lo que se puede considerar socialmente correcto. Aun así, ha sido lista y ha elegido un hueco donde podrá esconderlo siempre que quiera. Porque aunque ella crea que nunca lo querrá ocultar, siempre llega un momento en que las cicatrices rebeldes de la adolescencia molestan. Pero hasta entonces, le animo (sin decírselo) a seguir haciendo el tonto y a equivocarse mil veces. Está comprobado que el que no hace locuras en su juventud, luego las intenta hacer en su madurez. Y eso sí que es patético. Además, con qué autoridad le voy a decir a la chiquilla yo nada. También era menor de edad cuando pasé por el estudio de tatuajes.

Publicado en Las Provincias el 19/07/2013