Hay ciertas cosas que se presuponen. Presuponemos que cuando vamos al
médico, éste podrá curarnos, que cuando una pareja se casa, lo hace para toda
la vida, también que nuestro jefe ocupa ese puesto porque sabe más que nosotros
y desde luego, presupones que cuando un hombre te tira los tejos durante una
larga temporada y finalmente te invita a cenar, es que no tiene pareja. Pero
quizás es mucho suponer. Mi amiga Blanca había salido escaldada de una historia
amorosa hace no demasiado tiempo. Después de que un compañero de trabajo le
rondara durante dos meses con mensajes cariñosos, palabras bonitas y atenciones
especiales, aparcó sus miedos y reticencias y decidió aceptar su invitación. Le
echaba para atrás que el susodicho acarreara con dos hijos, pero yo la animé
diciéndole que a ciertas edades lo extraño era no tener cargas familiares o
taras sentimentales. Esa noche, mi amiga fue a la cita con esa mezcla de
ilusión y pavor que te produce el primer encuentro a solas con alguien que te
gusta.
No habían pasado ni tres horas, cuando mi teléfono sonó. Era Blanca. Me
llamaba para contarme que ya estaba en casa y que la cosa no había resultado
como esperaba. Al poco de empezar a cenar, el tío le confesó que no
estaba separado. “Pero me gustas mucho. Esto no lo había hecho antes, pero
contigo es diferente” le espetó lacónico. Ella, que ya tiene cierta experiencia
en bregar con caraduras, le explicó amablemente que su relación no cruzaría la
línea de una bonita amistad. No hay que presuponer nada en los tiempos
que corren. También dimos por sentado que nuestro dinero estaba más seguro en
los bancos que debajo del colchón y que cuando votábamos a nuestros políticos,
estos iban a defender nuestros intereses. Y miren como nos ha ido.
Publicado en Las Provincias el 15/03/2012
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