viernes, 28 de febrero de 2014

TODOS TENEMOS UN PRECIO


Una de las múltiples bondades de dedicarse al Periodismo es que, dentro del ejercicio de la profesión, uno puede acceder a posiciones privilegiadas proscritas para el resto de mortales. Así, puedes conocer a personajes pintorescos, visitar edificios a los que jamás habrías accedido, explorar lugares inadvertidos y observar de cerca oficios a los que nunca te habrías acercado a no ser que una historia lo reclamase.  No quiero decir con ello que trabajar en un medio te abra las puertas para ver el fútbol cada fin de semana en el palco VIP ni te de línea directa con Moncloa. De los años en los que trabajé activamente como periodista solo recuerdo haber aprovechado mi condición para ver algún concierto menor y un par de obras de teatro. En todos los casos, fue la parte interesada la que me lo ofreció. Siempre me faltó morro, picardía y sutileza en esa arraigada costumbre de pedir.

Desde hace unos meses fusiono dos de mis grandes pasiones, la gastronomía y la escritura, en un modesto blog. Los lectores que me siguen, amigos y familia sobre todo, me animan a escribir y profetizan que cuando sea una firma reconocida, los restaurantes se disputarán mi presencia para invitarme a comer. En el hipotético caso de que eso sucediera, imagino el mal trago que pasaría si me invitasen a cenar en algún local en el que me horrorizase la comida. ¿Qué haría entonces? ¿Contar la verdad o maquillarla? Aceptar regalos es fácil, lo que parece más complicado es negarte a devolver el favor una vez la otra parte lo requiera. Si además, el coste del obsequio excede lo que consideramos socialmente aceptable, debe ser tarea ardua negarse. Por eso, y a pesar de que soy consciente de que todos tenemos un precio, mientras pueda permitírmelo, mi cuenta me la pago yo

Publicado en Las Provincias el 28/2/2014

martes, 25 de febrero de 2014

FIESTA CLANDESTINA EN EL NUEVA YORK DE LOS AÑOS 2O


Quien me conoce sabe que en líneas generales suelo huir de saraos, paripés y cócteles afterwork en los que los invitados acuden principalmente a dejarse ver,  a relacionarse (ahora lo llaman networking), a cotillear entre sí y sobre todo a pillar los máximos canapés posibles a costa del organizador. Como ni me prodigo en este tipo de eventos ni voy haciendo gala de ser ninguna influencer, tras tres años y medio escribiendo en este blog, con lo máximo que había intentado seducirme una marca para que hablase de ellos fue con una gran caja llena de snacks tales como papas, pipas, papadeltas y gublins, adulteradas, eso sí, con los más exóticos sabores.

Por tanto, me sorprendió que hace unas semanas contactaran conmigo para invitarme a una fiesta que tendría lugar en Valencia días más tarde. En el mail que recibí, los detalles de la velada tenían muy buena pinta: una fiesta clandestina en la que era necesario una contraseña para acceder, ambientación de los felices años 20, música en directo, cócteles y disfraces.  La excusa, celebraban la derogación de la ley seca. Sobre el papel la cosa prometía.  Pero había un pequeño problema, la fiesta la organizaba Cutty Sark, o sea whisky, bebida que siempre he aborrecido. Hasta aquella noche.

A tan solo unas horas de que la fiesta comenzara, mi amiga y yo estuvimos dudando si ir o quedarnos en casa con la mantita. Ya saben, ese maldito pecado capital llamado pereza.  Finalmente, la sacudimos de un manotazo y nos dirigimos hacia allí.

 Un local con un letrero que rezaba Funeraria McCoy nos dio la bienvenida. Al entrar, Sam, un negrazo de 1,90 tomaba medidas de un féretro junto a una gran corona de flores. Pusimos nuestro mejor acento tejano para hacernos entender y después de que nos explicara que su tío había fallecido, pronunciamos la contraseña que nos permitiría entrar en el Nueva York de los años 20.

En la entrada unas simpáticas azafatas nos ataviaron con todo lo necesario para no desentonar en ese viaje en el tiempo, un collar y una cinta en el pelo para nosotras y bombín y tirantes para ellos. Tras las fotos de rigor nos adentramos en el local donde una banda tocaba en directo y algunas parejas bailaban swing al ritmo de la música.   


Nos dirigimos a la barra donde los barman preparaban distintos cócteles. Y aquí llego la primera sorpresa de la noche. A pesar de no ser fan del whisky, ¡Qué ricos estaban! Tanto es así, que repetimos cuatro veces. Por si fuera poco, también tomamos un chupito de un whisky añejo delicioso.  ¡Bendito whisky! La banda de jazz dejó paso a un dj que puso la banda sonora a las sensuales bailarinas de burlesque que caldearon el ambiente. El resto de la velada no decayó.  Buen rollo, gente maja con ganas de divertirse y una puesta en escena en la que todo era perfecto. Solo faltaba que asomara Al Capone y los suyos por algún rincón. Será difícil igualar una fiesta así.






Y lo mejor, al día siguiente, ni pizca de resaca para ir a trabajar y una nueva bebida que añadir a mi lista de placeres nocturnos.  La próxima vez que brinde con un chupito, les aseguro que será de Cutty. 

viernes, 21 de febrero de 2014

CADA OVEJA CON SU PAREJA


Las mujeres de mi generación creemos que hemos alcanzado la liberación sexual porque vamos a reuniones tupper sex, porque hablamos de nuestras intimidades de alcoba sin tapujos y porque alguna hasta le ha montado un numerito a su marido después de leer 50 Sombras de Grey, ese bodrio seudoliterario que no era más que una absurda historia de amor camuflada de lo de siempre, el galán que seduce a la inocente muchacha, pero adobado con unos azotes y un poco de cuero negro. Hasta que te das cuenta de que en el fondo seguimos teniendo el mismo pensamiento puritano que nuestras abuelas.  Una buena amiga y yo hicimos hace poco una escapada de fin de semana a una ciudad andaluza. Tomando una copa en uno de los garitos de moda, comenzamos a hablar con un matrimonio madrileño de mediana edad cuyo aspecto no denotaba ninguna desviación de lo que se considera aceptablemente correcto.

Tras un buen rato compartiendo risas e impresiones acerca de la ciudad, nos contaron que llevaban 27 años juntos. Les preguntamos por el secreto de su éxito como pareja. Tras el segundo gin tonic, nos lo contaron. Tal y como de niños, nosotros  intercambiábamos cromos o canicas, ellos preferían participar en encuentros en los que intercambiaban a sus respectivos con otras parejas. Poniendo nuestro mejor semblante de liberales y modernas, y desplegando la curiosidad periodística que ambas llevamos en la sangre, les acribillamos a preguntas. Nos hablaron de sus inicios, de las reglas del juego y de los sentimientos que experimentan. Tanto interés pusimos que al despedirnos insistieron en que les acompañásemos a su hotel. Declinamos su oferta de forma educada y nos largamos al nuestro muertas de risa y reafirmándonos en esa sabia expresión, mejor cada oveja con su pareja. 
Publicado en Las Provincias el 21/02/2014

viernes, 14 de febrero de 2014

LA SONATINA DE RUBÉN

La princesa está triste… ¿Qué tendrá la princesa? Los suspiros se escapan de su boca de fresa”. Hace ya tiempo que no puedo recitar de memoria la Sonatina de Rubén Darío, pero durante mi infancia, los versos del poeta alimentaron mi incipiente imaginación gracias al tesón de mi abuela Lola, una mujer apasionada por la literatura y la poesía. En esas tardes en las que leíamos la historia de la lánguida princesita, yo me preguntaba el porqué de esa melancolía que la arrastraba hacia las profundidades a pesar de vivir en un palacio al lado de bufones y cisnes y ruecas de plata. Entonces no entendía que la ausencia de un caballero, por mucho que cabalgase a lomos de un caballo alado, constituía la razón de su apatía.  



Las princesas se convierten en modelo y referencia durante los albores de la niñez femenina. Nos deslumbraba su belleza, sufríamos por sus desvelos y soñábamos que éramos como ellas. Años más tarde nos daríamos cuenta de la cruda realidad, las princesas son ingenuas, presumidas y bastante idiotas por esperar que un apuesto joven las rescate del abismo. Aun así, nunca pensamos que esa ingenuidad llegara tan lejos como para firmar documentos cuyo contenido desconocían ni para mostrar una confianza ciega hacia los turbios asuntos del amado consorte. Ahora que el cuento de las princesas se desvanece, ¿a qué arquetipos se encomendarán las niñas del presente? ¿Hacia dónde se dirigirán sus delirios? Con la caída del mito, el imaginario colectivo infantil se tambalea y quizás sea para bien. Ojalá, a partir de ahora, en el ideal de mujer con que fantasean las niñas primen otras cualidades. Con un poco de suerte, la honradez, el esfuerzo y la integridad desterrarán para siempre a la dulzura y candidez de las heroínas soñadas de antaño.    


Publicado en Las Provincias el 14/02/2014

viernes, 7 de febrero de 2014

ENTRE SEMANA


Sábado, 18:25 h. Centro de Valencia. Tras esquivar a una jauría de chiquillos y a sus madres que en la tentativa de ejercer su autoridad aúllan aún más alto, logramos comprar las entradas y adentrarnos en una sala cine que roza el cartel de completo. La película comienza, pero durante los siguientes 15 minutos sigue accediendo gente al recinto. Primero buscan sitio, molestan a los que hemos sido puntuales al acceder a la butaca, se quitan el abrigo con el consiguiente ruido y se apoltronan en su asiento no sin antes dar rienda suelta a ese chisporroteo sonsonete de palomitas. Estos irrespetuosos espectadores consultan sus móviles en varias ocasiones durante la película y a alguno además, les suena.  Si tienen suerte, no tendrán que sufrir a un matrimonio que se pasa las tres horas comentando la película como si estuvieran en el salón de su casa.


Por todo ello, si ustedes son de los que les sigue removiendo el diálogo final de‘Blade Runner’, si tienen que revisitar a la familia Corleone con cierta frecuencia, si les sobrecoge el personaje de Jack Lemmon en 'El Apartamento' y creen que a Billy Wilder deberían hacerle santo, si lloraron como críos al final de ‘Una historia verdadera’ y siguen deseando que Rick e Ilsa acaben juntos, a pesar de conocer de memoria el final de ‘Casablanca’, es decir, si ustedes aman el cine, no se les ocurra acudir a él durante el fin de semana.  Cuando asomen los títulos de crédito y aunque les haya entusiasmado lo que acaban de ver, se sentirán embargados por una sensación de profundo cabreo y jurarán no compartir sala nunca más con aquellos para los que el cine es un mero pasatiempo. Si quieren ser un poco más felices, viajen fuera de temporada,  paseen por la playa en invierno y desde luego, vayan al cine entre semana. 
Publicado en Las Provincias el 7/2/2014