Crisis
es el nombre de la carpeta que mi amigo, un tipo metódico y de razonamiento
cartesiano, guarda en su ordenador. En su interior, una hoja de Excel
recoge las fechas y motivos que desencadenan broncas y desencuentro con su
pareja. Observándolo, se dio cuenta de que con una periodicidad regular había
algo que provocaba disputas un tanto absurdas en su relación. Pasaron unos
meses hasta que cayó en la cuenta de que el factor que alteraba su vida amorosa
era eso que la ciencia llama síndrome premenstrual y que a las mujeres, en
general, nos cuesta tanto admitir y reconocer. A partir de esa conclusión, mi
amigo lo añadió a su documento como una nota importante a tener en cuenta.
Según él, su método empírico, lejos de desprender tufo machista, le ayuda a
saber si el aumento de irritabilidad, el exceso de sensibilidad o directamente
la pérdida de papeles de su chica responden a ese suplicio cíclico con que la
naturaleza nos dotó a las mujeres. Si es así, dice que se muestra más
comprensivo.
El
otro día, su novia estaba utilizando su ordenador cuando, de forma casual
encontró la carpeta y por supuesto no tardó en abrirla para cotillear. Llamó a
mi amigo para que le contara de qué iba aquello y después de que este le
explicara esa personal clasificación de altercados conyugales ambos acabaron
descojonándose del asunto. Claro, no coincidió con uno de esos días de ella. Si
no, otro gallo habría cantado. Es cierto, la mayoría de nosotras somos víctimas
de nuestras hormonas. Podemos llorar amargamente viendo Mr. Bean, sentirnos como Escarlata O’Hara o atravesar
la peor crisis de nuestra existencia cada 28 días. Pero dura poco y el
tratamiento es sencillo, un poquito más de amor del habitual y un par de
tabletas de chocolate. Señores, no es para tanto.
Publicado en Las Provincias el 26/09/14