viernes, 30 de diciembre de 2016

LA VIDA QUE RECUERDAS




Toca hacer balance. Hacer el recuento de lo bueno y malo, que cantaba Mecano en la Puerta del Sol. Repasar mentalmente lo que ha sido el año para darse cuenta de lo afortunada que eres. Detenerse unos minutos en medio del ajetreo constante en el que vivimos y hacer suya esa frase de García Márquez: “La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda”. Yo de este año recuerdo los viajes, el fuego de la chimenea desde una cama inmensa en Almagro, la sensación que tuve en aquellas casitas en Mallorca de que todavía quedan rincones salvajes, las risas perpetuas de mis amigas en Formentera, los paseos por los canales de Copenhague, la puesta de sol en el puente de Brooklyn, ese restaurante de Bilbao… He visto al menos ocho series de las que me quedo con dos (Happy Valley y The night of); he descubierto a una escritora sublime, Natalia Ginzburg (gracias, Carmen) y he saboreado los maravillosos cuentos de Fernando León de Aranoa, que escribe tan bien como rueda.

Me he disfrazado de Leia; he roto un ordenador, seis veces la pantalla de mi móvil y una la de la tablet (con la inestimable ayuda de mi hijo); he celebrado un lustro al lado de mi chico, he ido mucho en bici, he estrenado el cargo de tía y he cambiado de trabajo. En la parte mala de la balanza, una persona muy importante se fue sin avisar, alguien que te hacía la vida sencilla y del que me sigo acordando mucho. Eso fue el golpe más duro. Lo otro son cosas menores, no he conseguido sacar tiempo para ir al cine ni para hacer deporte. Pero lo he invertido en ver a mis amigas (aunque siempre me parece poco) y en explorar el mundo con los ojos de mi niño. Al 2017 solo le pido que sea, por lo menos, tan extraordinario como lo ha sido este. Ojalá que también lo sea para ustedes.

Publicado en Las Provincias el 30/12/2016

miércoles, 21 de diciembre de 2016

SER LO QUE NO ERES



No hay nada más patético que intentar hacerse pasar por alguien que no eres. No me refiero a suplantar la identidad de otra persona, eso es un delito e internet está lleno de casos. Hablo de individuos que son de una determinada forma pero tratan de aparentar ser de otra. Esa impostura se huele a la legua y no tiene nada que ver con esforzarse uno mismo para mejorar tus carencias. Una vez tuve un jefe que, a pesar de desarrollar su trabajo con eficacia, a nivel de gestionar personas era un desastre. Carecía completamente de empatía, no tenía habilidades sociales ni sabía motivar y dirigir. Sus superiores lo enviaron a Madrid a hacer un curso para tratar de corregirlo. A su vuelta nos invitó a comer a todo el equipo tratando de acercarse a nosotros. Recuerdo la tirantez que acompañó aquella comida. Él intentando ser simpático, contando anécdotas personales y haciéndonos preguntas y nosotros más rígidos que la reina Letizia rellenándonos sin parar la copa de vino para ver si así el alcohol hacía más llevadera la situación.

Ese encuentro informal no volvió a repetirse, afortunadamente. Él siguió a lo suyo y nosotros a los nuestro. Desde luego yo prefería su aspereza diaria a la farsa de aquel encuentro. Es como si Donald Trump intentara colarnos que es un demócrata convencido que respeta a las minorías y siente admiración por las mujeres, como si Leticia Sabater intentara pasarse por una intelectual que lee cada a noche a Kierkegaard, como si Tamara Falcó nos convenciese de que vota a Podemos. La cabra tira al monte y mejor ser un imbécil auténtico que un sainete de ti mismo. Hay cosas que además son imposibles. Piensen en Melania, por mucho dinero que se gaste en vestuario, ni en un millón de años conseguiría acercarse al estilo de de Jackie Kennedy. 

Publicado en Las Provincias el 25/11/2016

viernes, 16 de diciembre de 2016

DESOBEDIENCIA CANINA



Cuando mi perro y yo pisamos por primera vez el parque que tengo al lado de casa y vi la inmensa colonia canina que se concentraba cada tarde en una de sus esquinas, no entendí por qué el Ayuntamiento no habilitaba una zona acotada para que los animales corriesen a sus anchas y sus amos estuviesen tranquilos. Tampoco comprendí por qué los dueños de los perros no la exigían. Ahora, seis años después, lo entiendo todo. Quien conozca los Jardines de Viveros sabrá que el vértice más al noreste del parque es, por una de esas reglas no escritas, zona perruna. Allí los canes juegan sueltos bajo la mirada, normalmente responsable, de sus amos. Ya sé que está prohibido pasear a los perros sin correa. También dejar el coche en doble fila, pagar en negro a la señora de la limpieza o parte del piso que acabamos de comprar, descargarse películas o pescar en la playa sin autorización. Y todos, en mayor o menor medida, lo hacemos. Pero créanme, hay parque para todos y si a uno le molestan los perros puede moverse unos metros para disfrutar de los jardines sin la presencia animal.


Desde hace unas semanas, el Ayuntamiento ha vallado parte de la esquina perruna y ha hecho un espacio con bancos, agua y papeleras para que nuestras mascotas no tengan que infringir la ley. Debía ser una buena noticia, pero no. El problema es el tamaño de la zona canina. Ridículo si se compara con la cantidad de perros que cada tarde se reúnen. Si dividimos los metros por el número de perros (que a veces supera los 40), cada animal puede disfrutar de similar espacio al de un hámster en su jaula. El otro día probé a que Blues entrara. Dio una vuelta de reconocimiento, olisqueó el terreno y decidió salir a jugar con el resto de perros que como él han optado por la desobediencia canina.

Publicado en Las Provincias el 16/12/2016

viernes, 9 de diciembre de 2016

DORMIR COMO UN BEBÉ





El que acuñó la frase “dormir como un bebé”, estoy segura de que no tenía uno. Eso o era el maldito rey del sarcasmo. La calidad del sueño va mermando conforme nos hacemos mayores. Es un hecho indiscutible por el que todos pasamos, pero para los que hemos dormido bastante bien la mayoría de nuestra vida, es especialmente doloroso. Ya no es solo el bebé o el niño que te llama a las tres de la mañana porque quiere agua, tiene fiebre o se despierta sobresaltado tras una pesadilla. A partir de ese momento, por cierto, tu descanso nocturno se ha echado a perder. Aunque te acuestes con él tratando de reanudar lo más pronto posible el ciclo del sueño, ya no duermes igual. Hay una cosa que nadie te dice al tener un hijo y es que los niños ruedan en la cama. Pueden hacer varios giros completos a lo largo de la noche y lo habitual es terminar con su pies golpeándote las costillas o el niño ocupando toda la cama con sus pequeñas extremidades mientras tú tratas de no precipitarte al suelo desde los 10 centímetros  que te deja.


El niño es solo uno de los factores que te impide dormir, pero con la madurez, vienen muchos otros detrás: problemas de trabajos, asuntos familiares, el desasosiego que te invade por las miles de cosas pendientes… ¿Y las siestas? Algo para mí sagrado, el mejor invento que ha parido este país, mi tabla de salvación de muchas jornadas… Ahora es solo un recuerdo borroso. Mi novio me preguntó hace unos días si quería algo especial para Navidad. “Solo quiero dormir”, le dije entre bostezos. Me ha prometido que durante las vacaciones navideñas, por las noches se llevará tres días al niño y al perro a dormir a casa de su madre. Me pareció el mejor regalo del mundo. Con suerte dormiré seis horas seguidas cada noche. Puro lujo. 

Publicado en Las Provincias el 9/12/2016

lunes, 5 de diciembre de 2016

QUÉ ES SER UNA MADRE



Mujer o animal hembra que ha parido a otro ser de su misma especie. Es la primera acepción que el diccionario de la Real Academia Española hace de la palabra madre. Convendrán conmigo, que las madres, además de engendrar, son algo más. Son las responsables básicamente de que el mundo siga funcionando.  LEER MÁS

Publicado en Las Provincias el 5/12/2016

miércoles, 23 de noviembre de 2016

APRENDER DE UN NIÑO



Somos nosotros, los padres, lo que en teoría debemos enseñarles. Ser su guía, su ejemplo, su maestro. Una tarea difícil que abarca desde lo más básico (números y colores) a lo más complejo (enseñarles a gestionar las emociones y moldearlos para que en el futuro sean adultos responsables y sobre todo felices). Pero son ellos los que nos regalan lecciones que ni el gurú más reputado sería capaz de extraer. Tú les enseñas los días de la semana, ellos te enseñan lo fácil que es entusiasmarse con cualquier cosa (una mariposa volando, un autobús que pasa delante de ti, una pandilla de perros que te ayudan si estás en apuros); tú les enseñas a decir gracias y por favor, ellos a ti que las convenciones con que la sociedad se rige son solo eso, normas que seguimos para tener una vida más fácil y ordenada, pero ellos duermen perfectamente con los pies en la almohada, comen la merluza mezclada con el petit suisse y si les dejas que elijan su propia ropa para vestirse... bueno, hagan la prueba. SEGUIR LEYENDO

Publicado en Las Provincias el 11/11/2016

viernes, 18 de noviembre de 2016

APOLOGÍA DEL PEDALEO


Piensen en su primera bicicleta de niños. Recuerden el anhelo que sentían cuando todavía no se la habían regalado; la agitación al descubrirla la mañana de Reyes o en su fiesta de cumpleaños; la emoción de montarse, empuñar el manillar y pedalear, creyéndonos indestructibles, junto a los amigos. Esa sensación, enterrada bajo mil capas en la vida adulta, era única. La bici, con 5 o 6 años, adquiría la misma importancia en el microcosmos infantil que tus padres, tu colegio o tu mejor amigo. Te paseabas en ella orgullosa como si de un purasangre se tratara. No era solo un juguete. Aprender a mantener el equilibrio, una vez eliminados los ruedines, suponía un chute de autoconfianza, una palmada en la espalda por parte de la pandilla, un paso iniciático hacia otra fase de tu vida. Una vida sin ruedines. Pero crecemos y al tiempo que arrinconamos la ilusión y la inocencia, olvidamos lo importante que ha sido la bici para nosotros. La relegamos al trastero y la sustituimos por un frío y aburrido motor que se encarga de propulsarnos a partir de entonces.

Pero siempre se está a tiempo de recuperarla. Lo bueno de la bici es que no importa la edad que tengas o el tiempo que haga que no te subes a una, en cuestión de minutos recobras el impulso y la confianza del pasado. Tenemos una ciudad y un clima que han sido diseñados para ir en bici. Si no la aprovechamos es que estamos locos. Falta aún mucha educación, además de carriles por donde vayamos tranquilos, sitios para aparcarlas y respeto por parte de conductores y peatones, pero aun así moverse por Valencia en bici me parece un privilegio. Ir en bici no solo es sano, ecológico y barato, además te ahorra un montón de tiempo y muchos dolores de cabeza. Con cada pedaleo, uno está un poco más cerca de la felicidad.

Publicado en Las Provincias el 16/11/2016

miércoles, 2 de noviembre de 2016

EL DISFRAZ DE HALLOWEEN



A los de mi generación la moda de celebrar Halloween nos pilló ya algo mayores. No participamos de la fiebre juvenil de disfrazarnos de zombis porque en general preferimos estar en casa viendo el último capítulo de Black Mirror (más escalofriante, por cierto, que el más aterrador de los aquelarres). Algún año he salido a dar una vuelta y es impresionante lo que ha logrado congregar la festividad yanqui. Pocas veces he visto tanta gente con ganas de jarana en las calles y tal derroche de ingenio en atuendos y decoración. No demonizo la apropiación de esta fiesta, importada (por si alguien lo ignora) por las grandes empresas con un sentido meramente mercantilista. Cualquier excusa es buena para ponerse una máscara, aullar a la luna y morder cuellos ajenos. Pero este año, por primera vez, recae sobre mí una responsabilidad que hubiese preferido eludir. La de disfrazar a mi niño en la guardería.


Desde que lo supe, buceaba nerviosa en Internet en busca de ideas de disfraces caseros. Debía ser cómodo para él, original, barato y era indispensable poder hacerlo yo con mis propias manos, pensaba con esa absurda autoexigencia que acarreamos las madres. Sumida en una inmensa ingenuidad, no calculé que la tarde de antes de la fiesta, es decir, ayer, tendría que priorizar si hacer un disfraz o poner una lavadora (y así tener ropa interior limpia para el día siguiente), si coser una capa o llenar la nevera con algo que no fueran cervezas y yogures caducados, si buscar pinturas de cara o entregar varios artículos. Así que me fui a una conocida tienda de juguetes y le compré a mi hijo una capa de murciélago made in China por 11,95 con la que va ir a la mar de guapo. Los remordimientos me los dejé allí mismo y con todo el tiempo ahorrado, pasé una deliciosa tarde con él. 

Publicado en Las Provincias el 28/11/2016

viernes, 21 de octubre de 2016

NUEVA YORK IMAGINADA




Para los que todavía no la hemos pisado, Nueva York es una evocación, un inmenso decorado, una ficción en blanco y negro donde todo nos es familiar. Podríamos recorrer sus calles sin mapa, solo siguiendo los pasos de los personajes que la habitaron en la pantalla o sobre el papel. Desde hace un par de semanas, la gran manzana se ha convertido para mí en una obsesión. Compagino la lectura de una guía de viajes con novelas que discurren en la ciudad, leo blogs, miro fotos en Instagram, reviso películas del pasado y leo artículos en la prensa local. Me pregunto si cuando vaya, encontraré esa ciudad de cosas inadvertidas de la que habla Gay Talese en uno de sus maravillosos reportajes, o reconoceré algunos de los sitios por lo que discurren los personajes de Paul Auster, o me sentiré en algún momento a la deriva como el adolescente Holden Caulfield de Salinger.

Me imagino al amanecer deteniéndome frente al escaparate de Tiffany’s mientras resuena en mi cabeza la melodía de Mancini, o paseándome por ese otro lado salvaje de la ciudad que inmortalizó Lou Reed; pienso en los neones, los clubes nocturnos y la angustia del personaje encarnado por Edwad Norton en la grandiosa ‘La última noche’. ¿Detectaré la voracidad de los tiburones de las finanzas de los acólitos de Gordon Gekko cuando recorra Wall Street? ¿Podré asomarme al desencanto que acompaña a Cary Grant en lo alto del Empire State mientras espera a Deborah Kerr? Me hago estas preguntas mientras rememoro las localizaciones de Los Soprano en New Jersey, menos glamurosos que los lugares que frecuentaba Carrie Bradshaw. Sé que la realidad siempre es mucho más prosaica. Me conformo con trasladarme por un segundo al momento que viven Woody Allen y Diane Keaton bajo el puente de Queensboro en ‘Manhattan’.

Publicado en Las Provincias el 21/10/2016

viernes, 14 de octubre de 2016

EMPEZAR DE CERO



Mi identidad digital ha sufrido un duro golpe en el último mes. Primero trituré mi ordenador sin querer después de una caída letal y perdí todo lo que había dentro. Los últimos seis años de mi vida se esfumaron en el breve trayecto que separa la mesa de trabajo del suelo de granito. Tuve una sensación parecida a la de la gente que ha tenido experiencias cercanas a la muerte. En esos tres segundos vi pasar todo el contenido del disco duro ante mis ojos. Una vez mi amigo Santos, informático y mi ángel de la guarda cibernético, certificó la defunción del portátil, el mundo pareció que se derrumbaba. Pensé en las cosas importantes que guardaba: artículos que tenía a medias, un par de facturas sin enviar, basas de datos que había tardado años en recopilar, fotos que había guardado para futuros post… Ha pasado un mes y he sobrevivido.

Esta misma semana, otra vez sin querer (¿o fue quizás el subconsciente?), eliminé todos los e-mails que guardaba en mi correo electrónico de los últimos cinco años. Dos mil y pico e-mails absorbidos por el agujero negro de la red. Pude recuperar los imprescindibles, confirmaciones de billetes de avión, reservas de algún hotel y entradas que había comprado y que creí que almacenándolos en el e-mail estarían a salvo. Podía haber recuperado más, pero decidí que lo que no había necesitado en los últimos tres meses, no servía para nada. Y así fue. La luna no se ha salido de su órbita  y Wall Street no se ha desplomado con la pérdida de mi vida online. Me siento más ligera, como cuando uno hace una mudanza y se deshace de la mitad de las cosas. Me recomiendan que a partir de ahora haga copias de seguridad, pero yo tengo mis dudas. Eliminar toda la basura digital acumulada y empezar de cero de vez en cuando es liberador. 

Publicado en Las Provincias el 14/10/2016

VIVIR CON UN BÚHO



Vivir con un búho no debería suponer ningún problema, a no ser que usted sea una alondra convencida. La ciencia utiliza los nombres de ambas especies para diferenciar a las personas que son trasnochadoras y madrugadoras. Aunque de adolescente atravesé una etapa búho (también pasé una deliciosa fase marmota), milito desde hace tiempo en el bando de las vigorosas alondras que al primer microsegundo de sonar el despertador ya están en pie con los cinco sentidos alerta. No remoloneo entre las sábanas y jamás he utilizado aquello de “cinco minutos más”. Nada extraordinario, por otra parte, si no fuera por el hecho de que vivo con un búho contumaz. Mi pareja es un noctámbulo decidido, un vampiro que experimenta su máximo repunte de energía a las once de la noche. Mientras yo me arrastro agotada por los rincones, él podría escalar el Everest.

A la hora de la cena él está pletórico, relatándome los acontecimientos del día mientras las escasas neuronas que siguen funcionando en mi cerebro hacen lo posible por no desfallecer. La convivencia entre búho y alondra no es sencilla, sobre todo, hasta que te adaptas. Al principio crees que lo vuestro no podrá funcionar, echas de menos la calidez del cuerpo al acostarte, pero te amoldas y haces concesiones. En lugar de irte a dormir a las 22:30, aguantas hasta las doce mientras él algunos sábados se levanta a las 9 para llevar al niño a natación. También tiene sus ventajas. Ninguno de los dos molesta al otro en el baño por las mañanas ni tampoco hay riñas por las noches por qué ver en la tele. Además, hemos encontrado nuestro momento, el instante en que ambos nos cruzamos en ese término medio aristotélico con energías equiparadas. A la hora de comer, búho y alondra volamos juntos y olvidamos que somos aves opuestas. 

Publicado en Las Provincias el 7/10/2016

viernes, 7 de octubre de 2016

¿DE QUÉ SIGNO ERES?



Cada vez quedan menos certezas en este mundo. Cuando todavía no nos hemos recuperado de la separación de Brad y Angelina, viene la NASA y nos cambia los signos del zodiaco. A la Agencia Aeroespacial le ha dado por hacer unos cálculos que demuestran que existe una decimotercera constelación llamada Ofiuco y que por tanto, los signos del zodiaco no son doce sino trece. Al parecer, los babilonios, responsables de inventarse esto del zodiaco hace 3.000 años y con ello acuñar la frase más patética de la historia para intentar ligar, ya conocían la existencia de Ofiuco, pero decidieron obviarlo porque les convenía dividir el calendario en doce. Como cuando uno termina de montar un mueble de Ikea y le sobra una pieza, pero lo deja así porque intuye que aguantará. Por tanto, si usted ha nacido entre el 29 de noviembre y el 17 de diciembre, sepa que ya no es sagitario sino Ofiuco. Menudo nombre feo, por cierto.


Ya se han recogido varios casos de ataques de ansiedad entre el colectivo de astrólogos mientras que futurólogos y responsables de escribir el horóscopo en los periódicos llevan reunidos en gabinete de crisis desde que se conociera la noticia hace unos días tratando de buscar una solución consensuada. “¿Le damos la razón a la NASA, esa panda de astrónomos tocapelotas o seguimos con lo nuestro?”, se deben de estar preguntando en el cónclave de videntes. La noticia cae como un jarro de agua fría sobre las creencias de gran parte de la sociedad, que mañana cuando abran el diario para leer su horóscopo deberán tomar partido entre los científicos o los oráculos. El debate ya ha comenzado en las redes. Busquen en google cualquiera de las noticias al respecto y lean los comentarios que deja la gente. Demenciales. Un ejemplo más de hasta dónde llega la estupidez humana.

Publicado en Las Provincias el 7/10/2016

jueves, 29 de septiembre de 2016

LA VERBENA



Septiembre, además de mes de promesas incumplidas, propósitos ni siquiera iniciados y fascículos que ningún ser humano a lo largo de la historia ha completado, es el mes de las fiestas de los pueblos. Por toda la geografía española se suceden los festejos. Las calles se llenan de música; se celebran cenas, actos y pasacalles y se acota el centro del pueblo para que los energúmenos disfruten del sufrimiento y el maltrato animal. El pasado fin de semana estuve en una de esas pequeñas poblaciones con unas fiestas populares cuya fama ha trascendido su límite geográfico. Acude gente, no solo de pueblos de alrededor, sino de la capital y de la provincia de al lado. Durante mi adolescencia, estas fiestas eran sagradas. Nos metíamos veinticinco en un caserón de algún conocido, dejábamos que el alcohol corriese alegremente durante los dos días y nos adaptábamos fácilmente a las costumbres rurales.


Han pasado exactamente 20 años de aquello. El sábado, la verbena se celebró en la misma plaza de la iglesia donde hace dos décadas mis amigos y yo lo dábamos todo. Pero ya no era igual. Para empezar, solo conocía cuatro canciones de todo el repertorio con que la orquesta nos amenizó durante las tres horas que estuvimos. Me preguntaba, compungida, qué le había ocurrido a nuestra Chiquilla y a nuestra Raffaella Carrá. Eso sí, con las que me sabía, me vine muy arriba. En el ambiente olía mucho a pis, los pies se te pegaban al suelo y hacía bastante frío. Factores que nunca advertí de zagala. Ni el pueblo ni yo somos ya los mismos, pero a pesar del paso del tiempo, de las distinta sensaciones y de la convicción de que mi cultura musical popular se quedó estancada hace unos cuantos lustros, la velada fue tan cachonda como cualquier verbena que se precie.

Publicado en Las Provincias el 23/09/2016

jueves, 22 de septiembre de 2016

LA MODA DE LO ECO



Hubo un tiempo, a finales de los 90, en que en los bajos comerciales disponibles solo abrían tiendas de móviles. En cada esquina de cada manzana de cada barrio te topabas con uno de estos negocios. Décadas más tarde fue el turno de los establecimientos de cigarrillos electrónicos y sus espantosos rótulos, que años después fueron sustituidos por las letras a tamaño gigante de ‘Compro oro’ que crecían como setas en cualquier parte de la ciudad, fuera L’Eixample o Malilla. Cada vez quedan menos de estos locales que se alimentaban de la necesidad de las familias españolas por rascar lo que fuera vendiendo la cadenita de la comunión de la niña. Desde hace poco, si observas a tu alrededor, el negocio de éxito son las franquicias de panadería con un diseño cuidado y la promesa de que los productos que allí consumes están elaborados de forma artesanal y llevan muchos cereales. Yo solo veo un horno eléctrico donde meten masa congelada por lo que me cobran el doble de lo habitual.


Desde que comenzó el verano, observo una nueva tendencia. Con solo dos meses de diferencia, han abierto en mi barrio, en un radio de medio kilómetro, dos supermercados ecológicos y una tienda de productos orgánicos. Lo natural está de moda. Desayunamos leche de avena con semillas, comemos quinoa, cenamos tofu, seitán y sopa de miso mientras renegamos de la carne y abominamos de la química. Alimentarse bien, tratando de consumir productos frescos y de proximidad, apostar por los pequeños agricultores y ganaderos y el kilómetro cero es muy importante, no solo por el bien de nuestro organismo sino también por la responsabilidad social que ello implica, pero existe el riesgo de que esta corriente eco termine siendo algo efímero y superficial. Como cualquier otra moda de usar y tirar.

Publicado en Las Provincias el 22/9/16

viernes, 9 de septiembre de 2016

ELEGIR EL SIGUIENTE



Siempre que estoy terminando uno, pienso en el siguiente. En cuanto pasamos los últimos minutos juntos, lo dejo y como una esposa infiel, elijo al que será mi próximo compañero sin pizca de remordimiento. Es culpa de mi naturaleza ansiosa, que no me permite vivir sin saber cuál será mi objetivo inmediato. Aunque no empecemos inmediatamente nuestra relación, me tranquiliza saber que está ahí, esperándome, sin prisas, como los noviazgos de antes. Lo bueno es que siempre tengo cola para elegir. Dependiendo del humor que tenga ese día, de la estación en la que estemos o de los viajes que tenga en perspectiva, me inclino por uno u otro. Es lo que tiene ser un poco compulsiva. En mi mesilla siempre hay cuatro o cinco libros esperando a que los lea.


El criterio para seleccionar mi próxima lectura es tremendamente arbitrario. Durante una temporada intenté combinar un autor contemporáneo con algún clásico, pasaba de Milena Busquets a Gustave Flaubert, pero me cansé, me parecía forzado. A veces, un libro me lleva a otro, del mismo escritor o temática similar, aunque prefiero no encadenar dos novelas del mismo género. Otras veces me fío de las sugerencias de alguna persona con criterio o elijo algún libro al azar, solo por su diseño, como el que tira de chorboagenda. En ocasiones es el libro el que me elige a mí. Me acerco a la estantería a depositar el que he terminado y empiezo a ojear los libros que heredé de mi tío y mi abuela (adoro ese rito), de pronto un lomo, unas letras o un nombre captan mi atención y ya no hay vuelta atrás. Eso es lo más bonito. Cuando estás preocupada o inquieta y empiezas a leer la historia de la familia Buendía y todo se esfuma. Y te das cuenta de que lo único que necesitabas para estar bien era meterte en la cama con Cien años de soledad.

Publicado en Las Provincias el 2/09/2016

VOLVER A SER NIÑOS



Nos pasamos la mitad de nuestra niñez y adolescencia deseando hacernos mayores. Para ser más altos, para no tener que obedecer a nuestros padres, para que dejen de pedirnos el carnet en la discoteca. Una vez convertidos en adultos, aburridos del tedio y las responsabilidades, anhelamos volver a la infancia y hacemos lo posible para sentirnos jóvenes de nuevo. Unos jugando a Pokémon Go, otros iniciándose en los deportes de riesgo a los 40 años, algunas estirándose la cara para borrar el paso del tiempo de sus rostros, hay quienes se apuntan a una jornada zombi. La última actividad para volver a sentirse un niño son los campamentos para adultos. Estancias de varios días en un lugar remoto en el que desconocidos de entre 20 y 70 años se juntan para hacer yincanas, saltar sobre colchonetas hinchables y hacer guerras de almohadas. Estos campamentos han empezado a popularizarse en Estados Unidos, ese país especialista en producir entretenimiento en serie. Los venden con la promesa de que el adulto vuelva a emocionarse.

Solo de imaginármelo, me entran sudores fríos. Una única vez estuve de campamento, debía de tener 10 u 11 años y me pareció terrible. Un montón de niños durmiendo en el suelo en barracones, comida mala, duchas sin intimidad, juegos que no me divertían mientras los mayores buscaban fósiles, que para mí entonces era lo más. Me aburrí bastante y nunca repetí. Una cosa es no perder de mayores esa capacidad infantil de la ilusión y la inocencia y otra distinta tener que recurrir a los planes que hacíamos de niños para sentirnos vivos. Yo, con 35 años, tengo muchas formas de emocionarme. La voz de Silvia Pérez Cruz, unos versos de Miguel Hernández o algunas escenas de Blade Runner. Mucho mejor que cantar canciones alrededor de una hoguera.  

Publicado en Las Provincias el 26/08/2016

miércoles, 24 de agosto de 2016

EL NÚMERO PERFECTO



Cinco son los dedos de una mano; cinco las líneas del pentagrama que sirven de base para componer; cinco fueron los Jackson 5 y un quinto candidato siempre planeó sobre los Beatles, cinco son los sentidos con los que interpretamos el mundo, un mundo formado por cinco continentes; los seres vivos fueron creados por Dios, según cuenta el Génesis, el quinto día y el pijama más famoso de la historia lo componían unas gotas de Channel número 5. El cinco es, además, el número idóneo de personas para salir de juerga, viajar o moverse en un festival de música. Baso mi afirmación en un complejo sistema empírico desarrollado durante años que consiste básicamente en mi propia experiencia. Dos es el número socialmente aceptado para el amor, la convivencia y la formación original de la familia, pero no es un número divertido; los tríos, más allá del sexo, pueden originar conflictos (siempre hay dos partes de la formación que tienen más afinidad), mientras que el cuatro es un número aburrido para reuniones, demasiado equilibrado. Como cuando salen de cena dos matrimonios.

Sin embargo, con el cinco se pueden hacer buenas combinaciones para el esparcimiento. Es el número exacto de plazas de un coche medio, por lo que a la hora de alquilar, te ahorras un buen pico cuando viajas; también una casa o un apartamento para cinco personas suele salir más a cuenta que otro pequeño. Hay que tener en cuenta que si alguno de los integrantes liga una noche, habrá, por regla general, una cama extra donde hacerle hueco. Si por el contrario, el grupo se divide y algunos quieren volver a casa, aún quedará un número adecuado de componentes lo suficientemente borrachos para quedarse de marcha. Definitivamente y dejando de lado la rima fácil, el cinco es el número perfecto.

Publicado en Las Provincias el 19/08/2016

viernes, 12 de agosto de 2016

MERCANTILIZAR EL AMOR




¿Recuerdan aquella figura del exhibicionista con la que alguna vez de chavales nos topamos? Se acercaba hasta el grupo de colegialas mostrando lo que le colgaba de la entrepierna tratando de escandalizar a las inocentes testigos que solíamos darle cuatro gritos ante los que huía despavorido. Ese tipo de exhibicionismo se me antoja algo casi pueril al lado de los otros tipos de exhibicionismo que hoy abundan en esta sociedad en la que cualquiera puede hacer ostentación de sus atributos, corporales o no, con un solo clic. Me refiero al exhibicionismo intelectual, al ideológico, al moral o al peor de todos, el exhibicionismo sentimental que campa a sus anchas por las redes sociales. El último capítulo lo han protagonizado Risto Mejide y su novia. El presentador le ha hecho a su chica un vídeo declarando su amor y se lo ha mandado a través de twitter.

Dejando de lado el texto del supuesto poema visual, que es bastante truñete, llama la atención la imagen. Casi cinco minutos de un plano de su novia en sujetador poniéndose y quitándose una camisa y haciendo poses sexys en una habitación de hotel. Da la sensación que el vídeo sea un anuncio de colonia de bajo presupuesto. Me extraña que el presentador haya firmado semejante caspa. A mí me parece más el deseo de un señor de mediana edad con ganas de mostrarle el mundo lo insultantemente joven y lo descaradamente buena que está su novia. Eso o una extraña forma de mercantilizar su amor, porque él de tonto no tiene un pelo. Veo muy poca verdad en esta versión moderna del “Te quiero Mari Tere” escrito con letras en la carretera. Con lo bonito que es amarse bajiito y decirse te quiero al oído. La demostración amorosa de Risto da tanta vergüenza que me parecen más dignos aquellos tipos perturbados que se abrían la gabardina.

Publicado en Las Provincias el 12/08/2016

jueves, 4 de agosto de 2016

COPENHAGUE, 10 COSAS QUE SÍ y 9 QUE NO



Dicen de Dinamarca que es el país del mundo donde sus habitantes son más felices. No tengo demasiado claro que la felicidad se pueda medir y reducir a un número en un ranking, pero si es así, seguro que estas diez cosas han contribuido a ello:

LO QUE SÍ:

-          Mobiliario urbano y espacios públicos
Los descendientes de los vikingos tienen una conciencia algo más avanzada del espacio público que nosotros. En el muelle, cualquiera puede coger alguna de las bonitas y cómodas hamacas y sentarse para descansar, ver pasar los barcos o contemplar el edificio de la Ópera. Esas coloridas sillas de diseño no duraban en nuestras calles ni diez minutos.

-          Zonas comunes
También tienen otro concepto de las zonas comunes. En muchas manzanas, el lugar que ocupan esos espantosos patios de luces que jalonan nuestras ciudades,  es sustituido por espacios llenos de plantas y flores, mesas para comer o cenar, columpios y piscinas de arena para los niños. Todo hecho con mucho gusto, sin pintadas ni grupos de chavales con el reggaetón a toda pastilla en sus smartphones.  Respeto creo que lo llaman.

-          Los arenques marinados
En conserva, condimentados con pimienta, cebolla, eneldo, sobre un smorrebrod, a pelo o en ensalada. Me he convertido en fan del arenque.  Una de las pocas alegrías gastronómicas que me ha dado la ciudad.

-          Las bicicletas
En Copenhague se calcula que más del 51% de la población se desplaza en bicicleta. Cuentan con unos 400 kilómetros de carriles bici. Los coches y los peatones las respetan. Muchas de ellas llevan delante un cajón donde van los niños el perro o la compra. Es una maravilla ir en bici por Copenhague.  

-          La tienda Lego
Aunque yo fui más de Tente (era más barato), se me iban los ojos detrás de las construcciones de Lego que llenaban el cuarto de casa de mi primo. Aquí uno puede resarcirse y llevarse a casa el halcón milenario, la torre Eiffel o el coche de los cazafantasmas con sus cuatro protagonistas, también puede diseñar sus propios muñecos, con sus pelo, sus caritas y su ropa, comprar sueltas cualquiera de las piezas y recuperar esas tardes de la infancia donde construíamos sueños.

-          Christiania
La ciudad libre de Christiania, una vez que te alejas de la calle principal donde dealers con pasamontañas exhiben y venden su mercancía en tenderetes, es un buen ejemplo de que otro mundo es posible. Además del aroma de los porros, allí se respira tolerancia.

-          El kanelsnegle de Lagkagehuset
La repostería está muy presente en este país, pero este rollo de canela de una de las mejores panaderías de la ciudad es espectacular.

-          Igualdad
Asistimos a un accidente de tráfico sin importancia. Un camión se llevó el retrovisor y parte del parachoques de un autobús de línea. Como buenos curiosos, nos quedamos a ver si las cosas se solucionaban como en España, insultando al conductor y lanzando toda clase de exabruptos. Del autobús se bajó una mujer conductora, la sorpresa fue que del camión también, y no era ningún camioncito, era un pedazo de trailer. Ambas tenían cara de pocos amigos, pero dirimieron el asunto con mayor serenidad que un hombre.

-          Papiroen
Un viejo almacén donde se  almacenaba papel sirve de contenedor para este mercado de comida callejera con 40 food trucks que ofrecen gastronomía de todo el mundo. En verano es una delicia sentarse en las mesas de madera de fuera y ver la puesta de sol o quedarse bebiendo cervezas o mojitos hasta que se hace de noche, que es bastante tarde.  Hay música y un ambiente muy molón.  Está muy cerca del Noma, el considerado como mejor restaurante del mundo durante varios años según Restaurant Magazine, así que si no se consigue mesa allí, uno puede cruzar a Papiroen y ahorrase unos cientos de euros.

-          Tivoli
Un parque de atracciones que nada tiene que ver con lo que estamos acostumbrados. Es pura fantasía.

LO QUE NO:

-          Es caro
Para un español medio, hipotecado, mileurista que viaja en Ryanair y se lleva fiambre envasado al vacío a los viajes, es un país caro. Sobre todo la comida, tanto en el supermercado como en un restaurante. La cerveza tampoco es barata.

-          Gastronomía
Copenhague cuenta con diez restaurantes con estrella Michelín, además del mencionado Noma, así que no seré yo la que diga que se come mal en la ciudad, pero nuestra experiencia fue muy mala. Mucho sándwich y mucha salsa. Si se quiere comer bien hay que desembolsar una cantidad considerable de dinero. Pedir una botella de vino es tirar la casa por la ventana. Espero que algún día, cuando vuelva, cambie mi opinión.

-          Pavimento
Las calles y aceras de la mayor parte de la ciudad son de piedra. Si llevas un carro de bebé, es un coñazo.

-          Obras
Copenhague está en pleno despegue desde hace tiempo. La arquitectura es una maravilla, pero hay obras, grúas, calles y plazas cortadas por toda la ciudad.

-          Noches cortas
En esta época del año alrededor de las 5 de la mañana empieza a amanecer. Hay unas seis horas de oscuridad. Además, las casas no tienen persianas y muchas ni cortinas, por lo que se hace difícil dormir si, como a mí, te molesta mucho la luz.

-          El Báltico
Nos dimos un chapuzón en el Báltico, pero me pareció un mar muy soso. Sin olas, sin viento, con poca personalidad. Ni siquiera estaba fría. Me decepcionó.

-          El camarero del Kanalen
En el único restaurante bueno al que fuimos a cenar, el camarero nos trató fatal. Menos mal que antes de que nos amargara la cena, la sustituyó otra camarera encantadora. Imbéciles hay en todos los sitios, también gente estupenda.

-          Intimidad
El apartamento que alquilamos por Airbnb estaba muy bien, aunque al principio tenías la sensación de haber invadido una casa ajena. Todas las pertenencias de la familia de la casa estaban allí, su ropa, su calzado, sus toallas… Los niños de la casa dormían en la misma habitación que los padres, así que tuvimos que compartir cuarto con nuestro bebé. Intimidad, cero patatero.

-          Calor

El cambio climático también ha llegado hasta estas latitudes. Elegimos Dinamarca para huir del calor y nos encontramos con temperaturas altísimas. Además, como no están muy acostumbrados en muchos sitios no hay aire acondicionado. 

viernes, 29 de julio de 2016

VIAJAR CON NIÑOS

Foto: Ricard Chicot


Olvídate de ese inicio del viaje, tan anhelado, en el que el avión ha despegado y tienes dos, tres, cuatro horas para ponerte al día con las revistas que no has tenido tiempo de leer en los últimos meses. De hecho, olvídate de la lectura en general. Dile adiós a las habitaciones de hotel con camas infinitas y duchas que podrían durar toda la vida. Lo más práctico ahora es buscar un apartamento, con cocina, bañera y a ser posible juguetes. Aunque el bebé tenga cuna propia, acabará durmiendo entre los dos la mayoría de noches, reduciendo los momentos de intimidad, esos que vuelven a avivarse en los viajes, al mínimo.  Si eres de los que presumías de moverte ligero de equipaje, reprograma tu cerebro para facturar una maleta de 20 kilos llena de pañales, potitos, medicinas, muñecos, ropa por si hace frío y ropa para el calor.


Vas a madrugar, quieras o no, otra cosa es ponerse en marcha. Con suerte, a partir de las once saldrás del alojamiento para recorrer la ciudad o irte de excursión. Tomarte una cerveza tranquila, sentada, repasando con tu pareja las fotos de la jornada se hace más difícil que formar gobierno en España. De reservar mesa en ese excelente restaurante que te han recomendado, ni hablamos. Te vas a perder el ocio nocturno de esos barrios de moda de los que habla la guía, pero verás una peli de dibujos animados en la tablet cada noche. Viajar con críos pequeños tiene muchos momentos de agobio, pero duran poco. Todas las limitaciones, las renuncias y el cansancio se esfuman al darte cuenta que ningún país, ningún paisaje, ningún castillo ni museo, ninguna montaña o isla que hayas recorrido, por muy espectaculares que sean, se igualan a la satisfacción de ver a tu niño corretear feliz y saber que le estás inoculando el virus del amor por viajar. 

Publicado en Las Provincias el 29/07/2016

viernes, 22 de julio de 2016

VEINTE AÑOS NO ES NADA



¿Qué carajo iba a hacer yo allí?, me preguntaba mientras me dirigía hacia el Carmen donde habíamos quedado. ¿De qué hablaría con ellos después de casi dos décadas sin vernos?, pensaba, yo que nunca me sentí identificada con ese colegio al que fui con catorce años y muchos prejuicios sobre la clase social de los alumnos. ¿Se acordarán de mí?, me decía tratando de recordar los pocos nombres que mi memoria había retenido de los compañeros de aquella época. Llevaba 18 años sin ver al 95% de la gente con la que me encontré esa noche. Es curioso que en una ciudad tan pequeña como Valencia, no vuelvas a coincidir con los que formaron parte de tu universo durante tanto tiempo.

Los días previos al reencuentro, me los imaginaba ocupando puestos de relevancia en un Consejo de Administración de alguna gran compañía, serios y formales, con matrimonios perfectos y una tropa de hijos rubios correteando por sus chalets de diseño. Pero no. A la segunda cerveza, el tiempo que habíamos estado sin vernos dejó de importar y la gente resultó ser todavía más maja de lo que era entonces. Había alguno en paro, varios que se habían montado pequeñas empresas, profesoras, psicólogas, directores de banco, muchos mileuristas y pocos que hubiesen llegado a la cima del éxito profesional. Entre sus estados civiles y sentimentales había separados y divorciadas, casados en segundas nupcias y solteras, cada uno con su historia de abandono y superación. La noche se alargó hasta bien entrada la madrugada. Rememoramos viejas anécdotas donde siempre salía algún profesor malparado y nos faltó tiempo para ponernos al día. Contra todo pronóstico, fue una noche estupenda en la que los anquilosados prejuicios de antaño saltaron por los aires. Como el tango, constatamos que veinte años no es nada.

Publicado en Las Provincias el 22/07/2016

viernes, 15 de julio de 2016

EL APARTAMENTO



Somos muchos los que, en cuanto los mapas del hombre del tiempo empiezan a teñirse de colorado, hacemos las maletas y nos mudamos al apartamento. Esa segunda residencia que nuestros padres consiguieron comprar, tirando de ahorros y de mucho esfuerzo, con el objetivo de que la familia, pero sobre todo los hijos pudiésemos disfrutar de él. El apartamento va ocupando, a lo largo del transcurso de nuestra vida, un lugar oscilante que varía entre el odio más absoluto,  el que profesas con quince años cuando tus padres te obligaban a ir mientras tus amigos salían de marcha en la ciudad, y un amor incondicional que nunca pensaste que llegarías a sentir.


Todos los apartamentos, no importa que estén en Gandía, Canet, El Puig o El Perelló, se parecen. A todos han ido a parar las camas y somieres viejos de las casas familiares principales, los cedés que ya nadie escucha desde hace años y las colecciones de libros que regalaban con el periódico en verano. Esas viviendas, construidas en edificios de los años 70 con un sentido estético de dudoso gusto, se ubican en urbanizaciones con nombres compuestos que se repiten por toda la costa de Levante y que no ganarían ningún concurso de ingenio: Solymar, Florazahar, Arenablanca… El apartamento, en el momento en que uno ya tiene críos pequeños, cobra una nueva dimensión. Descubres zonas que jamás habías pisado: la piscina pequeña de temperatura caribeña donde se arremolinan niños y padres y que a determinadas horas se asemeja al infierno del Dante; los columpios, las heladerías que hace tiempo dejaste de frecuentar o los cines de verano. El apartamento, ahora que cada vez somos más y sabes que habrá que empezar a turnarse para ocuparlo, se ha convertido en un maravilloso refugio que nunca creíste que fueses a valorar de esa forma.  

Publicado en Las Provincias el 15/07/2016

ANUNCIO DE UNA SEPARACIÓN



El grupo de rock Aerosmith anunciaba la semana pasada que después de su próxima gira prevista para el año que viene, se separan. Después de 46 años juntos, la banda de Steve Tyler cuelga las guitarras. Al menos eso dice. Algunos grupos de música se han valido de esta estrategia para vender más entradas en su “último tour” sabiendo que lo más probable es que el adiós no sea definitivo y sin tener en cuenta las sensibilidades heridas de sus fans. No hace falta llegar a la categoría de groupie, cuando uno es un verdadero seguidor de un grupo, cuando se te eriza la piel con ciertos álbumes y asocias los mejores años de tu vida a algunas de sus canciones, entonces, el anuncio de la separación se hace demoledor.


A los pocos días de las declaraciones del cantante, una amiga me llamó igual de desolada que Alba Carrillo en el Hola de hace un mes al anunciar que Feliciano López le había pedido el divorcio “de manera fría y calculadora”. Búsquenlo, no tiene desperdicio. Que se disuelva tu grupo de música favorito es equiparable a que se separe la pareja de amigos que más quieres. Ese matrimonio que te parecía perfecto, que había atravesado sus tormentas, como todos, pero que siempre había salido airosa y que nunca jamás pensaste que fuesen capaces de vivir el uno sin el otro. Duele igual. No entiendes como después de tantas alegrías, un día te sueltan que han decidido poner fin a dos décadas de convivencia. Imposible imaginar lo que sintieron los millones da fans de los Beatles con el anuncio de su ruptura. Sin embargo, aunque al principio la pena sea inmensa, hay que fijarse en el recorrido de otros grupos que se mantuvieron juntos solo por dinero (como muchas parejas en la actualidad) y dar gracias por ese cese definitivo y de común acuerdo de la vida marital.

Publicado en Las Provincias el 15/07/2016

jueves, 7 de julio de 2016

IRSE DE ESPAÑA



El domingo noche, mientras veía los resultados de las elecciones, ese gran escaparate de momentos felices, fotos de pies, frases hechas e instantáneas gastronómicas que es Facebook se convirtió en un muro de las lamentaciones en el que muchos de mis amigos y conocidos pedían cambiarse de nacionalidad o expresaban su deseo compungido de irse de España. Es curioso porque esa misma pretensión de abandonar el país la manifestaron varias personas de mi entorno meses antes de las elecciones de diciembre ante el ascenso de Podemos. Unos familiares me dijeron que si Pablo Iglesias llegaba al gobierno, hacían las maletas y se iban a Nueva York. En eso coinciden la izquierda más progresista y la derecha más recalcitrante. Ambas partes rechazan su condición de españoles si el resultado de las urnas no es el que ellos quieren. Puede que en ciertas cosas los dos extremos del electorado se parezcan más de lo que creen.

Tenemos el país que tenemos, para bien o para mal. Con nuestras miserias y nuestras grandezas, con nuestros fallos y aciertos, con nuestro Gran Hermano edición número 17 y nuestro liderazgo en donación de órganos. No creo, como dijo Rajoy en ese discurso psicotrópico desde el balcón de Génova, que España sea una de las mejores naciones del mundo. Creo que hay muchísimo que mejorar. Cruzar la frontera y hacerse francés, alemán o noruego no es garantía de nada. Observen sino el avance de los partidos de ultraderecha en esos países. No hay que ser complaciente ni tampoco resignarse. Mejor quedarse en España, vigilar para que los que políticos cumplan su parte del trato, protestar si no lo hacen y seguir a lo nuestro. Los que alguna vez hemos vivido lejos de casa, sabemos el frío que hace allá fuera y que nada tiene que ver con la temperatura exterior.

Publicado en Las Provincias el 07/07/2016

viernes, 24 de junio de 2016

LOS PODERES DE UNA ISLA



De vez en cuando hay que escaparse a una isla. Pero no vale cualquier porción de tierra que sobresalga del mar. Para conseguir arrinconar el ritmo endiablado de vida que nos hemos impuesto, la isla sobre la que recalemos debe ser una isla pequeña. Quedan excluidas Japón, Reino Unido, Australia, incluso Mallorca, Ibiza y Tenerife. Lo ideal es que en la isla no haya aeropuerto y solo se pueda llegar hasta ella navegando. Allí no habrá gente que se maree ni personas que odien el mar. Es una primera criba. La primera regla cuando uno se adentra en una ínsula es adecuarte a la cadencia de la misma, más pausada y serena. Las prisas, las preocupaciones y el mal humor hay que abandonarlos al desembarcar. Lo segundo es llegar con poco equipaje y moverse de la manera más sostenible posible. Mejor trasladarse en bici que en moto. Hay que alejarse de los puntos neurálgicos. Cuanto más distancia haya entre tú y las tiendas de souvenirs, más beneficiosa será la estancia en la isla.

Es imprescindible preguntar a los lugareños por el mejor sitio para contemplar la puesta de sol. Cada isla tiene el suyo. Un lugar secreto desde donde divisar un ocaso único y exclusivo para ti y tus acompañantes. Es importante probar el pescado fresco capturado por algún pescador local en aguas cercanas. Mejor si se acompaña con una botella de vino blanco bien frío. Hay que aparcar los miedos a la fauna marina para adentrarse en el mar por la noche, desnudo a ser posible. Pasar unos días en una pequeña isla o unas horas en un islote reconforta el alma,  despeja los nubarrones mentales y nos hace regresar a la península con el ánimo elevado y las fuerzas renovadas. Pruébenlo. Tabarca, Columbretes o Formentera tienen poderes curativos y están solo a un tiro de piedra. 

Publicado en Las Provincias el 24/06/2016