miércoles, 23 de noviembre de 2016

APRENDER DE UN NIÑO



Somos nosotros, los padres, lo que en teoría debemos enseñarles. Ser su guía, su ejemplo, su maestro. Una tarea difícil que abarca desde lo más básico (números y colores) a lo más complejo (enseñarles a gestionar las emociones y moldearlos para que en el futuro sean adultos responsables y sobre todo felices). Pero son ellos los que nos regalan lecciones que ni el gurú más reputado sería capaz de extraer. Tú les enseñas los días de la semana, ellos te enseñan lo fácil que es entusiasmarse con cualquier cosa (una mariposa volando, un autobús que pasa delante de ti, una pandilla de perros que te ayudan si estás en apuros); tú les enseñas a decir gracias y por favor, ellos a ti que las convenciones con que la sociedad se rige son solo eso, normas que seguimos para tener una vida más fácil y ordenada, pero ellos duermen perfectamente con los pies en la almohada, comen la merluza mezclada con el petit suisse y si les dejas que elijan su propia ropa para vestirse... bueno, hagan la prueba. SEGUIR LEYENDO

Publicado en Las Provincias el 11/11/2016

viernes, 18 de noviembre de 2016

APOLOGÍA DEL PEDALEO


Piensen en su primera bicicleta de niños. Recuerden el anhelo que sentían cuando todavía no se la habían regalado; la agitación al descubrirla la mañana de Reyes o en su fiesta de cumpleaños; la emoción de montarse, empuñar el manillar y pedalear, creyéndonos indestructibles, junto a los amigos. Esa sensación, enterrada bajo mil capas en la vida adulta, era única. La bici, con 5 o 6 años, adquiría la misma importancia en el microcosmos infantil que tus padres, tu colegio o tu mejor amigo. Te paseabas en ella orgullosa como si de un purasangre se tratara. No era solo un juguete. Aprender a mantener el equilibrio, una vez eliminados los ruedines, suponía un chute de autoconfianza, una palmada en la espalda por parte de la pandilla, un paso iniciático hacia otra fase de tu vida. Una vida sin ruedines. Pero crecemos y al tiempo que arrinconamos la ilusión y la inocencia, olvidamos lo importante que ha sido la bici para nosotros. La relegamos al trastero y la sustituimos por un frío y aburrido motor que se encarga de propulsarnos a partir de entonces.

Pero siempre se está a tiempo de recuperarla. Lo bueno de la bici es que no importa la edad que tengas o el tiempo que haga que no te subes a una, en cuestión de minutos recobras el impulso y la confianza del pasado. Tenemos una ciudad y un clima que han sido diseñados para ir en bici. Si no la aprovechamos es que estamos locos. Falta aún mucha educación, además de carriles por donde vayamos tranquilos, sitios para aparcarlas y respeto por parte de conductores y peatones, pero aun así moverse por Valencia en bici me parece un privilegio. Ir en bici no solo es sano, ecológico y barato, además te ahorra un montón de tiempo y muchos dolores de cabeza. Con cada pedaleo, uno está un poco más cerca de la felicidad.

Publicado en Las Provincias el 16/11/2016

miércoles, 2 de noviembre de 2016

EL DISFRAZ DE HALLOWEEN



A los de mi generación la moda de celebrar Halloween nos pilló ya algo mayores. No participamos de la fiebre juvenil de disfrazarnos de zombis porque en general preferimos estar en casa viendo el último capítulo de Black Mirror (más escalofriante, por cierto, que el más aterrador de los aquelarres). Algún año he salido a dar una vuelta y es impresionante lo que ha logrado congregar la festividad yanqui. Pocas veces he visto tanta gente con ganas de jarana en las calles y tal derroche de ingenio en atuendos y decoración. No demonizo la apropiación de esta fiesta, importada (por si alguien lo ignora) por las grandes empresas con un sentido meramente mercantilista. Cualquier excusa es buena para ponerse una máscara, aullar a la luna y morder cuellos ajenos. Pero este año, por primera vez, recae sobre mí una responsabilidad que hubiese preferido eludir. La de disfrazar a mi niño en la guardería.


Desde que lo supe, buceaba nerviosa en Internet en busca de ideas de disfraces caseros. Debía ser cómodo para él, original, barato y era indispensable poder hacerlo yo con mis propias manos, pensaba con esa absurda autoexigencia que acarreamos las madres. Sumida en una inmensa ingenuidad, no calculé que la tarde de antes de la fiesta, es decir, ayer, tendría que priorizar si hacer un disfraz o poner una lavadora (y así tener ropa interior limpia para el día siguiente), si coser una capa o llenar la nevera con algo que no fueran cervezas y yogures caducados, si buscar pinturas de cara o entregar varios artículos. Así que me fui a una conocida tienda de juguetes y le compré a mi hijo una capa de murciélago made in China por 11,95 con la que va ir a la mar de guapo. Los remordimientos me los dejé allí mismo y con todo el tiempo ahorrado, pasé una deliciosa tarde con él. 

Publicado en Las Provincias el 28/11/2016