viernes, 26 de diciembre de 2014

LISTAS NAVIDEÑAS



Es época de listas. Allá donde miro, encuentro un listado con las diez mejores películas y discos del año, los cinco cómics más recomendables, las recetas más sabrosas, los restaurantes que hay que visitar el año que viene, las series indispensables, los libros que hay que leer y los goles que pasarán a la historia. Me abruma darme cuenta de todas las cosas imprescindibles que me he dejado en el camino de este 2014. Hay listas que nos hacen rememorar los momentos importantes del año, un vino, una canción o un destino que el lector encuentra en ese resumen y que le despierta sensaciones, otras son negras enumeraciones que nos hacen enfrentarnos a lo peor de la naturaleza humana: los países donde mueren más niños, los peores conflictos armados, los partidos con mayor corrupción.


Hacemos listas para comprender mejor el mundo, para ordenar nuestro pensamiento, para dejar hueco a lo importante y desterrar lo superfluo, para clasificar nuestras experiencias y darle un sentido al exceso de información que nunca deja de avasallarnos.  Llega diciembre y los periodistas nos convertimos en prescriptores, consejeros y teóricos con derecho a establecer y catalogar lo mejor y lo peor del año, muchas veces con criterio discutible. Así que si hacen balance de los últimos doce meses y se dan cuenta que no entendieron una palabra de Interstellar o que Boyhood les pareció un tostón, si no pudieron terminar la última novela de Javier Marías o prefieren la música facilona de Enrique Iglesias a la voz profunda de Leonard Cohen, no se preocupen. El inventario personal de cada uno es el que cuenta, porque nos hace estremecernos de emoción independientemente de su contenido. No dejen que nadie les diga cómo hay que vivir y qué hay que sentir y menos un periodista.

Publicado en Las Provincias el 26/12/14

viernes, 19 de diciembre de 2014

TÓPICOS PARA GESTANTES

De todas las situaciones comunes que viven muchas mujeres, el embarazo me parece, sin duda, una de las que más se prestan a toda clase de tópicos, frases huecas y consejos no demandados. Especialmente si eres primeriza, todo tu alrededor, tu tía la monja incluida, te ofrece sabias lecciones que pretenden ayudarte en ese maravilloso estado de espera que se le supone a la gestación. Desde el trillado “lo importante es que venga sano”, hasta el “ahora sí que te va cambiar la vida” de alguna amiga que te lo recuerda cada vez que te ve, pues ella ya lleva tres años pringada, hasta el graciosillo que te pregunta por el nombre del bebé y te aconseja llamarle como él. De este tipo suele haber un par cada semana. Por otra parte están las amigas psicokillers de la maternidad que te bombardean de información y te sugieren que desde ese momento, debes vivir los próximos nueves meses con similar intensidad a los éxtasis de Santa Teresa de Jesús.
Tú intentas explicarles, casi con sentimiento de culpa, que las experiencias místicas de las que ellas te hablan, no las estás experimentando igual. Las dificultades para dormir, los dolores de espalda y el ardor de estómago, los picores cutáneos, el hecho de no poder comer ni beber lo que te apetece y el canguelo por lo que se avecina no te dejan ver la poesía del asunto. Ello a pesar de estar atravesando un buen embarazo. Pero de todas las frases vacías que he tenido que escuchar durante estos seis meses, hay una que se lleva la palma. Dado que salgo de cuentas a final de marzo, cada vez que alguien me pregunta cuando me toca, he de escuchar de boca de mi interlocutor, el término “un falleret”. Me pone enferma. La próxima vez que me lo digan, no respondo de mis actos. Le echaré la culpa a las hormonas.  Avisados quedan. 


 Publicado en Las Provincias el 19/12/14

viernes, 12 de diciembre de 2014

HIGIENE LITERARIA



Coincidiendo con el cambio de estación, se apodera de mí el espíritu del orden y me empleo a fondo durante varias tardes en arreglar cajones, tirar potingues caducados y hacer hueco en los armarios con el fin de seguir acumulando trastos que volveré a desechar al año siguiente. Alguna vez también ordeno la música y las fotos del ordenador, pero nunca hasta ahora había hecho limpieza de libros. Si te gusta leer y además permaneces fiel a la tinta y al papel sin rendirte a las ventajas del libro electrónico, es fácil sufrir graves problemas de almacenamiento literario. Elegir esos libros que permanecen vírgenes en la estantería y tirarlos a la basura no es una opción. Abandonar un libro en el contenedor, por malo que este sea, me parece un sacrilegio o un asesinato.

El problema de los que leemos asiduamente es que dos o tres veces al año, algún amigo, con buena intención, te regala un libro que le encantó y que no te interesa en absoluto o te pide que leas la novelita que ha escrito su cuñada o su abuelo para que les des tu opinión. En esos casos, hay que dar largas con sutileza hasta que se olvida el asunto. Pero el libro objeto del presente permanece en tu casa ocupando un espacio precioso. En esta primera depuración, he retirado varios premios de una editorial patria que hace ya bastante que dejaron de fallarse en base a la calidad, algunos libros heredados de mi abuela con aroma a polillas y algún otro que clasifico en la sección de bodrios. De entre todos ellos, he decidido guardar uno por lo extravagante de su temática, “Hurones sanos y felices”. No sé cómo ha acabado en mi biblioteca porque nunca he tenido un hurón ni pienso tenerlo, pero me fascina que este allí entre Ellroy y Auster. Con semejante título, no podía sucumbir a la higiene literaria. 
Publicado en Las Provincias el 12/12/14

viernes, 5 de diciembre de 2014

LA MUÑECA CELULÍTICA


Si usted, señora o señorita, pudiese elegir entre un físico tipo manzana, pera o reloj de arena, según la clasificación de las revistas femeninas, o uno de esos cuerpos de semidiosas aladas que desfilan para una conocida marca de lencería, ¿con qué se quedaría? La respuesta parece obvia. Nos guste o no, la mayoría de mujeres nos pasamos la vida queriendo mejorar nuestro aspecto físico. Vientre plano, culo prieto, pecho generoso, labios carnosos, mirada felina y melena abundante. Deseamos ser barbies aunque el 90% por ciento nos quedemos en barriguitas. Pero la dictadura de los cánones estéticos predominantes en Occidente podría tocar a su fin. Un diseñador ha creado una muñeca con lasmedidas reales de una mujer normal, es decir, cintura ancha, trasero prominente, muslamen proporcionado aunque idéntica cara de merluza que la novia de Ken. Para dotarla de más verosimilitud, la muñeca puede equiparse con celulitis, estrías o acné.


Me parece loable intentar cambiar el modelo de esa inexistente perfección física que se nos vende, pero tengo mis dudas acerca de si la muñeca con celulitis conseguirá desbancar a la icónica Barbie. Una cosa son los fantasías y los anhelos y otra bien distinta la realidad. Cuando de niña jugaba con barbies, nunca me imaginé al príncipe azul con barriga cervecera, calvo y con granos.  Entre el cuento de la Cenicienta y la dosis de cruda realidad que suponen las muertes por violencia de género, quiero creer que hay un punto intermedio en el que es lícito que de niñas construyamos un universo ideal y de adultas sepamos distinguir lo que de verdad importa, y desde luego no son unas piernas largas. No podemos luchar contra el cromosoma XX, pero sí posponer el tema de las varices y las cartucheras para un poco más tarde. 

Publicado en Las Provincias el 5/12/2014

viernes, 28 de noviembre de 2014

ALGO SE MUEVE EN VALENCIA

Foto: Deleste
Detecto desde hace algún tiempo ciertas vibraciones que anuncian que algo se mueve en Valencia y por extensión en esta nuestra Comunidad. Son como esos primeros movimientos que el bebé hace en el vientre. Al principio son leves, los notas pero no los identificas, hasta que se van haciendo cada vez más frecuentes y reconocibles. Últimamente me paraba a escuchar lo que esta ciudad ofrecía y observaba que frente a aquellos que ansían que nada cambie para que todo siga igual, hay gente trabajando duro y haciendo cosas que empiezan a modificar el panorama que los valencianos hemos tenido que soportar en los últimos años.  No suelen sobrepasar los 40 años, han puesto en marcha ideas y proyectos innovadores y no se han dejado amilanar por los privilegios adquiridos y prebendas de los de siempre.

El tándem corrupción y gestores políticos ha ensuciado el nombre de la Comunidad hasta conseguir que algunos no avergoncemos de pertenecer a ella. Desaparecieron la televisión y la radio públicas, los bancos y cajas de ahorros, los macroeventos deportivos y los certámenes culturales de cierto peso. Hoy, sin embargo, tenemos festivales de música como el Deleste, espacios que apuestan por la cultura alternativa como La Rambleta, excelentes marcas valencianas de cervezas artesanales, cocineros como Camarena, Dacosta o Begoña Rodrigo que se han convertido en nuestros mejores embajadores, gente como Héctor Molina, un agricultor de Villareal, como él mismo se define, que está recuperando semillas autóctonas o plataformas como València Vibrant que promueven el debate entre los ciudadanos para mejorar el entorno en el que vivimos. Frente al mundo viejuno y anquilosado que conocíamos, ellos, con su savia nueva serán los que de verdad rescaten esta tierra. 
Publicado en Las Provincias el 28/11/14

viernes, 21 de noviembre de 2014

EVOLUCIÓN


Un amigo al que le han ido las cosas bien en el terreno profesional, me decía mientras tomábamos algo en la terraza de su ático, que veía colmadas sus aspiraciones materiales tras haberse podido comprar una casa con vigas en el techo. Para él, las vigas de madera, con todo lo que ello implican, representaban el éxito.  Yo hace un mes que también alcancé una de mis cimas materialistas con la adquisición de un confortable sofá con chaise longue, el primero que tengo totalmente nuevo. Repaso mentalmente los sofás anteriores que han pasado por mi salón y no puedo evitar vislumbrar cómo ha evolucionado mi vida paralela a ellos.  

Cuando me emancipé hace siete años a un pequeño y bonito apartamento que compartía con una amiga, nuestro sofá lo formaban dos somieres con colchones cutres que por su composición y densidad debían ser de los 70. Nos daba igual. Los cubrimos con una colorida tela que alguien trajo de la India y los forramos de almohadones. Era incómodo, pero en él fuimos felices. Al cambiarnos de casa, unos familiares me regalaron los sofás que ya no querían. Estos ya eran dos señores sofás, con fundas extraíbles, respaldos reclinables y una antigüedad que no sobrepasaba los 20 años. Estaban algo viejecitos, pero mi amiga, mi perro y yo les dimos buen uso durante el tiempo que nos acompañaron. Hoy, este sofá de persona respetable que me envuelve durante las siestas de los domingos y me proporciona la anestesia de una existencia burguesa, ha añadido un nuevo quebradero de cabeza a mi vida. Ahora he de ingeniármelas para que mi perro no se suba en él.  Cada vez que salgo de casa, tengo que preparar un búnker alrededor del sofá para tratar de protegerlo mientras añoro la despreocupación que me ofrecían esos míseros colchones que me servían de diván.
Publicado en Las Provincias el 21/11/14

viernes, 14 de noviembre de 2014

DOS RAYITAS


Dos rayas. Dos rayitas aparentemente anodinas que te anuncian que a partir de ese instante, nada va a ser igual. Dos pequeñas líneas verticales que te gritan que, ahora sí, cierras un ciclo en el que, de vez en cuando, aún te permitías ciertas dosis de irresponsabilidad y se abre otro,  donde, según te cuentan, el yo queda relegado al sótano para ser sustituido por la tercera persona del singular. Las emociones se atropellan. Un shock inicial al que siguen sensaciones alternas de nervios, temor, estallidos de alegría con caída libre a la tristeza por aquellos que se lo van a perder. Te sobrevienen tres noches de insomnio, el mismo del que tanto te han advertido que sufrirás dentro de unos meses. A partir de ahí, tomas conciencia de la nueva situación, que a ratos te sigue pareciendo irreal y a la vez excitante. Mientras digieres tu nueva condición, el canguelo sigue allí instalado.

No pertenezco a ese grupo de mujeres que desde siempre han tenido clarísimo que su objetivo en la vida era el de procrear, cuidar y proteger a sus polluelos. Hace pocos años que la opción de la maternidad entró en mis planes. Quizás por eso, los primeros meses me hacía preguntas absurdas. ¿Cómo voy a ser una buena madre si no sé quitar las manchas de la ropa? ¿Qué pasa si me cae mal?  ¿Cuándo será la próxima vez que pueda coger un avión y viajar a otro continente? ¿Lo querré aunque sea feo?  ¿Tendré que poner esa entonación generalizada que se usa con los niños y que tanto me irrita cuando me comunique con él? Una vez eliminadas de mi mente estas sesudas reflexiones, entro en la segunda fase, en la que me encuentro ahora mismo, donde la ilusión va borrando los miedos y el vértigo abismal que apareció con esas dos rayitas se va transformando en pura felicidad. 
Publicado en Las Provincias el 14/11/14

viernes, 7 de noviembre de 2014

LA HERENCIA DE NUESTROS MUERTOS






Si nuestros muertos pudieran asomarse y ver, desde la alturas o desde los infiernos (cada cuál que elija) los eternos papeleos, las dificultades burocráticas y los trámites administrativos infinitos, impuestos aparte,  que supone para los familiares recibir los bienes que cosecharon en vida, más de uno decidiría, antes del deceso, vender sus propiedades y gastar sus ahorros con el fin de ahorrar a los herederos muchos dolores de cabeza. Teniendo en cuenta, además, el número de familias que se rompen después de la lectura del testamento por parte del señor notario, estoy segura de que el fallecido preferiría dejar su fortuna a cualquier institución benéfica con la que comulgue para evitar conflictos. Imaginen. Uno, al llegar a cierta edad, consciente de que la parca le acecha, podría gastar lo que ya no necesite en cualquier capricho frívolo y absurdo. Un crucero en goleta por los mares del Sur, un televisor 3D de 85 pulgadas, un recorrido por restaurantes con estrellas Michelin o ese bolso por el que siempre suspiró. Una despedida a lo grande.


Todo ello con la conciencia bien tranquila y sin dar explicaciones. Con ese fin de fiesta estaría además beneficiando el futuro de su cónyuge, hijos y sobrinos. En caso de que arraigara esta utópica práctica, no creo que el mundo fuese más justo. Seguirían existiendo depredadores cuya ambición les empujaría a ganar y gastar lo máximo posible durante su existencia a costa del resto, pero quizás, si supiésemos que nuestras posesiones no perdurarán, nos preocuparíamos menos por amasar y más por aprovechar lo que tenemos. En lugar de dejar a los hijos acciones, participaciones en empresas y un apartamento en la playa, los padres se asegurarían de transmitir valores, dotar de educación y cultura y equipar a los hijos con buenos recuerdos. Un legado intangible que vale más que cualquier patrimonio millonario.



Publicado en Las Provincias el 7/11/14

viernes, 31 de octubre de 2014

PALABRAS DE AMOR


Los tiempos cambian, como cantaba Dylan, pero los sentimientos permanecen inmutables. El amor romántico ha evolucionado a través de los siglos y con él, también las palabras con las que los enamorados verbalizan su pasión. Cambia el medio, pero no el mensaje. Desde los trovadores medievales que componían sus odas suspirando por duquesas inalcanzables o campesinas moribundas hasta esas declaraciones de amor públicas que una de las partes prepara y graba en vídeo cosechando miles de visitas en Youtube, no hay tanta diferencia. Sin embargo, observo cómo ha cambiado el cuento en algo más de 15 años a la hora de susurrarse palabras de amor.

Yo recuerdo aprenderme de memoria rimas enteras de Bécquer y buscar la inspiración en los ’20 poemas de amor y una canción desesperada’ de Neruda para luego deslizar alguno de los versos en las cartas que le escribía al que yo creía mi amor eterno, que solía durar un verano. Más tarde serían diálogos sacados de alguna película de la adolescencia, Dirty Dancing o La Princesa PrometidaHasta que llegó Serrat con sus Paraules d’amor para descubrirme que la poesía se podía cantar y que los juglares de nuestra época expresaban el sentimiento universal como nadie. Ahora veo a mi prima de 18 años y a su novio hacerse promesas y juramentos a través de Facebook que harían sonrojarse a la mismísima Corín Tellado. Me da un poquito de grima ese exhibicionismo sentimental tan del siglo XXI amplificado por las redes sociales, pero eso no es lo peor. Lo malo es que la mayoría de las frases que intercambian públicamente no provienen de poetas o cantantes, sino de los últimos hits de reggeaton que suenan en la discoteca. Ante eso o el ‘Paqui, te querré hasta la muerte’ que adorna muros y pasarelas de autopista, no sé con qué me quedo. 


Publicado en Las Provincias el 31/10/14

viernes, 24 de octubre de 2014

¡¡NO TE OLVIDES DE NOSOTROS!!



Observo con cierta inquietud la lenta e inexorable desaparición de uno de los rasgos característicos del español escrito. Cada vez son menos los que optan por gastar un microsegundo de su tiempo en teclear el signo de interrogación o exclamación inicial. Confieso que yo, una purista que por principios no escribe palabras abreviadas cuando utilizo un teclado, a veces me descubro obviando esos signos de apertura. En esos casos, imagino a los pobres signos responsables de dar la entonación correcta cuando preguntamos o exclamamos pidiendo auxilio e intentando llamar mi atención. “¡¡No te olvides de nosotros!!”, me gritan desde ese espacio invisible donde habitan los signos en peligro de extinción. Enmiendo mi error y escribo la interrogación y exclamación como marcan los cánones y el diccionario oficial, pero sintiéndome un tanto pedante al ver la economía de caracteres con que la mayoría se expresa al darle a la tecla.

El uso masivo de la mensajería instantánea a través de herramientas como Whatsapp, Skype o Facebook ha provocado que los signos de puntuación en general y los exclamativos e interrogativos iniciáticos en particular se estén convirtiendo en prescindibles. Si al menos, a las reglas de acentuación de las palabras que introducen las frases interrogativas o exclamativas, (qué, cómo, cuándo, dónde) se les tuviese un poco más de respeto, entonces habría una posibilidad de entender el sentido que intentan transmitir.  Quizás les parezca un tema banal, pero no es lo mismo leer “Cuando supo que todo había sido orquestado por esa panda de analfabetos” que “¿Cuándo supo que todo había sido orquestado por esa panda de analfabetos?”. Señores, tengan mucho cuidado, se empieza omitiendo un signo de interrogación y se acaba escribiendo ejque. 
Publicado en Las Provincias el 24/10/14

viernes, 17 de octubre de 2014

GABINETE DE CRISIS


“Jorge y yo nos separamos”. Donde digo Jorge, digo Marta o Salva o Lupe. Los sujetos varían, el objeto siempre es el mismo, el cese de la convivencia, casi nunca de mutuo acuerdo, con sus doloras consecuencias: reparto de bienes, custodias, pensiones y lágrimas. La primera vez que alguien cercano te da la noticia, notas un cierto tambaleo de esa supuesta estabilidad que rige tu vida, con la inevitable empatía que hace que coloques tu propia relación en el lugar de la de ellos y sientas una tristeza lógica por el final ajeno. Los siguientes anuncios de separaciones entre tus amigos ya no te afectan tanto. Solo hay que mirar las estadísticas. En la Comunidad Valenciana se producen 42 rupturas de matrimonios al día, dos cada hora. Si hago las cuentas, todavía quedan muchas parejas a mí alrededor que terminarán separadas, a pesar de que ahora luzcan alianza orgullosos.

Quizás por eso, no me sorprendió la llamada de una de mis amigas del alma hace cosa de un mes, volvía a Valencia después de una relación de diez años con su ya ex marido y lo hacía con las maletas, la niña en común y los papeles casi firmados. Nos pusimos manos a la obra y convocamos gabinete de crisis, ese que solo se reúne con tanta urgencia en caso de cuernos, flechazos y separaciones dramáticas. Llenamos el maletero de alcohol y nos dirigimos al apartamento de la playa de una de ellas a pasar el fin de semana con la intención de animarla. Al poco de llegar, otra de nuestras amigas nos anunció, algo compungida por la situación, que estaba embarazada. Así, entre abrazos, sollozos y conversaciones con aroma etílico transcurrió el fin de semana, asumiendo que el ciclo de la vida no se detiene y sabiendo que juntas, los trances pierden intensidad y las alegrías se elevan al cubo.
Publicado en Las Provincias el 17/10/2014

viernes, 10 de octubre de 2014

DÍA NACIONAL DEL IMPUTADO



Fracasar posee, en nuestro país, uno tintes peyorativos que no tiene en otras latitudes. En Estados Unidos, la nación en la que puedes caer y levantarte mil veces si de verdad tienes talento, el fracaso adquiere otro significado. Haber montado tu propia empresa en el pasado, independientemente del éxito que cosechara, es valorado muy positivamente por las grandes compañías en busca de los mejores candidatos. Cualquiera de los cerebritos que pueblan Silicon Valley cuenta en su curriculum con una o varias empresas frustradas. Se supone que la lección extraída del propio fracaso supera al máster más prestigioso de Harvard. En Finlandia, desde hace unos años, celebran por estas fechas el “Day for failure’, el día del fracaso, un evento en el que se comparten los errores cometidos a la hora de poner en marcha un proyecto para que otros puedan conocerlos y minimizar riesgos ante futuras iniciativas.


Yo no me imagino a los españoles celebrando tal efeméride. No veo a Díaz Ferrán con gesto constreñido explicando ante un auditorio cómo hizo quebrar varias de sus empresas, tampoco a Rubalcaba analizando en detalle el descalabro de su partido en las elecciones europeas, ni a Rodrigo Rato desgranando las causas y consecuencias de su paso por Bankia o arrepintiéndose por las preferentes. Aquí, en lugar del día del fracaso, podríamos montar una versión cañí y declarar oficialmente el día nacional del imputado. Jornada de puertas abiertas para visitar a los (escasos) condenados en las cárceles españolas, talleres donde los protagonistas enseñen a malversar, defraudar o blanquear capitales con total impunidad y como colofón, un desfile de alcaldes, concejales y diputados seguido de un castillo de fuegos artificiales. La masiva participación estaría asegurada. 



Publicado en Las Provincias el 10/10/2014

viernes, 3 de octubre de 2014

LA JUBILACIÓN


Desde hace un par de semanas, tengo un ángel instalado en la habitación de invitados. Un ángel terrenal que vino para ayudarme a redecorar la casa tras mi desesperado S.O.S y que de paso me ha tapado los agujeros de las paredes que llevaban así cuatro años, ha ordenado mis caóticos armarios, ha paseado al perro, me ha llenado la nevera que se asomaba imparable hacia el abismo de la nada y me ha preparado platos deliciosos, de esos que solo saben hacer las madres. Y además, gratis.  El ángel, ya lo habrán adivinado, es mi madre. Solo una madre tiene esa capacidad de entrega absoluta y desinteresada. Quién le iba a decir a ella, justo hace un mes, cuando firmó los papeles de la anhelada jubilación que la exoneraban de la esclavitud horaria, que iba a dedicar más horas a sus hijos que a su antigua jornada laboral.

Todos hemos escuchado a nuestros padres imaginar qué harían con su tiempo cuando por fin consiguiesen liberarse de las cadenas que los mantenían sentados frente al ordenador, atendiendo a clientes o peleándose con proveedores y bancos. Unos fantasean con los viajes que aún no han hecho, otros simplemente anhelan poder leer la prensa del día sin prisas, hay quien comienza una nueva afición, clases de pintura o restauración de muebles, algunos solo quieren pasear y leer. Un cúmulo de planes forjados en sus mentes en todos aquellos momentos en los que no aguantaban más al jefe, planes concebidos, ideados y soñados para sobrellevar con ánimo tantos años de consagración al mundo empresarial. Lo que ignoraban, pobres, es que una vez hubiesen puesto el pie en la casilla de salida de esa nueva y plácida existencia, allí estaríamos nosotros, los hijos, para truncarlos. Los centinelas de nuestro bienestar no descansan, ni siquiera jubilados.
Publicado en Las Provincias el 3/10/2014


viernes, 26 de septiembre de 2014

ESOS DÍAS


Crisis es el nombre de la carpeta que mi amigo, un tipo metódico y de razonamiento cartesiano, guarda en su ordenador.  En su interior, una hoja de Excel recoge las fechas y motivos que desencadenan broncas y desencuentro con su pareja. Observándolo, se dio cuenta de que con una periodicidad regular había algo que provocaba disputas un tanto absurdas en su relación. Pasaron unos meses hasta que cayó en la cuenta de que el factor que alteraba su vida amorosa era eso que la ciencia llama síndrome premenstrual y que a las mujeres, en general, nos cuesta tanto admitir y reconocer. A partir de esa conclusión, mi amigo lo añadió a su documento como una nota importante a tener en cuenta. Según él, su método empírico, lejos de desprender tufo machista, le ayuda a saber si el aumento de irritabilidad, el exceso de sensibilidad o directamente la pérdida de papeles de su chica responden a ese suplicio cíclico con que la naturaleza nos dotó a las mujeres. Si es así, dice que se muestra más comprensivo.

El otro día, su novia estaba utilizando su ordenador cuando, de forma casual encontró la carpeta y por supuesto no tardó en abrirla para cotillear. Llamó a mi amigo para que le contara de qué iba aquello y después de que este le explicara esa personal clasificación de altercados conyugales ambos acabaron descojonándose del asunto. Claro, no coincidió con uno de esos días de ella. Si no, otro gallo habría cantado. Es cierto, la mayoría de nosotras somos víctimas de nuestras hormonas. Podemos llorar amargamente viendo Mr. Bean,  sentirnos como Escarlata O’Hara o atravesar la peor crisis de nuestra existencia cada 28 días. Pero dura poco y el tratamiento es sencillo, un poquito más de amor del habitual y un par de tabletas de chocolate. Señores, no es para tanto. 
Publicado en Las Provincias el 26/09/14

viernes, 19 de septiembre de 2014

MUERTA DE HAMBRE


‘Muertos de hambre’ es el título de un vídeo que circula estos días por la Red en el que dos actores tratan de explicar el significado de ser artista y la importancia que el cine, la literatura o la música tienen en la sociedad.  Mientras lo veía, me acordé de un chico con el que salí cuando tenía 18 años. El chaval, que era un encanto, pertenecía a una familia acomodada que rezumaba pasta gracias a la empresa fundada por su abuelo. Un día, coincidimos con su padre y me lo presentó. Antes de despedirnos, el hombre me hizo una pregunta en tono de desprecio con la que resumió su filosofía vital. “Y tú, ¿para qué estudias periodismo? ¿Para morirte de hambre?”. Solo le faltó escupir al suelo. Desde la inconsistencia de aquella tierna edad no supe qué contestarle. Me di media vuelta y me fui a casa sintiéndome pequeña, diminuta. Para él, yo no valía nada porque no tenía apellido compuesto ni un futuro en el mundo de las finanzas o la construcción.

Han pasado 16 años y excepto durante un par de meses al poco de acabar la Universidad, siempre he trabajado de periodista y he tenido para comer, alquilarme un piso, comprarme un coche e incluso viajar por varios continentes. Uno cuando se decide por esta carrera asume que no se hará rico y que currará más horas que lo que establece la ley. A cambio, si tienes inoculado el virus del Periodismo, este te ofrece maravillosas recompensas. Es cierto que la profesión no pasa por su mejor momento, pero yo no la cambiaba por ningún puesto directivo en el mejor de los Bancos. Por cierto, la empresa del padre de mi noviete de juventud cerró hace unos meses. Tuvieron que malvender el velero y el chalet de Jávea para pagar las deudas. Espero que a pesar de ello, nunca nadie le haga sentirse como un muerto de hambre.

Publicado en Las Provincias el 19/9/2014 

viernes, 12 de septiembre de 2014

INFIDELIDADES


Soy infiel siempre que puedo. A la menor oportunidad, me olvido de lo que nos unió y me echo en los brazos de otra. No les guardo ninguna lealtad y no tengo ningún remordimiento al sustituirlas. Las marcas, en mi opinión, no merecen la devoción ni la constancia que algunos le profesan. Nunca gasto dos veces seguidas la misma crema, cambio a menudo de detergente y no he tenido dos móviles del mismo fabricante. Como ocurre en las parejas, mi infidelidad, a veces, es por simple aburrimiento, otras por despecho y en alguna ocasión porque me dejo seducir por algún otro producto. Mi traición no sigue ningún patrón. Puedo decidirme por una nueva marca fijándome solo en su precio, en su calidad, en sus componentes o en su lugar de fabricación. Lo hago conscientemente. Ya que ellas me mienten diciendo que mis arrugas desaparecerán en quinces días, mi ropa quedará impoluta y mi conexión a Internet será rápida como el rayo, no veo nada de malo en abandonarlas y reemplazarlas por otras que me susurrarán nuevas mentiras.

Desconfío de cualquier táctica comercial. Conmigo no valen tarjetas de fidelización, descuentos de hasta el 70% ni ofertas del día. Cuando por fin se me acaba la permanencia, me dejo agasajar por otra compañía que no tardará en traicionar mis expectativas y dejar sin cubrir mis necesidades. Un desengaño más a estas alturas ya no duele. Con el tiempo he aprendido a sospechar de todas ellas. Como no es posible escapar de las garras del consumismo, me consuelo ejerciendo la poca libertad de actuación que me dejan. Hay una excepción. A las frutas y verduras de bajo de casa, a la pescadería del barrio y al quiosco de la esquina les guardo fidelidad absoluta. Ellos sí que saben tratarme como a una mujer, o al menos, como a un ser humano.
Publicado en Las Provincias el 12/09/2014

viernes, 5 de septiembre de 2014

SIN FILTROS


Las vacaciones son un paréntesis de dulce anestesia vital donde el tiempo transcurre a una velocidad distinta. Los días se estiran, acompañados por la luz del solsticio de verano mientras que las noches salpicadas por el vino y el salitre se hacen breves y amenazan con no ser suficiente para vengarse del áspero invierno. Los colores también se transforman durante el periodo vacacional, el azul se convierte en marino o turquesa, el verde en pistacho o esmeralda, el negro se torna en blanco y el rosa se vuelve coral. Los niños ensanchan su felicidad mediante ese salvajismo que solo permite el verano y los adultos aletargan sus preocupaciones durante unas semanas. Lo malo parece menos malo en los días de fiesta. Las últimas jornadas de agosto anuncian que en septiembre todo vuelve a empezar. Con la apertura del curso, los que ya abandonamos las aulas nos hacemos propósitos que no cumpliremos, pero que nos brindan energía extra para lo que viene.

Entonces, cuando aún no has alcanzado la primera quincena, te das cuenta de que no es verdad, de que el desasosiego que se quedó adormecido hace menos de un mes, sigue ahí y no ha cogido vacaciones. Tu cuñada sigue sin encontrar trabajo, el cáncer de tu amigo continúa avanzando implacable y la ausencia que dejó tu padre no remite. Los colores también olvidan su alegría y pierden intensidad derivando en ocres, granates y sobre todo grises y marrones. Marrones de todo tipo y condición. El negro vuelve a recuperar su cetro y la realidad se instala de nuevo como si el verano nunca hubiera existido. Las fotos de viajes que colgamos en Facebook e Instagram se van desdibujando hasta adquirir un aspecto naif que nos grita que por muchos filtros que queramos ponerle, la vida no acepta maquillajes ni tamices.  
Publicado en Las Provincias el 05/09/2014

viernes, 29 de agosto de 2014

NORMCORIZADA



Las revistas de moda y belleza y aquellas que indagan en las vidas de los famosillos me interesan lo mismo que dura mi corte de pelo en la peluquería, hora y media si es que ese día toca hacerme las mechas. Aun así, una vez al año, siempre coincidiendo con algún viaje,  compro alguna de esas revistas femeninas y la leo con la esperanza de encontrar las claves de la próxima temporada otoño-invierno que por fin hagan que me transforme en una it girl. Siempre es en vano. Soy un desastre en lo que a trapitos se refiere, no me gusta nada ir de compras, prefiero la comodidad a la elegancia y a veces se me olvida peinarme antes de salir de casa. Este verano, sin embargo, me he llevado una grata sorpresa al averiguar a través de una de estas publicaciones que mi atuendo se ha convertido en la tendencia de este año. Sobre todo cuando saco al perro por el parque.

El rollito hipster hace ya tiempo que quedó relegado al baúl de los recuerdos, ahora lo que se lleva es el normcore. Escondan sus camisas de leñador, tiren sus pantalones pitillos y aféitense esa barba de una vez. Lo que ahora pega es vestirse con un vaquero, camiseta blanca, sudadera gris y zapatillas. También vale el chándal o las mallas. Es decir, apostar por un estilo básico donde prime la sencillez y la normalidad de la gente corriente. Que parezca que has abierto el armario y te has puesto lo primero que has encontrado sin prestarle demasiada atención. Por supuesto, detrás de este look hay toda una serie de directrices que dan al traste con ese sentido casual que intentan fingir. No pierdan el tiempo y mormcoricense rápido. Ya saben a la velocidad a la que gira el mundo de la moda y ese look anodino como de bajar al supermercado que hoy se alaba, mañana puede ser solo una vergonzosa caricatura. 

Publicado en Las Provincias el 29/08/2014

viernes, 22 de agosto de 2014

SALIRSE DEL REBAÑO


Dos años y tres meses después vuelvo a recalar en el pequeño aeropuerto italiano en el que aterricé la primera vez por error. Entonces quise conocer Sicilia, pero terminé recorriendo los Balcanes. De Trapani a Trieste hay pocas letras de diferencia. Esta vez, de nuevo volvimos a cruzar la frontera para adentrarnos en la preciosa península de Istria. Allí nos esperaba el mismo mar cristalino, las calles empedradas, los restos románicos y los campanarios de las iglesias asomándose altivos a la bahía. Pero algo había cambiado. El ritmo cotidiano que encontramos en abril y que tanto apreciamos en la primera vista, había sido sustituido por el trasiego producido por hordas de turistas paseando sin rumbo, probando la comida autóctona, comprando imanes o haciéndose selfies. Echamos de menos ese discurrir al ralentí que nos deslumbró en 2012.

Intentamos alejarnos de la romería estival y apearnos en otros puntos que creímos menos populares. Pensamos que en un país bañado por casi 5.000 kilómetros de costa, contando sus 1.185 islas, los veraneantes elegirían las delicias del Adriático frente a las escarpadas montañas interiores. Error. La estampa del parque natural al que accedimos después de casi una hora de cola se asemejaba a cualquier imagen que hayan visto del Festival de Woodstock. Supusimos que ya no encontraríamos la tranquilidad anhelada durante el resto del viaje, pero nos equivocamos. Aunque escasas, todavía hoy existen carreteras secundarias, lugares que escapan a las guías de viajes y rincones solo conocidos por los locales. A pesar de este último golpe de suerte, no me cansaré de repetirlo. Hay que viajar fuera de temporada. Te arriesgas a sufrir ciertas limitaciones e incomodidades, pero a cambio, no te sientes como un ejemplar más del rebaño.
Publicado en Las Provincias el 22/08/2014

jueves, 21 de agosto de 2014

VIDA DE TURISTA



Agotadora vida la del turista. Ese ser que alguna vez todos hemos sido, emerge en todo su esplendor durante los meses de verano. Desempolva su mochila, se calza las zapatillas o las sandalias y se unta el cuerpo con una mezcla de loción anti mosquitos y crema solar dispuesto a enfrentarse a cualquier adversidad que le depare el viaje. El turista es un espécimen complejo y contradictorio. Después de trabajar durante once meses, madrugando y soportando atascos infernales, decide gastar su tiempo de descanso levantándose a las ocho de la mañana; andando más kilómetros diarios que en todo el resto del año bajo un insoportable calor o a pesar de una lluvia monzónica; sufriendo colas interminables para entrar en un museo o visitando ruinas y castillos atestados de otros turistas.


El turista modifica su comportamiento adaptándose a los usos y costumbres del lugar. Si está en la India, deja que un gurú le pinte en la frente el símbolo de su religión a pesar de que jamás permitiría que en su país un cura se le acercara; si recorre Escocia, se pone un kilt con el que luce orgulloso, si la ruta es por el África negra, es imprescindible el chaleco de explorador. El caso es disfrazarse y hacer el ridículo. El turista muchas veces no sabe en qué siglo vivieron los Reyes Católicos, pero se sumerge en la guía de viaje hasta convertirse en un experto en la historia del país que visita. Se ceba en el bufé del desayuno como si no hubiera un mañana, para más tarde quejarse de que como en España no se come en ningún sitio. Nunca abandona su cámara de fotos y recorre todos los bazares o mercadillos para llevar regalitos a sus amigos y familiares creyendo que compra artesanía local, para más tarde darse cuenta de que pone ‘Made in China’.  Agotadora vida la del turista. 

Publicado en Las Provincias el 15/08/2014

viernes, 8 de agosto de 2014

DESPEDIDAS


Siempre que viajo en tren o en avión, me gusta pararme a observar los recibimientos y las despedidas de la gente que llega y de aquellos que se marchan. Imagino el parentesco que los une, el tiempo que han estado sin verse, el grado de lejanía que los separa y si se echarán o no de menos cuando uno de ellos cruce la barrera de control. Espiando esos adioses y merodeando por las bienvenidas, he llegado a la conclusión de que ambas manifestaciones de alegría y tristeza se degradan sin remedio. Desde que las becas Erasmus nos abrieran las puertas de Europa y las compañías de bajo coste permitiesen volar a Paris por lo mismo que cuesta un paquete de tabaco, las despedidas en estaciones y aeropuertos ya no conmueven ni emocionan.

Antes de que surgieran los trenes de alta velocidad y se inventaran las videoconferencias, cuando las distancias entre dos puntos daban vértigo y las ausencias no se suplían por Skype, cuando el mundo era todavía grande, te topabas con preciosas escenas llenas de dramática ternura. Dos jóvenes amantes que escribían el punto y final a su historia  en ese andén, un padre que no podía dejar de abrazar a su hija que volvía al trabajo al otro lado del charco, dos hermanos que sabían que quizás era la última vez. Eran despedidas desgarradoras, dolorosas, repletas de poesía. Ahora los adioses ante una partida se han vuelto low cost, son descafeinadas, asépticas. Ya no hay pañuelos agitándose en la estación ni lágrimas pegadas en las ventanillas.  La globalización y las medidas de seguridad las han erradicado. Hoy, lo primero que nos viene a la mente si pensamos en una despedida es una estríper, una diadema de penes y un disfraz ridículo en un destino atestado de gente. Maldita evolución que nos extirpa los sentimientos de cuajo.
Publicado en Las Provincias el 8/8/14

miércoles, 6 de agosto de 2014

ABANDONADOS



La historia es la de siempre. Llegan las navidades. Los niños llevan tiempo dando la vara con que les compren un perro, “el del anuncio, papi”. Finalmente, los progenitores ceden. Las dos primeras semanas, están como locos, lo pasean, lo cepillan y juegan con él, pero al mes, hay otro nuevo estímulo que acapara su atención. El patinete, la bicicleta o el quad sustituyen al animal, que pasa a ser responsabilidad de unos “adultos” que nunca lo desearon. Llegan las vacaciones y con ellas, el gran dilema. ¿Qué hacer con el chucho?  Se barajan varias opciones, pero al final se opta por la más fácil.  De madrugada, conducen hasta las inmediaciones de un centro de acogida y abandonan al animal, con la conciencia tranquila porque creen que alguien lo encontrará y lo llevará a la perrera. A la misma en la que viven 400 perros hacinados que han corrido su misma mala suerte.


Se calcula que cada año se abandonan en España 150.000 animales de compañía. 150.000 bestias desalmadas que deciden que su mascota ya ha cumplido su función: la de vigilar, cazar o entretener. Son ese tipo de personas que robarían a un mendigo, venderían a su padre, traicionarían a su hermano y se la pegarían a su mujer con su mejor amiga. Hacerse cargo de un perro es tan gratificante como duro. Te proporcionan una felicidad pura y un cariño absoluto que no es comparable a nada. A cambio, cuestan tiempo, dinero, a veces algún disgusto y muchas horas de aspiradora. Antes de comprar (o mejor adoptar) un perro, hay que tener claro que harán con él cuando llegue el verano. Si no pueden colocarlo con amigos o familiares, busquen una residencia. Y si no pueden desembolsar 150 euros por 15 días, entonces mejor cómprense un tamagochi y dejen a los seres vivos para la gente responsable.  

Publicado en Las Provincias el 1/8/2014

martes, 5 de agosto de 2014

SOLEDADES



“Ana, 56 años. Busca un hombre de 55 a 65 al que le guste bailar y pasear”. “Carmen, 62 años. Quiere conocer a un hombre cariñoso y trabajador para amistad y lo que surja”. “Rafael, 75 años. Quiere una mujer como máximo de 70 con la que rehacer su vida”.  Así se iban sucediendo las peticiones que la locutora leía en la única emisora que la radio del coche sintonizaba en ese tramo de autovía rodeado por montañas. Quedé fascinada ante algunas de las descripciones que hacían de sí mismos los propios postulantes, como uno que se denominaba “realmente extraordinario” o alguna de las cualidades que muchas de las mujeres requerían en los posibles pretendientes. Que fuese limpio era uno de los requisitos más demandados por ellas, aunque también las había que exigía que tuviera carnet y coche propio o que no fuera gordito.

No pudimos evitar soltar alguna que otra carcajada mientras escuchábamos las solicitudes de esa especie de agencia matrimonial detenida en el tiempo. Una red de contactos del siglo pasado al que todavía acuden muchas personas que, por edad, educación o medios, se han quedado fuera de la revolución tecnológica y por tanto, de lo que hoy consideramos la sociedad avanzada. Una vez pasó el momento inicial de cachondeo, me pareció demoledora la soledad que desprendían algunas de estos breves mensajes lanzados a las ondas. Hijos que se desentienden, nietos que solo hacen una breve visita en Navidad, gente que simplemente nunca tuvo a nadie. La soledad mata más que el cáncer, escuchaba hace no mucho en una conferencia. Me entristeció pensar en esas llamadas de auxilio. Y sin embargo, me pareció maravilloso que un señor de 75 años todavía tenga fuerzas para seguir buscando una persona con la que rehacer su vida. Espero que la encuentre. 

Publicado en Las Provincias el 25/7/2014

viernes, 18 de julio de 2014

GASTRONOMÍA SIN ADORNOS



Un ingeniero estadounidense ha creado un compuesto alimenticio que contiene todos los nutrientes necesarios para la subsistencia humana. Un par de sobres diarios de este batido y estarán todas las necesidades que el cuerpo requiere cubiertas. Olvídese de prepararles el almuerzo a los niños y de las comidas con la suegra, del michelín y de las eternas dietas que empezamos los lunes y abandonamos los viernes. Si el invento de este gringo inapetente llegara algún día a popularizarse, pasaría a la historia el suculento cocido del que solo madres y abuelas conocen la fórmula mágica, se acabarían los desayunos frente al mar en vacaciones, se extinguirían las barbacoas con los amigos y las sobremesas eternas regadas con vino o champagne se considerarían una costumbre extravagante. Este señor pretende que tomemos esa papilla y nos olvidemos de todos los benditos rituales que se despliegan en torno a una mesa y que nos hacen un poco más felices.

Lo peor del caso es que una vez que se decidió a fabricar en masa este sustitutivo alimenticio, acudió al micromecenazgo o crowfunding para recaudar el dinero que le permitiera comercializarlo. Su idea era conseguir cien mil dólares en un mes. Lo hizo en menos de tres horas. Si aceptamos esa filosofía utilitarista, solo leeríamos libros con el único fin de aprender, nos vestiríamos con cualquier retal para protegernos del frío o soportar el calor, viviríamos en grises edificios que nos recordarían a la arquitectura soviética y haríamos el amor con el único fin de reproducirnos. Una vida sin placer ni artificios, sin evasión, fantasía ni adornos. Espero que nunca le permitan cruzar el charco.  Con la aportación del cacao y la patata, el continente americano ya cumplió con creces su contribución a la gastronomía universal.

Publicado en Las Provincias el 18/07/2014