Que el cerebro de hombres y
mujeres, a pesar de ser anatómicamente similar, funciona de manera diferente
nadie lo niega. Sin entrar en los manidos tópicos que alimentan la aburrida
guerra de sexos, numerosos estudios confirman que las conexiones neuronales de
ambos son completamente distintas. Durante el embarazo de una mujer, es
habitual que las hormonas se revolucionen y alteren nuestro comportamiento a lo
Dr. Jekyll y Mr. Hyde. En estos nueve
meses se cruzan por nuestra mente pensamientos y preocupaciones de lo más
variopinto, especialmente si una es primeriza. Desde la lógica inquietud de si
el bebé nacerá sano a otros temas de mucha menor relevancia como pensar que a
partir de ese momento serás tú la que tendrás que pelarle la fruta a tu niño,
con la pereza que te da. De entre los asuntos tontos que hablamos entre
nosotras en esta etapa está la aparición de estrías o el tono de la pared del
cuarto del bebé.
A los hombres, sin embargo, hay
otro tema que les quita el sueño. En el trabajo de mi novio hay un baby
boom. Seis de los hombres que trabajan
allí serán padres en los próximos meses. Según me cuenta, una vez concluida la
primera fase de alegría y felicitaciones, el principal asunto de conversación
entre ellos versa sobre la disminución generalmente drástica en la frecuencia
(y reconozcámoslo, también la calidad) de sexo con su pareja. Pero además, se sienten desconcertados ante
el descenso de lívido que experimentan en una jugada maestra que la naturaleza
nos concede y se preguntan acerca de ese mito de la embarazada ardiente que
tanto ha calado en el imaginario masculino. Al menos, al confirmar que no están
solos y su situación es compartida por el resto, parecen quedar algo aliviados.
Ya saben, mal de muchos…
Publicado en Las Provincias el 27/02/15