viernes, 22 de febrero de 2013

¡PACO, VUELVE A LOS GOYA!


Seguí la ceremonia de los Goya sin pizca de la emoción vivida el año pasado, al estar nominado mi amigo Paco Roca por la adaptación a la pantalla de su excelente cómic “Arrugas”.  Al final, Paco se trajo dos Goyas a Valencia y toda la pandilla peregrinamos a su casa para hacernos fotos con el trofeo y para que nos contase los cotilleos de la noche. El glamour que desprende la alfombra roja quedó diluido cuando su chica nos relató, que igual que en cualquier ágape, la gente se peleaba por los canapés. En esta edición, el único interés que me suscitaba la gala era comprobar si el mundo del cine volvía a levantar su voz en contra de los recortes y la subida del IVA,  como ya hiciera en 2003 con ese grito de “No a la guerra”. 




Las pocas críticas que se escucharon y los chistes edulcorados acerca de la sanidad, la educación y la cultura no me parecieron suficientes dado como está el patio. La intervención de Candela Peña fue una de las pocas con garra. Mañana hará un año que mi padre murió, también en un hospital público. No recuerdo que nos faltaran mantas ni agua, pero sí que a mi padre tenían que trasladarlo a otro hospital donde comenzar su rehabilitación y que por falta de camas, mi padre nunca llegó a ese centro. Me hace gracia los que han criticado la politización de la gala. ¿Acaso la iglesia no reprocha en sus púlpitos lo que ellos consideran que va en contra de sus creencias? ¿Y los partidos políticos no se echan los trastos unos a otros en sus mítines? ¿En un congreso de empresarios, no es lícito que los participantes hablen de lo que se está haciendo mal?  Si el mundo del cine tiene derecho a la libertad de expresión, desde luego, este era el lugar donde ejercerlo. Aun así, la gala fue un peñazo. Para el año que viene, que vuelva Paco Roca. 




Publicado en Las Provincias es 22/02/2013

viernes, 15 de febrero de 2013

EL PODER DE LAS REDES


El poder de las redes sociales es infinito. Lo había escuchado cientos de veces. Conocidos son casos como el de una gran marca de chocolate que tuvo que romper lazos con un proveedor al denunciar Greenpeace que en la elaboración de uno de sus productos se utilizaba un tipo de aceite que estaba acabando con la población local de orangutanes en Indonesia.  Otra empresa de bollería tuvo que retirar todos los packs de uno de sus productos después de que un diseñador valenciano comenzara una cadena de tweets criticando la campaña de publicidad que rezaba el desafortunado eslogan de “A pedir al metro”. Hasta la sopa de letras ha sido víctima de esta nueva forma de comunicación. Un cliente se dio cuenta de que en la sopa de letras de una conocida marca faltaban la U, la V y la Ñ. Escribió un post en su blog que fue leído por miles de personas. La empresa emitió un comunicado para informar de que ya estaban trabajando en la elaboración de las omisas letras.


Todos estos casos eran para mí teoría hasta la semana pasada.  Fui a reservar una noche de hotel con una de esas cajas regalo. Al hablar con el hotel, me informaron de que el producto había caducado. Solo hacía siete meses que la tenía y la fecha de caducidad no aparecía por ningún sitio del envase. Les llamé y me dijeron que la fecha se encontraba en el precinto, que lógicamente tiras en cuanto abres el regalo. Mi cabreo aumentaba y les escribí a través de Facebook y Twitter para denunciar lo que a mi juicio era un detalle grave.  De forma espontánea, amigos, conocidos y desconocidos comenzaron a comentar a mi favor y en contra de la marca. Después de un tira y afloja que duró 24 horas, la empresa me comunicó que me mandaba una nueva caja a casa. El consumidor gana, la empresa rectifica. Viva el poder de la redes.

Publicado en Las Provincias el 15/02/2013

viernes, 8 de febrero de 2013

REDESCUBRIENDO A BLASCO IBÁÑEZ


Había pasado por delante de esa fachada jalonada de pilares jónicos cientos de veces, pero por unas cosas o por otras, nunca había atravesado el umbral. Hace un par de domingos me acerqué por fin a la Casa Museo de Blasco Ibáñez y mientras hacía el recorrido por la vida y obra de este valenciano universal, comencé a escarbar en mi memoria buscando los libros que había leído de él. Después de un buen rato, me di cuenta, avergonzada, de que no había leído nada suyo. Si alguien que disfruta desde siempre con la lectura no ha leído a Blasco, no quiero imaginar lo que sabrán del escritor el resto de valencianos que no practican esta costumbre.  “Disculpe joven. ¿Sabría decirme quien es Blasco Ibañéz?” “Claro. Es una avenida en la que hay varias discotecas”. Conversación ficticia pero verosímil.

Me remonté a mis años escolares para tratar de averiguar el porqué de ese vacío y tampoco encontré nada que lo justificara. De hecho no había ningún recuerdo en torno a él, ninguna actividad fuera de lo común que intentara mostrarnos la importancia de este señor. Me asaltó una duda, ¿por qué en el colegio nos llevaron a una fábrica de yogures y nunca fuimos a la Casa de Blasco Ibáñez?  Algo fallaba ya en el sistema educativo de entonces.  El autor de “Arroz y Tartana”, además del escritor europeo más leído de su época, fue reconocido por Hollywood que llevó a la gran pantalla siete de sus novelas. Creo que con este dato hubiera sido suficiente para que a un chaval le picara la curiosidad. Ya he empezado a leer  “La Barraca”. Por si alguien se atreve a tacharle de anacrónico, en la contraportada dice que “Blasco ofrece una radiografía  de la sociedad rural valenciana de finales del siglo XIX, del abuso de poder y de la corrupción política”.  ¿Les suena? 

Publicado en Las Provincias el 08/02/2012

viernes, 1 de febrero de 2013

MIS ÚLTIMAS SARDINILLAS EN ACEITE


Hay ciertas cosas que deberían estar prohibidas por ley. O al menos, ser proscritas para aquellos a los que la madre naturaleza nos ha dotado de una torpeza cuyos principales perjudicados somos nosotros mismos y, en ocasiones, los que tenemos cerca.  Dada mi habilidad para mancharme, hace ya mucho tiempo que dejé de practicar esa costumbre tan femenina de intercambiar ropa. Pero por culpa de uno de esos planes que surgen espontáneamente y por la manía que tenemos de vernos monas, una amiga me prestó para salir el pasado sábado unas botas de ante de color claro. En ese momento no lo pensé y seguramente ella que me conoce bien, tampoco cayó en la cuenta de que la combinación ante y beis es letal para mí.
La noche fue tranquila y llegué a casa de mi chico inmaculada. Al día siguiente, sin calzado de repuesto, volví a ponerme las botas y decidí abrir una lata de sardinillas en aceite. A la tercera sardinilla, dos densas gotas de aceite se escurrieron del tenedor con tan mala suerte de que cayeron sobre una de las botas.  Empecé a sudar, busqué en Google remedios caseros y a falta de polvos de talco, le eché maizena. Las cepillé y froté hasta que me dolieron los bíceps, pero la huella del maldito aperitivo seguía allí. Hice lo que se hace en estos casos, una llamada desesperada de socorro a mi madre a la que llevé el calzado a la velocidad del rayo, pero los superpoderes maternos tampoco fueron suficientes. He tenido pesadillas con la dichosa mancha toda la semana. Para enmendar mi error, fui a comprarle unas botas nuevas a mi amiga antes de confesarle el desafortunado accidente. La lata de sardinillas me ha costado 60 euros. He jurado no volver a probarlas nunca más.   
Mis sardiniilas eran más cutres, eran de Hacendado.

Publicado en Las Provincias el 01/02/2013