martes, 22 de diciembre de 2015

CASTILLOS EN EL AIRE



“La lotería es el impuesto que pagan los que no saben estadística”. Lo soltó así, a bocajarro, uno de mis compañeros informáticos el primer año que entré a trabajar en la empresa cuando fuimos a por los décimos de Navidad. Por supuesto que él no jugó y por descontado que al resto no nos tocó.  Cinco inviernos después, seguimos fieles a nuestra cita con el sorteo navideño, a pesar de que tenemos en plantilla a tres estadísticos. Dos de ellos, aunque se sepan de memoria la fórmula de Laplace (la probabilidad de que ocurra algo es el resultado de dividir el número de casos favorables entre el número de casos posibles) participan, sin convicción, pero por si acaso. El otro, además de no jugar, nos manda artículos que explican de forma precisa, es decir, para mentes no cuadriculadas como la suya, las probabilidades ínfimas de que nos toque alguno de los premios gordos.

Nosotros hacemos como si nada y nos pasamos los almuerzos previos al sorteo especulando a qué destinaríamos el dinero. A pagar la hipoteca, dicen los más sensatos. Viajes y comida, indicamos los hedonistas. Guardaría casi todo para la educación de mis hijos, explica una de las más juiciosas. Me compraría un helicóptero y un circuito de karting, señala el más sabio. Durante esos ratos, visualizamos esa eventual vida nuestra en la que gozaríamos de una mayor tranquilidad, sin deudas ni cargas; con la satisfacción de poder darte una alegría de vez en cuando sin remordimientos. Hablamos de ilusión, de sueños y fantasías mientras nuestro estadístico permanece callado en un rincón diseccionando números y datos y mirándonos como a marcianos. No sé para ustedes, pero para mí, gastarme 20 euros y pasar tres semanas construyendo castillos en el aire e imaginando una vida paralela es una ganga

Publicado en Las Provincias el 18/12/2015

viernes, 18 de diciembre de 2015

TOCAR MARE




Cuando de niños jugábamos a pillar, siempre había un columpio, un árbol o una esquina donde uno estaba a salvo. Al tocar ese punto, te convertías en intocable, adquirías inmunidad casi diplomática, podías refugiarte y descansar sin miedo a que tu perseguidor te diese caza. Tocar mare, lo llamábamos. Desconozco si los chavales de ahora lo siguen llamando así. Cuando te conviertes en padre, te das cuenta de un montón de cosas que hasta entonces te habían pasado inadvertidas. Aprendes el sentido literal de ciertas palabras como sacrificio, responsabilidad, nervios o generosidad, también aprendes lo que es tocar mare.


Ser madre significa tener que estar inventándose y adaptándose cada poco tiempo. Los trucos que utilizas hoy no valen nada pasado mañana. De pronto un día, mecer al bebé para dormirlo mientras tarareo una canción ya no funciona. Después de varios intentos fallidos, cambio de táctica y me acuesto con él en la cama. Mientras sus pequeñas manitas me tocan, me retuercen la nariz, me aprietan los mofletes, me dan algún que otro arañazo, me estrujan el pecho, el bebé se tranquiliza. El niño cierra los ojos y va calmándose hasta que por fin cae rendido.  Eso es tocar mare. Sentirse seguro y protegido, saber que hay alguien ahí que matará monstruos por ti y no dejará que entren los fantasmas en el dormitorio. Ese sentimiento de amparo no solo puede ser ejercido por la madre. Lo noto al volver de viaje. Después de cuatro días fuera, mi perro se pone mucho más contento de verme que mi hijo. Ha estado bien cuidado. Mare puede hacerlo un padre, los abuelos o una tía.  Mare, además, proporciona una sensación maravillosa que podría exportarse y venderse en los circuitos de relax y bienestar. Bebeterapia lo llamarían. Felicidad extrema, lo llamo yo. 

Publicado en Las Provincias el 11/12/2015

viernes, 11 de diciembre de 2015

UN DÍA COMO HOY

Este tío es tonto y os toma el pelo


Facebook, ese descomunal contenedor donde algunos vomitan todo aquello que se les pasa por la mente, ese espacio anegado de frases pseudo filosóficas que cuelgan los acérrimos de Bucay y Coelho, esa mirilla para espiar al prójimo que hace las veces de patio de vecinas y escaparate de nuestros siempre engrandecidos éxitos, se ha convertido, además, en hemeroteca de nuestra vida personal. La red social, a través de una funcionalidad, permite volver al pasado recordándote lo que hiciste hace un año, o dos o tres. Si deciden activar la opción “Un día como hoy”, el invento de Mr. Zuckerberg hará que vuelvan a ver las publicaciones de entonces. Aunque, por la propia lógica que opera en Facebook, la mayoría de esos recuerdos serán alegres (a poca gente le gusta exhibir lo desgraciada o gris de su existencia), puede ocurrir que algunas de esas efemérides sean inoportunas.

Quien le permita a Facebook ser sustituto de su memoria, podrá toparse con fotos de noches de parranda que te reconcilian con los amigos del alma, también mostrará estampas de un viaje, un fin de semana o una cena memorables. Pero igual que nos hará vagar por felices y remotas ensoñaciones, también podrá golpearle trayendo al presente alguna foto de un antiguo amor que se le pasó borrar y que todavía escuece, o el recuerdo de un amigo que dejó de serlo o puede que simplemente asome la vergüenza de una cita que escribió o una frase que contenía una falta de ortografía. Lo bueno de la memoria es que es selectiva y termina desterrando todo aquello que es perjudicial o inútil. Pero el algoritmo que decide qué recuerdos extraer no tiene alma ni tampoco piedad. Así que, cuidado con lo que publicamos. Dentro de un año habrá cosas que nos horrorice haber compartido con nuestros 638 amigos.

Publicado en Las Provincias el 4/12/2015

viernes, 4 de diciembre de 2015

EN CAMAS SEPARADAS


Dormir juntos está sobrevalorado. Al menos ese fue la conclusión a la que llegó un comité de sabias que se reunió en Valencia la semana pasada. En Ruzafa concretamente. Como habrán imaginado, ese comité, que se reúne una vez al mes para hablar de tonterías, quejarse de los maridos, organizar viajes que nunca hacen y sobre todo reírse, está formado por mi grupo de amigas. El otro día una de ellas vino a la cena preocupada. Hace un mes que ella y su chico se han mudado a un piso más grande en el que además del dormitorio principal, cuentan con otra habitación con cama de matrimonio para los invitados. A ella siempre le han molestado los ronquidos de su pareja y ha llegado un punto en que si se despierta a mitad noche y lo oye roncar, no puede volver a conciliar el sueño y se cambia al otro cuarto. Su novio, al darse cuenta del perjuicio que le estaba ocasionando decidió hace dos semanas que sería mejor que él se acostara todas las noches directamente en la habitación de invitados y así ella pudiese descansar mejor.

A pesar de que mi amiga insistió en que siguiesen durmiendo juntos, él se mostró firme. Llevaban dos semanas durmiendo en camas separadas y ella, aunque confesaba su temor a que ese tabique de separación repercutiera negativamente en su relación, nos reveló que nunca había estado de mejor humor. El resto del grupo, en lugar de convencerla para que volviese al lecho conyugal, la animó a continuar así. “Nunca fui tan feliz como cuando Juan se pasó un mes durmiendo el sofá”, decía una. “Pepe durmió en otra habitación cuando nació nuestro hijo y fue una de las mejores etapas como pareja”, explicó otra. “Incluso avivó nuestra pasión”, contó alguna. El dictamen fue unánime. Compartir tálamo y soportar ronquidos poco tiene que ver con el amor.
Publicado en Las Provincias el 27/11/2015

jueves, 26 de noviembre de 2015

CABREADA CON TONY


Conozco mucha gente que afirma que al cine no va a sufrir. Si entran a una sala, eligen taquillazos, comedias románticas o historias blancas que ensalcen la bondad del ser humano. Les pasa lo mismo con la literatura. Leen novelas amables, facilonas y con final feliz que les hagan pasar un buen rato. Lo entiendo. Ya hay demasiado drama en el mundo. A mí no me pasa. Me gusta que la historia que me cuentan, sea en un libro o a través del celuloide, me remueva, me golpee o me hagan pensar. No eludo la tragedia, aunque tampoco soy ninguna masoquista de la desdicha. Hace un par de semanas, veía los últimos capítulos de la serie LosSoprano cuando su protagonista, Tony, hizo algo que me cabreó profundamente. Algo que me esperaba, pero que no pensé que hiciese de esa forma. Consiguió que me pasara el resto del capítulo enfadada y preguntándome cómo era capaz de hacer algo así.

Solo recuerdo un sentimiento similar con la última novela de Rafael Chirbes, ‘En la orilla’, cruda y devastadora historia de los efectos de la crisis, y con la película ‘Bailar en la oscuridad’, de Lars Von Trier, que se recrea de manera obscena en un final desolador y brutal que me dejó en estado de shock. ¿Por qué logró irritarme tanto la acción de Tony Soprano?  De un tipo que mata a sangre fría, roba, extorsiona y engaña sistemáticamente a su mujer no se puede esperar mucho. Incluso en la mafia hay unos códigos. Hasta para matar hay unas reglas. Pero el espectador llega a querer al jefe de la mafia de New Jersey. Tiene sus cosas, sí, pero en el fondo es buena gente. Súbitamente el guionista te devuelve a la realidad. Tony es un cabrón retorcido y la mafia, por mucho romanticismo que le haya dado ‘El Padrino’, solo una organización de paletos asesinos sin escrúpulos.
Publicado en Las Provincias el 10/12/2015

viernes, 20 de noviembre de 2015

OPERACIÓN DESTETE




Te enseñan cómo tienes que respirar, te explican las claves para que el bebé se coja al pecho, te cuentan los cambios que sufrirás y resuelven tus dudas durante la gestación. Matronas, médicos, madres y amigas te ayudan con toda esa información, pero nadie te advierte de lo complicado que será el momento de dejar de amamantar. No para el niño, sino para ti misma. Si aquella Operación Nécora iniciada en los 90 por Baltasar Garzón fue larga y costosa, y la Operación Biquini les desquicia cada verano, la Operación Destete no parece mucho más fácil de atajar. Desde que tomas la decisión hasta que por fin lo dejas pueden pasar meses. Las primeras veces que lo comentas, tus amigas pediatras y madres militantes en la defensa de la lactancia materna te convencen de que lo alargues un poco más. “Dale solo antes de dormir”, te recomiendan, pero tú sigues sin poder tomarte un gin tonic ni escaparte un fin de semana.

Pasa un mes y te mentalizas de que tienes que dar el paso, porque casi ocho meses sin despegarte del bebé ya son suficientes (más los nueve de embarazo, no lo olvidemos) y porque sí, caramba, porque así lo has decidido. Pero entonces te asalta un sentimiento de culpa bestial. Ves a tu hijo tan a gusto... Ese rato se convierte además en uno de los pocos momentos de tranquilidad que tenéis durante el día, así que vuelves a replanteártelo. Si encima, como yo, utilizas la teta a modo de somnífero cada vez que el bebé berrea de madrugada, la decisión se hace aún más difícil. Pero igual que es posible dejar de fumar, también se puede dejar el pecho. Solo hay que proponérselo y pasar tres malas noches. A la cuarta, ya pude tomarme ese gin tonic que tanto me ha apetecido en el último año y medio ¿Y saben qué? No me ha sabido tan bien como pensaba.

Publicado en Las Provincias el 20/11/15

viernes, 6 de noviembre de 2015

PERFIDIA


Hay libros que suenan a rock and roll. De la misma forma que hay conciertos que te golpean como lo hace un buen poema. Existen paisajes que al contemplarlos saben salados, amargos o picantes. Igual que hay cuadros que desprenden un aroma a antiguo, quizás a polvo, a humedad o a madera vieja. Hay olores que nos proporcionan imágenes nítidas, estampas de la infancia o del verano. La literatura de James Ellroy es, para mí, puro rock and roll, aunque también desprende mucho jazz. Comienzo a leer Perfidia, su última novela, dudando de si mi permanente estado de cansancio me permitirá seguir como se merece la trama de ese tocho de casi 800 páginas, pero el denominado perro rabioso de la literatura norteamericana ha vuelto a hacerlo. Me atrapa como pocos autores lo hacen. Perfidia es el inicio de todo, la precuela de su célebre cuarteto de LosÁngeles, los orígenes de Dudley Smith, Lee Blanchard o William H. Parker seis años antes de que apareciese el cuerpo descuartizado de Elizabeth Short en un descampado de L.A. Un asesinato real que Ellroy tomó prestado para La Dalia Negra, el primero de los cuatro libros ambientados en la ciudad californiana.

Ellroyes un tipo de 1,90 al que le gusta vestir con camisas hawaianas o pajaritas y alimentar el mito de irreverente, obsesivo y soberbio de cuya fama goza entre los periodistas.  Bajo ese gesto adusto, calva impoluta y mirada desafiante, se esconde una bestia de la novela negra que ha plasmado como pocos la corrupción, los bajos fondos y la podredumbre del crimen de una época y un país.  Sus historias y sus personajes son puro cine de acción, puro olor a pólvora y a sexo indecoroso, puro metal. Si les va el chillido de la guitarra eléctrica, el volumen a tope y las emociones fuertes, lean a Ellroy. De nada. 
Publicado en Las Provincias el 6/11/15

viernes, 30 de octubre de 2015

MALAS COSTUMBRES


Somos animales de costumbres. Desde que nacemos nos enseñan a adaptarnos a unos horarios y a unas rutinas. Comer, jugar, dormir, baño. A esto se reducen nuestros primeros años. Una serie de acciones repetidas que nos dan seguridad. Dicen que saber lo que va a pasar a continuación nos brinda una vida más plácida. Las costumbres varían no solo de un país a otro o de una época a otra de la historia. Cada comunidad o cada núcleo familiar tiene las suyas. Algunas son aceptadas casi universalmente y otras son vistas como algo exótico. Cada uno cree que su manera habitual de hacer las cosas es la correcta. De ahí, esa maldita manía de aconsejar a los demás.  “No acostumbres al bebé a que se duerma al pecho. No lo acostumbres a acostarlo en la cama contigo. No lo acostumbres a cogerlo en brazos”, me dice la gente.

¿Tan difícil será eliminar uno de esos hábitos? ¿Tanto sufrirá cuando tenga que despegarse de esas malas costumbres? Los hermanos mayores nos acostumbramos a ser hijos únicos hasta que llega un hermanito y nos destrona. Nos acostumbramos a vivir en la casa familiar hasta que un día tenemos que mudarnos a un piso pequeño y volver a empezar. Nos acostumbramos a una cama, a una tele, a un coche, pero de pronto hay que sustituiros y empezar de nuevo con el proceso de adaptación. Nos acostumbramos al calor de una pareja, hasta que un día te abandona; a la seguridad de un padre, pero un día se muere; a la estabilidad de un trabajo, pero estalla una crisis y se ven obligados a despedirte. Nos acostumbramos al euro, a la tele basura, al tanga, a no fumar en los bares y  al gin tonic con pepino. Si pudimos adaptarnos a todo ello sin sufrir ningún trauma, creo que me arriesgaré y seguiré dándole a mi bebé teta, cama y brazo sin temor a malacostumbrarlo. 
Publicado en Las Provincias el 30/10/2015  

viernes, 23 de octubre de 2015

NO SOY PILARISTA


Estudié en el colegio del Pilar de Valencia, pero nunca me sentí pilarista. Puede que no me identificara con ese sentimiento debido a que solo estudié allí tres cursos, o porque cuando pasé por sus aulas, con 14 años, estaba en esa fase de la adolescencia en la que una se rebela contra todo o simplemente porque vivía lejos.  No era mi barrio ni mi gente. De aquella época me quedan tres grandes amigas, un puñado de bonitos recuerdos y el poso que dejaron dos profesores de literatura. Pese a no compartir su ideario religioso, me gustó la educación recibida. Sospecho que porque fui una buena alumna. El nivel académico era alto y al estudiante díscolo y poco aplicado lo invitaban amablemente a probar otros centros que se adaptaran mejor a su capacidad.

Esta semana recibí un mensaje en el móvil alentándome a apoyar una campaña en defensa de la institución donde estudié, después de que Jordi Évole anunciara que el programa que dirige se centrará este domingo en el Pilar de Madrid, colegio que ha acogido a las grandes élites de este país.  En el mensaje animan a que “nadie manche la memoria de nuestro colegio” y a mostrar nuestro apoyo para que el hashtag #SoyPilarista se convierta en trending topic. Pasado mañana, pase lo que pase en Salvados, los que se definen como pilaristas verán el programa con las uñas afiladas. No criticarán el trabajo periodístico que saldrá en pantalla. Cargarán contra una cadena con la que no comulgan y contra un periodista al que aborrecen, precisamente por hacer bien su trabajo. Me llama la atención que la persona que me pasó el mensaje fue una de las que en su día fueron expulsadas del colegio y echaba pestes del mismo. Qué efímera es la memoria y qué extraña la necesidad del ser humano de sentir que pertenece a un grupo. 
Publicado en Las Provincias el 23/10/2015

miércoles, 21 de octubre de 2015

EL FUTURO ERA ESTO


Hace 30 años, antes de la llegada del microondas, del mando a distancia y el DVD, mucho antes de que la irrupción del GPS, los ordenadores personales, los teléfonos móviles e Internet nos facilitaran la vida, un chaval, si pensaba en el futuro se imaginaba un mundo ingrávido, sideral y robotizado.  El mañana, más allá del año 2000, se encarnaba para nuestras mentes infantiles en coches voladores y naves aerodinámicas. A ello contribuyó la trilogía de “Regreso al futuro”, que este año cumple tres décadas de su estreno. “¿Carreteras?  A donde vamos no necesitamos carreteras”.  Doc, el excéntrico científico de la saga dice esta memorable frase al final de la primera película mientras el Delorean despega para dirigirse hacia el futuro. Ese futuro al que Marty McFly y su amigo viajan y que tan remoto se nos antojaba es hoy nuestro presente.

Los personajes se desplazan con su máquina del tiempo al futuro, concretamente al 21 de octubre de 2015. En unos días vence el plazo y en lugar de monopatines voladores y cazadoras inteligentes, el presente de los que vimos la película de niños está teñido de incertidumbres, horizontes difusos y serias dudas acerca del porvenir. En 1985 nadie se imaginaba que treinta años más tarde millones de personas recorrerían andando media Europa para huir de los conflictos de sus países de origen, ni que el terrorismo haría tambalearse los cimientos de las sociedades occidentales y menos que el ser humano sería el responsable de esquilmar, intoxicar y destruir el planeta que habita. No importa. Mientras podamos ver cine en 3D, contestar el teléfono desde unas gafas y seguir viendo Gran Hermano, no hay de qué preocuparse. ¿Carreteras?  Lo que necesita el futuro no son coches voladores sino simplemente un poco de sentido común. 


Publicado en Las Provincias 16/10/2015

viernes, 16 de octubre de 2015

VEROÑO DISTÓPICO




En el espeluznante retrato del futuro que hace George Orwell en ‘1984, uno de los pilares en los que descansa el régimen del estado totalitario en el que transcurre la novela es la implantación de la neolengua. La lengua oficial de la imaginaria Oceanía tiene el objetivo de dominar el pensamiento de la sociedad. Para ello, el vocabulario se reduce al mínimo, se eliminan significados de la mayoría de términos y se crean nuevas palabras, siempre compuestas, que sirven a propósitos políticos, como bienpensar, (ortodoxia), sexocrimen (inmoralidad sexual) o gozocampo (campo de trabajos forzados). Cada vez que leo o escucho a alguien utilizar un término inventado, normalmente formado por la unión de dos palabras, no puedo evitar pensar en Orwell y en su Gran Hermano y en cómo en una sociedad distópica como la que describe el inglés, ellos serían los primeros a quienes lavarían el cerebro.

Esta semana dos personas de mi alrededor han utilizado la palabra veroño para referirse al calor veraniego que hemos aguantado estos días de otoño. Esa gente es la que también incluye en sus frases juernes, viejoven, gordibuena o follamigo. Esa gente que se cree moderna por maltratar el lenguaje. Esa gente a la que yo, que no creo en la violencia, encerraría en una habitación y obligaría a leer el Quijote día y noche hasta que lo reciten de memoria y los pondría después a escuchar en bucle y a todo volumen poemas de Antonio Gala. Solo hago una excepción. Hay unos señores que deberían ser incluidos en los tratados de historia por su aportación al léxico español. Me refiero a los guionistas de Muchachada Nui. El odio que profeso a los que se valen de esas palabrejas se desvanece ante vocablos tales como gambitero, mangurrián, pataliebre o chotifloja. Sillón en la RAE ya.



Publicado en Las Provincias el 16/10/15

viernes, 9 de octubre de 2015

EL ÚLTIMO VERMUT


Hay veces que no sabes que será la última. Y te despides como cualquier otro día, sin prestar atención. Con la certeza de que habrá otros momentos. Cuando te das cuenta de que no volverás a ese lugar o a ver a esa persona, te queda un sabor amargo. Las despedidas son importantes. Te apaciguan por dentro. El viernes pasado, cuando me bajé en Atocha y enfilé por Gran Vía hasta el que ha sido mi medio hogar en los últimos tres años, sabía que sería el último fin de semana que haría ese recorrido. Volveré a Madrid, pero ya no será lo mismo. Seré una visitante, no la persona que ha sido adoptada por la ciudad estos años. Vivir separada de tu pareja tiene muchos inconvenientes, pero también alguna ventaja. Las ganas de verse, la urgencia por aprovechar cualquier rato juntos, también el poder saborear solo lo bueno que te regala una gran ciudad como Madrid sin tener que sufrir sus distancias, sus atascos, sus precios ni su soledad.
El sábado me levanté temprano y me fui a pasear, antes de que abriesen las tiendas, cuando todavía las calles de Malasaña olían a orín y escupían los desechos de la noche anterior. Quería decirle adiós al barrio. Echar la última ojeada a las bodegas y los bares donde bebimos e hicimos planes, a las galerías en las que nunca entramos y a los restaurantes que nos decepcionaron y otros en los que fuimos felices. Cada esquina me lanzaba un recuerdo. Mentalmente atravesé Sol hasta el cine que nos dio refugio muchas tardes de domingo, me acerqué hasta Lavapiés, llegué a La Latina y me detuve en sus plazas. A mediodía fuimos al Retiro al que los ocres del otoño lo ennoblecen aún más. El domingo nos levantamos tarde y desayunamos vermut de grifo. Y brindamos por el nuevo horizonte. Lejos de Madrid, pero con un futuro emocionante.   

Publicado en Las Provincias el 2/10/2015


viernes, 2 de octubre de 2015

LA MAGIA DEL CINE


Alguien me lo dijo durante el embarazo. “Aprovecha y ve al cine”. La recomendación se sumaba al consejo estrella con que otros padres te taladran hasta el infinito durante esos meses: “duerme todo lo que puedas”. Frase que acabarás odiando sin ser consciente de que tú también la repetirás como un mantra tibetano cada vez que te cruces con una embarazada. Tenía razón aquella persona. De entre todas las cosas que te limita el tener un bebé, la de escaparse al cine es probablemente la que más echo de menos. Otra madre pesada, pensarán ustedes, que no quiere dejar al chiquillo un par de horas para irse a ver una película. No es tan sencillo. Tengan en cuenta que el régimen de semiexplotación al que tenemos sometidos a los familiares que cuidan del niño mientras trabajamos, nos impide pedirles que además, se queden también de canguros el fin de semana.

Si uno consigue aparcar al niño, elige muy cuidadosamente los planes de ocio de que dispone. Así en la lista de prioridades, las cenas con amigos o con el cónyuge se imponen como primera opción. Le siguen los conciertos que difícilmente se repetirán. En tercer lugar, algo que nunca creíste que valorarías, encerrarte en el baño durante una hora para ponerte toda clase de cremas y dedicarte a esa actividad tan prosaica, la depilación. Así, ese ritual de coger el periódico después de la siesta del domingo, discutir para ver quien elige esta vez, escoger la película y la sala, aguantar la cola, buscar una butaca alejada de un grupo ruidoso, acomodarse y evadirse durante hora y media, parece cosa de la otra vida. Ahora bien, en el estado de perpetua vigilia en el que me encuentro, tengo dudas de que lograse terminar la última peli de Medem sin dormirme. Ni toda la magia del cine creo que lo consiguiera.
Publicado en Las Provincias el 2/10/15 

viernes, 25 de septiembre de 2015

EGÓLATRAS


Me dan mucha risa las personas con exceso de ego. Hace años me superaban, pero con el tiempo he aprendido a manejarlas. Incluso me divierte alimentar ese exceso de amor propio con alabanzas que hacen que el interlocutor se crezca aún más. Me gusta la humildad, no la docilidad, también la sencillez, nada que ver con la simpleza, y huyo siempre que puedo de aquellos que hacen del presumir una constante. Afortunados ellos que tienen las cosas tan claras mientras el resto nos sumergimos en un mar de dudas. Me sorprende que no se den cuenta del ridículo que en ocasiones manifiestan. Este verano, una amiga y yo nos fuimos a cenar con dos conocidas para hablar de un asunto laboral. Desde el aperitivo hasta el postre, ambas mujeres acapararon la conversación contándonos lo exitoso de sus carreras, lo muchísimo que ligaban (a pesar de tener pareja estable),  lo inteligentes que  eran y lo requetebuenas que estaban.
Mi amiga me daba patadas por debajo de la mesa cada vez que una de ellas destacaba alguna de sus virtudes. Acabé la cena con varios moratones y el firme convencimiento de que nunca trabajaríamos juntas. Yo, una vulgar cucaracha, ellas, diosas todopoderosas. Me viene a la mente todo esto después de asistir al enésimo capítulo de desmesurada egolatría de Pablo Iglesias. El líder supremo de Podemos ha vuelto a incendiar las redes sociales tras escribir un artículo de opinión en el que llama a Jeremy Corbin, nuevo jefe del partido laborista, el “Pablo Iglesias británico”. Se pueden imaginar el cachondeo. En Twitter, la gente se mofa comparándolo con Keneddy, el Che Guevara, Leo Messi o el mismísimo Dios. Alguien debería protegerle de su megalomanía, esa que tan bien dibuja Joaquin Reyes cuando lo imita, y que tarde o temprano acabará por aplastarle.
Publicado en Las Provincias el 18/09/2015


viernes, 11 de septiembre de 2015

LA TERCERA FASE



Superadas las dos primeras fases de la maternidad, es hora de volver a retomar ese otro mundo al que pertenecías. El mundo cotidiano, lleno de prisas, preocupaciones y rutinas sigue prácticamente intacto. Si la fase 1 es un periodo donde abundan las dudas, los temores, los altibajos y en el que se pasa mucho sueño, es en la fase 2 cuando una empieza a disfrutar de su reciente condición. Ya no compruebas cada diez minutos si el bebé respira, su peso sigue su curso natural y dejas de preocuparte por cualquier nimiedad. Aprovechas cualquier hueco para dormir, pero sigues teniendo sueño. Una vez crees que lo tienes todo controlado, la veleta vuelve a girar y entras en la tercera fase. Días antes de incorporarte al trabajo no piensas en otra cosa que no sea la separación, que en tu mente traicionera es desgarradora y dramática. Te fustigas con toda clase de hipotéticas situaciones que puede sufrir tu hijo y te tortura un enorme sentimiento de culpa.


Crees que deberías haber pedido a la empresa unos meses más de permiso sin sueldo. Crees que las personas a las que confíes su cuidado no sabrán arreglárselas.  Pero llega el día, te vas de casa con el corazón encogido y reanudas tus tareas laborales con una normalidad sorprendente. Después de revisar trescientas veces el Whatsapp y convencerte de que tu niño está en buenas manos, por fin te relajas. Al tercer día, ya no te acuerdas del hueco que deja su ausencia. Los mails, las reuniones y el trabajo atrasado no te lo permiten. De pronto, mientras tomas un café con los compañeros, agradeces poder hablar de otra cosa que no gire en torno al universo bebé y te das cuenta de lo bueno que es para tu cabeza olvidarse durante unas horas del niño. Sigues teniendo sueño, pero te convences de que dormir está sobrevalorado.  

Publicado en Las Provincias el 11/09/2015

viernes, 4 de septiembre de 2015

ESTAFA POÉTICA




Nos hemos acostumbrado a que los estafadores de hoy en día huelan a perfume del caro, vistan trajes a medida y estudien en las mejores escuelas de negocios. Aquellos quinquis de los 80, aquellos trileros de medio pelo han sido sustituidos por empresarios que viajan en jet privado y dejan en la calle a cientos de trabajadores, banqueros procesados que veranean en yates, políticos que reciben comisiones y tesoreros con casa en Baqueira. Pero junto a estos ladrones de guante blanco y escasa conciencia todavía existen timadores menores, tramposos de arrabal que se buscan la vida como pueden. El pasado sábado estaba sentada en una terraza del barrio madrileño de Malasaña cuando se acercó un amable señor que lucía gafas redondas de pasta, barba quijotesca y pelo enmarañado. Se presentó a sí mismo como un humilde poeta deseoso de que conociésemos su obra. Su estampa valleinclanesca y un discurso alejado de victimismo nos convenció para desembolsar el euro que costaba aquel trabajo autoeditado e impreso en un A3.


En cuanto se fue desplegué aquellos sonetos convencida de que tenía ante mí a uno de esos artistas malditos, un Baudelaire castizo que sería reconocido y venerado después de muerto. En la primera hoja, junto al depósito legal y el registro de la propiedad intelectual se señalaba el número de ejemplares que el escritor había distribuido, nada menos que 11.627. Comencé a leer con emoción, pero tras los primeros versos me encontré con unos ripios inmundos. “Solo sé que te quiero, ¡Y sé que por eso me muero!” decía uno.” “Te quiero con todo mi amor, ¡Qué pena que no tengas corazón” continuaba el siguiente. Aquellas rimas que podían haber sido escritas por un alumno de EGB hicieron que me sintiera estafada. Estafa poética, pero estafa, al fin y al cabo.

Publicado en Las Provincias el 04/09/2015

LA REBELIÓN DE LAS MÁQUINAS



La música, además de amansar a las fieras, reconfortar el alma cuando todo se tambalea y amplificar la alegría, es el mejor acompañante para hacer deporte. Conecto los auriculares al teléfono móvil con el fin de que se me haga más llevadera la primera sesión de running, tras varios meses en los que mi mayor esfuerzo físico ha sido plegar y desplegar el carro del bebé. Elijo en la aplicación una lista de temas musicales que confeccioné ex profeso para momentos de euforia. Empiezo a trotar mientras subo el volumen, motivada por la sensación de haber vencido a la pereza, pero mi móvil, en lugar de acatar mis órdenes, me muestra un mensaje en la pantalla: “Escuchar música a un volumen elevado durante mucho tiempo puede dañar su audición. El volumen aumentará por encima de niveles seguros”.  


La advertencia que me lanza el teléfono hace que decida mantener el volumen de la música a “niveles seguros” ante el riesgo de quedarme sorda de forma prematura. Corro sin mucha convicción privada del chute de energía que proporcionan ciertas canciones que solo se saborean si te retumban los tímpanos y me voy imaginando un mundo, no muy lejano, en el que las máquinas controlarán nuestras vidas. La nevera no permitirá que compremos productos con alto contenido en grasas, el robot de cocina se apagará si intentamos hacer una receta que produzca colesterol, la calefacción mantendrá nuestros hogares en un estado óptimo que no dejará espacio para encender una chimenea ni la opción de acurrucarte con tu pareja bajo las mantas. El Internet de las cosas hará un mundo más cómodo y seguro, pero más aburrido. Hasta que un día, hartas, las máquinas decidan liberarse de sus programadores y se rebelen contra el ser humano, que vivirá sometido, todavía más, al dictado de la tecnología.

Publicado en Las Provincias el 28/09/2015

viernes, 21 de agosto de 2015

RETRATO DE UNA PLAYA



Hay playas y playas. No es lo mismo Ses Illetes, en Formentera, con su arena blanquísima, su horizonte de embarcaciones y sus italianas con biquinis minúsculos que la playa de El Perelló o la de Gandía, con sus familias equipadas con fiambreras de carne empanada, sus jubilados que pescan en la orilla y sus patinetes de alquiler. Tenemos playas estupendas en nuestro litoral. Pero hay algunas que parece que están reservadas para el disfrute del común de los mortales y otras que apuntan más alto y se perfilan más señoriales. Hace años estuve en una playa de la provincia de Castellón donde todos eran rubios, guapos y delgados. Me dio miedo. Parecía un experimento de perpetuación de la raza aria en la Alemania nazi. El público de una playa u otra lo determina el precio del metro cuadrado de las urbanizaciones cercanas, la dificultad del  acceso, la cercanía con las grandes ciudades o el espacio para aparcar.

En esas playas corrientes he observado que se repiten algunos perfiles. Está el deportista, corre, juega a voleibol o practica cualquier actividad náutica. Para él, la playa es solo el escenario que le permite seguir ejercitando sus músculos. O la familia numerosa, hijos, cuñados y abuelos que desembarcan en la arena con todos sus enseres como si quisieran apoderarse del lugar. También está la tía buena, que se tumba al sol solitaria, supuestamente ajena a las miradas de concupiscencia que desata. Y la pareja de tortolitos que no pueden evitar protagonizar tórridas escenas de amor. Pero sin duda, el que más me fascina es ese señor que recorre la playa a última hora de la tarde con un cacharro que pita al detectar algún metal, una versión cañí y actualizada de los conquistadores españoles en busca de El Dorado, pero con ínfulas algo más rebajadas.

Publicado en Las Provincias el 21/8/2015


MÚSICA SUPER ANIMADA



No hay nada más ingrato en una fiesta que encargarse de la música. Al organizar un evento de estas características, la típica fiesta de verano que celebramos cada año, nadie discute sobre la temática elegida para los disfraces. Tampoco se acercan a protestar sobre la calidad o cantidad de la cena ni se atreven a comentarte que no les gusta la decoración, la iluminación o la disposición de las mesas. Pero a la hora de empezar el baile, eso es otra historia. No importa que te hayas pasado horas delante del ordenador seleccionando las canciones que sonarán teniendo en cuenta las diferentes edades de los invitados ni que hayas ampliado tu cuota del servicio de música en streaming que escuchas habitualmente solo para que ellos puedan disfrutarla esa noche o que te hayas molestado en averiguar los últimos bombazos del verano para incluirlos en la lista, aunque te den ganas de vomitar cada vez que los escuchas.


Todo ese esfuerzo da lo mismo. En cuanto pasen diez minutos, alguien se acercará y te preguntará si no tienes algo más actual o más antiguo o más clásico o más moderno o más lento o más de los 80 o te dirán directamente que ellos tienen un pendrive con otra música. Como lo que quieres es que se lo pasen bien, accedes a la propuesta con una sonrisa con tal de que te dejen en paz. Al cambiar de disc jockey, hay un momento de subidón en que todos se levantan a bailar. Es electro latino. Eso que escuchan ahora los jóvenes y que suena todo exactamente igual.  Al cuarto de hora ya quieren volver a cambiarla y alguien dice que tiene una tarjeta con “un montón de música super animada”. Yo ya les he dicho que para la fiesta del año que viene vayan ahorrando y le pidan a David Guetta que venga a pinchar. A ver si se atreven a él a decirle que cambie la música.    

Publicado en Las Provincias el 14 de agosto de 2015

viernes, 14 de agosto de 2015

HOMBRES AL VOLANTE




Entre todas aquellas actitudes propias del género masculino provocadas por el exceso de testosterona, hay una que se lleva la palma por lo irracional, lo inútil y lo absurda. Me refiero a ese comportamiento chulesco y desafiante que un porcentaje muy alto de hombres adopta mientras conduce. Ante cualquier provocación de un conductor agresivo, o ante una maniobra equivocada, sea esta accidental o a propósito, la gran mayoría de los hombres que conozco grita, se enfada, toca el claxon y lanza toda clase de exabruptos acompañados por los aspavientos requeridos (meneo de cabeza, abertura de brazos, mirada asesina y si la cosa aumenta de tono, peineta). Esto suele ir unido a la clásica demostración para ver quien la tiene más larga que se traduce en adelantamientos arriesgados, frenadas o pisada de embrague y exceso de acercamiento con el coche con el que se tiene el conflicto.


Parece como si al montar en el automóvil, emerjan las reminiscencias del troglodita que todo hombre lleva dentro. Ese que hace que se nuble todo atisbo de entendimiento. Lo he comprobado con amigos, ex parejas y compañeros de trabajo. Hasta el tipo más pacífico del universo, ese que siempre huye del conflicto y nunca pone una mala cara, se convierte en un sádico Mr. Hyde en cuanto se abrocha el cinturón de seguridad. El problema radica en que nunca se sabe el nivel de salvajismo de la otra parte y cómo esta reaccionará ante la afrenta. Conozco dos casos recientes que terminaron uno en el hospital y otro directamente en la cárcel. Si además, amigos conductores, os dierais cuenta de lo que nos repugna a las mujeres que vamos de copiloto esta demostración de bravuconería y violencia gratuita, quizás os lo pensarais un poco. Habrá que cambiar el dicho. Hombres al volante…

Publicado en Las Provincias el 7/8/2015

LA BARRIGA DE DYLAN



Lo bautizamos como Dylan en cuanto lo vimos aparecer por la playa enfundado en su ceñido traje de neopreno. A todas se nos iban los ojos detrás de los bíceps de ese vasco que sujetaba la tabla de surf y miraba al mar desafiante. A nosotras, acostumbradas a que nuestros amigos jugaran a las palas como deporte extremo, aquello nos parecía la cúspide de la sofisticación. El nombre lo tomamos prestado de un personaje de la serie “Sensación de vivir” que nos volvió locas a las adolescentes de principios de los 90. El típico tío silencioso, problemático, algo canalla pero con buen corazón, arquetipo de las series dirigidas a púberes con las hormonas del revés. Ese tipo de hombre del que las mujeres nos enamoramos porque pensamos que viviremos mil aventuras a su lado pero que en el fondo solo queremos redimir para convertirlo en un aburrido padre de familia.


Nuestro Dylan vascuence fue durante muchos veranos la principal motivación de las chicas de las urbanizaciones cercanas para pasarnos diez horas al día en la playa por si ese día el dios Eolo tenía a bien concedernos su presencia cabalgando las olas.  Pasados unos años, dejó de venir. No fue ningún drama, ya se sabe que los amores platónicos estivales duran lo mismo que tarda en derretirse un frigopie a pleno sol. Hace unos días, paseaba por la playa cuando alguien llamó mi atención. Era un hombre de unos cuarenta años acompañado por su mujer y sus dos hijos pequeños. Llevaba el pelo más corto y sus facciones habían perdido la despreocupación que aporta la juventud, pero era él. Se estaba quitando la camiseta cuando vi asomar una prominente barriga que lo igualaba a cualquiera de los mortales que poblaban la playa. Se me cayó un mito. Ciertas personas nunca deberían volver a emerger de nuestros recuerdos.

Publicado en Las Provincias el 31/07/2015

AL AIRE LIBRE

Foto: Ricard Chicot



El verano es un estado de ánimo, lo decía la periodista de Las Provincias, Carmen Velasco, en su columna del pasado domingo. Un estado de ánimo que provoca que nuestro cuerpo se relaje y nuestra mente repose en stand by mientras hacemos las paces con un entorno que ignoramos el resto del año. Ese estado de ánimo se inclina a ensalzar cualquier actividad por nimia que sea.  Las siestas son más placenteras, el gazpacho sabe mejor y la cerveza es más refrescante que durante los otros nueves meses. Esta estación te ofrece regalos como el que me encontré hace unos días.  Subimos a una pequeña iglesia situada en lo alto de la Sierra de Irta, un lugar que visito con cierta frecuencia por sus magníficas vistas. Allí nos enteramos de que un par de horas más tarde se iba a celebrar un concierto de música clásica. Deshicimos nuestros planes para quedarnos porque lo bueno que tienen las vacaciones es poder cambiar de planes sin remordimiento.

Mientras el cuarteto de cuerda interpretaba a Haendel, miré hacia arriba y contemplé la silueta de la ermita que cortaba un cielo inundado de estrellas, la brisa del mar me erizaba la piel y sentía la tregua que da estar alejada del bullicio del pueblo. Pensé que todo es mejor al aire libre. Una sesión de cine en una terraza de verano tiene una magia con la que no puede competir una sala cerrada, comer bajo los pinos o junto al mar no puede ser superado por la sala del restaurante más distinguido ni hacer un deporte de interior es comparable a la libertad que te proporciona la tierra, el agua o la nieve. Pregúntenle a un surfista, a un esquiador o a un ciclista. En cuanto al amor, también le sientan los escenarios abiertos. Si nunca lo ha practicado al aire libre es que no ha exprimido el verano como se merece.

Publicado en Las Provincias el 24/07/2015


viernes, 24 de julio de 2015

RUIDOS FAMILIARES




No te das cuenta de lo ruidosa que es tu familia hasta que no viene alguien de fuera que hace que los veas con otra mirada. Hablo de familiares en segundo grado, tíos, primos, sobrinos. Aquellos con los que coincides tres o cuatro veces a lo largo del año, en Navidad y en alguna otra celebración. Esta semana vino a visitarme una amiga a la casita de la playa donde paso las vacaciones. La casa, rodeada de olivos, almendros y algarrobos está dividida en varias viviendas con un jardín común. Mi amiga, profesora de yoga, vegetariana y amante del silencio venía buscando la paz que la ciudad te niega. Necesitaba escuchar el rumor del mar y la serenidad del viento, me dijo. Cuando llegó, los familiares que ocupan las casas contiguas acababan de desembarcar. Y lo habían hecho con toda la artillería. 

Uno pasaba el cortacésped mientras otro lijaba una mesa y alguien podaba las ramas de los árboles con la motosierra. El bricolaje estaba amenizado por los grandes éxitos de las última década que sonaba en la radio a todo volumen, sustituidos un poco más tarde por los vinilos del viejo tocadiscos, desde Raimon a Pink Floyd. Luego, como cada noche, se juntaron todos en ese ritual sagrado que es la tertulia para hablar de lo de siempre: Grecia, Pablo Iglesias y el PP. A grito pelado. Mi amiga me puso una excusa y se marchó al día siguiente. Huía de lo que para ella era un incomprensible barullo. Es cierto, son ruidosos, pero te reciben siempre con los brazos abiertos, un plato en la mesa y la copa llena. Te acogen, te protegen y te ayudan. Darían un brazo por ti si fuese necesario. Tienen alma de marinero y el volumen en la voz de los piratas que se han excedido con el ron. Puede desquiciar tanto decibelio, pero para mí ese alboroto significa una cosa: vida.

Publicado en Las Provincias el 17/7/2015


viernes, 17 de julio de 2015

VERANO EN EL PARAÍSO

Foto: Ricard Chicot


Es una auténtica maravilla veranear en un lugar en el que la cobertura del móvil va y viene, donde para conectarte a Internet hay que buscar un bar con WIFI y en el que si te levantas tarde, es muy posible que se agote la prensa. Me parece un verdadero lujo poder pasarme todo el mes sin preocuparme por mi atuendo y utilizar solo dos trajes de baño, un par de vestidos viejos, unas chanclas pasadas de moda y algún otro pingo por si vamos a cenar al pueblo. Me encanta que no haya restaurantes con cocineros de renombre, hoteles de cinco estrellas, spas ni festivales de música.  Adoro estar al lado de los últimos 30 kilómetros de litoral sin edificar y tener una playa delante de casa que en pleno mes de agosto no está ocupada por más de tres familias y unas cuantas parejas.

No tiene el tirón de otros destinos de costa de la Comunidad donde tradicionalmente se reúne la burguesía valenciana. ¡Qué pereza ver las mismas caras de siempre también durante las vacaciones! Tampoco goza del glamour ni la fama de las islas Baleares. Aquí no hay modelos, actores ni futbolistas. El turismo de esta zona es familiar y no es difícil encontrarte a señores ataviados con anacrónicos pantalones pirata ni coincidir en la playa con señoras en toples que jamás han pisado un gimnasio. Aquí puede cenar una familia por lo mismo que te cuestan dos mojitos en Ibiza. También hay mucho guiri, franceses, suizos y alemanes que lo han elegido como retiro dorado para pasar sus últimos años. Quizás a alguien le parezca un sitio aburrido, pero yo no cambio por nada el aroma asilvestrado que desprende ni la sensación de haberse quedado anclado en el pasado.  No se crean, no es perfecto. Hay moscas y mosquitos. Muchos. Muchísimos. Es el precio que hay que pagar por vivir cerca del paraíso.

Publicado en Las Provincias el 10/07/2015


viernes, 10 de julio de 2015

SILVIA Y RAÜL



A Silvia Pérez Cruz no te la pueden contar. Ni siquiera puedes apreciar la magnificencia de una de las mejores voces que tiene este país oyendo su música en casa o en el coche. De nada sirve que les diga que ‘granada’ con minúscula, el disco que firma con el guitarrista Raül Fernández Miró, es un caramelo dulce y delicado que hay que paladear en solitario. A esta mujer hay que escucharla y verla en directo. Es como tratar de explicar lo que uno siente al contemplar el David de Miguel Ángel en una foto de un libro de texto o disfrutarlo en vivo en la Galería de la Academia, como ver una reproducción de Las Meninas en una postal o ver el cuadro en un pase privado en el Prado. Cuando escuchas por primera vez sus canciones, intuyes que en concierto esta pareja puede llegar a emocionarte, pero nunca imaginas que lograrán  provocarte unas sensaciones que te golpean el alma de esa forma.

‘granada’ es un disco de versiones en el que los dos artistas reinterpretan a músicos tan aparentemente alejados entre sí como LLuis Llach, Albert Pla, Violeta Parra o Schuman pero que bajo el arcoíris de matices de la voz de Silvia y el acompañamiento a la guitarra, a ratos calmado, a ratos eléctrico de Raúl, consiguen alcanzar un sentido especial. El teatro al completo se postró ante ellos en el concierto que dieron hace dos semanas en Valencia. ‘Hymne a l’amour’, la canción que Edith Piaf le dedicó al amor de su vida muerto en un accidente fue tan conmovedora que a muchos consiguió hacernos llorar y absolutamente estremecedora la versión de Enrique Morente ‘Que me van aniquilando’ junto a los versos de Miguel Hernández de la ‘Elegía a Ramón Sijé’. Sentimientos en estado puro que no podrás imaginar que pueda despertarte una actuación si no la escuchas en directo.



Publicado en Las Provincias el 3/07/2015


lunes, 6 de julio de 2015

TORMENTAS DE VERANO

Foto: Ricard Chicot



El verano es, con permiso de la primavera, la estación que reúne el mejor abanico de olores propios. El verano huele a crema solar, a aceite refrito de chiringuito y a sardinas a la brasa, a sudor nocturno y a cloro, a tierra sedienta, a pinos y a tormentas de verano. Este fenómeno atmosférico aleja por un breve periodo el infierno en que puede convertirse el termómetro en esta época y deja una atmósfera limpia y serena. Las tormentas de verano, imprevisibles, repentinas y estruendosas nos recuerda que no hay que confiar en los elementos, que en cualquier momento ese día de playa con la familia o esa excursión por el monte pueden echarse a perder. Las tormentas, si pudieran predecirse, debería ser obligatorio vivirlas al lado del mar, porque es junto a él donde mejor se observan los relámpagos y donde más se aprecia la calma que la sucede.


Todos tenemos una tormenta de verano que nos traslada a nuestra infancia. Hagan memoria. A veces te pillaba dando un paseo por la playa y tocaba volver a casa empapado, otras, chapoteabas feliz en la piscina o en el mar entre los gritos de tus padres que te obligaban a salir del agua ante la amenaza, no sé si real o inventada, de que cayese un rayo, en ocasiones corrías a esconderte en la habitación ante el temor del sonido los truenos. En cualquier caso, siempre suponían un soplo de aire fresco. En cierta manera lo que ocurrió en España el pasado 24 de mayo es una tormenta de verano. Se veía venir, pero nadie sabía si descargaría o pasaría de largo, de momento ha conseguido alejar los nubarrones negros que acechaban durante demasiado tiempo y ha refrescado el ambiente. Ahora toca ver si utilizarán el agua para construir una sociedad mejor o si todo quedará en un ensordecedor e inútil aguacero.

Publicado en Las Provincias el 26/06/2015

viernes, 26 de junio de 2015

DEBUT Y DESPEDIDA



Hablar de comida es como hablar de fútbol. Todos nos creemos con el derecho a opinar por el mero hecho de que en este lado del planeta, la gran mayoría comemos al menos tres veces al día. Más en estos tiempos que corren de sobreexposición catódica de cocineros rockstars, recetas con leones y restaurantes nauseabundos. Pero les aseguro que no exagero al afirmar que en los últimos diez días he tenido la desgracia de probar el peor sushi de la historia, la porción de pizza más terrorífica del universo y la paella más mediocre de la galaxia. Entono el mea culpa en cuanto a la elección de los locales, especialmente en el caso de la pizza, una de esas cafeterías del centro donde todo es ultracongelado, y en el del sushi, que elegí a ciegas en un ataque de hambre de sábado noche. El de la paella me lo recomendaron personas de las que me fiaba.

Es cierto que Valencia ha mejorado sustancialmente en los últimos años en lo que a oferta y calidad gastronómica se refiere y que hoy somos un referente gracias a nombres como Dacosta, Camarena, Rodrigo, Patiño o Barella. Pero he de decir que no me sorprendió que nuestra ciudad se quedara por segunda vez el año pasado sin ser capital española de la gastronomía.  Cuando salgo a comer o cenar, no suelo quedar satisfecha la mayoría de las ocasiones, sobre todo si elijo sitios informales con la intención de no gastar demasiado. He comido en un área de servicio de Murcia o en un bareto al azar de Madrid mucho mejor que en muchos sitios de Valencia, donde tomarte unas bravas decentes no es nada fácil. Lo bueno, tachar de la lista estos tres últimos ejemplos de anti hostelería y concentrarme en otros que seguro cumplirán mis expectativas. Como solía decir mi padre cuando no le gustaba un restaurante, debut y despedida.

Publicado en Las Provincias el 26/06/2015



viernes, 12 de junio de 2015

LA PRIMERA VEZ


Llegó el día.  Después de pasarte dos meses y medio, mañana, tarde y noche, pegada a él, decides que ha llegado el momento de ausentarte de casa más de dos horas, de volver a interactuar con adultos sin que la conversación verse sobre un único tema y de recuperar por una noche aquella vida propia que solías tener hace no tanto. Antes de la maternidad, cuando se acercaba uno de esos fines de semana que prometían, quedabas previamente con tus amigos para planear los detalles con emoción: dónde ir, qué ponerse, qué beber. Ahora, la planificación se centra en un único punto vital: sacarse leche suficiente para que el bebé no pase hambre durante tu ausencia. Y aunque llevas meses deseando salir, tu lado menos racional trata de sabotearte haciendo que imagines toda clase de cosas horribles que le pueden ocurrir al bebé mientras no estás. Como siempre, tu conciencia es tu peor enemigo.

Pero hay que hacerlo. Hay que dar el paso. Por el bien de tu salud mental, por el de tu vida en pareja y por la pervivencia de la relación con tus amigos. Le das un beso fugaz para no hacer más difícil el momento y te alejas hacia los efluvios de la noche con un nudo en el estómago. Aunque estás algo desentrenada y, además, tienes el consumo de alcohol limitado a dos cervezas, enseguida vuelves a engancharte a la dinámica noctívaga como si nada hubiera cambiado. Saltas, cantas y bailas al ritmo de la música, te ríes sin parar, te haces fotos, saludas, haces colas, conoces gente nueva. En un momento de la noche te preguntan si lo echas de menos. Glups. Te sientes mal al confesar que no.  Cuando llegas a casa, mucho más temprano de lo que preveías, te das cuenta de que después de ver la sonrisa de tu hijo, lo segundo mejor es lo bien que te lo sigues pasando con tus amigas. 
Publicado en Las Provincias el 12/06/2015