viernes, 25 de enero de 2013

MALDITAS TARDONAS


Si sumase todos los minutos de todos los ratos muertos que he tenido que aguantar esperando a alguien por su impuntualidad, estoy segura de que el resultado arrojaría una cifra elevadísima. Miles de minutos que juntándolos formarían horas, días, semanas o meses de plantón, perdidos mientras esperaba sola en un restaurante, en la puerta de un bar, junto a un portal o incluso en la calle pelándome de frío o asfixiada de calor. Un tiempo precioso que podría haber dedicado a aprender a algo útil, a leer un libro o a descansar, pero que he tenido que malgastar esperando a que otros llegasen.  El tiempo para mí es un tesoro, el verdadero lujo, la felicidad absoluta cuando se dispone de él.

Por eso, la impuntualidad es una de las pocas cosas que consiguen sacarme de quicio. No concibo cómo alguien puede ser tan egoísta como para considerar que su tiempo vale más que el tuyo. Uno de los propósitos que me he planteado para este año es ser menos puntual. La puntualidad, aunque  debiera ser una virtud de la que enorgullecerse, es para mí casi un vicio del que no consigo escapar. Quizá por esa manía mía de respetar a las personas con las que quedo, siempre suelo llegar minutos antes de lo acordado y para ello el único secreto es salir un poco antes de casa por si surge algún imprevisto.  No parece tan difícil. Debí portarme mal en mi anterior vida, porque casi todo mi círculo cercano son tardonas profesionales. Mis amigas tienen un máster en este hábito, y  ahora con la llegada de la maternidad, se acrecientan sus tardanzas y se multiplican las excusas. Menos mal que existe el Whatsapp y al menos ahora, espero calentita en casa, aunque siga maldiciéndolas igual que antes.  
Publicado en Las Provincias el 25/01/2013

viernes, 18 de enero de 2013

LA ODIAMOS


Buscaba información para un trabajo, cuando le consulté a mi compañera de piso que le parecía que incluyera alguna ilustración de una conocida artista valenciana. Al escuchar su nombre, cambió el rictus y me contestó categórica: “La odiamos”. Le pregunté con curiosidad el motivo de esa animadversión en plural. Es una maltratadora de hombres y nos los deja a todos para el desguace. Hombre que pasa por sus manos, hombre que acaba de psiquiátrico. Menos mal que se mudó a Madrid hace unos meses, que si no sería el 90% de los tíos solteros de esta ciudad”. Al parecer varias de sus amigas habían tenido que recoger los despojos de algunos de estos individuos que habían perdido la cabeza por esta Mata Hari autóctona, y claro, la solidaridad femenina hace que aunque no hayas cruzado una palabra con ella en tu vida, también le profeses profunda antipatía.

En el 90% de las pandillas formadas por mujeres, siempre existe una hostilidad común hacia algún ejemplar de nuestro género, que se suele caracterizar por un físico despampanante, una simpatía desbordante, una cuenta corriente desahogada y el resultado natural de esta suma, que no es otro que un éxito desmedido con los hombres. Si además alguna de nuestras respectivas parejas, o incluso ex parejas, tuvo el más mínimo roce con ella en el pasado,  la guerra está declarada. La realidad es que en cuanto indagas un poco en la vida de estas seductoras profesionales, te das cuenta de que la amenaza no es tal y sus vidas son tan ordinarias como la del resto de los mortales. ¿Por qué entonces ese odio visceral? Evidentemente, por lo divertido que es despellejarlas en una conversación nocturna entre Gin tonic y Gin tonic. 

Publicado en Las Provincias el 18/01/2012

viernes, 11 de enero de 2013

HASTA QUE EL TRABAJO NOS SEPARE


Si Shakespeare hubiera escrito “Romeo y Julieta” hoy, puede que en lugar de dos familias enfrentadas que se oponen a la pasión de los amantes, el escritor hubiese elegido otro tipo de obstáculo más acorde a estos tiempos. Imaginen. Romeo, 36 años, licenciado en Arquitectura y con un reconocido máster a sus espaldas lleva casi tres años en el paro.  Julieta, 32 años, desde que terminó Periodismo ha pasado por varias empresas cobrando una miseria, ahora está pendiente de un ERE en la televisión en la que trabaja. Romeo, a punto de tirar la toalla, consigue un trabajo en Alemania. Romeo y Julieta tendrán que poner a prueba su amor a través de la distancia superando toda clase de impedimentos: no hay vuelos low cost a Berlín, el apartamento que Romeo comparte con otros tres españoles es una ratonera en la que no hay intimidad, los celos de Julieta hacia las alemanas…

Quién nos iba a decir a los de mi generación que a las dificultades cotidianas por las que atraviesa una pareja,  ahora se le iba a añadir una nueva, la de vivir alejados a la fuerza. Conozco ya muchos casos. Parejas que con un bebé de pocos meses tienen que vivir separados por 500 kilómetros, otras que han tenido que aplazar sine die el deseo de ser uno más, algunas que deciden que uno de los dos haga las maletas para buscar un futuro para ambos. Los más afortunados pueden verse los fines de semana, donde apuran cada segundo como si fuera el último, y dan gracias al AVE y al Skype por existir. Mientras el banquero o el político de turno retozan con su querida en un hotel de cinco estrellas o pasan las navidades en Baqueira, a nosotros solo nos queda repetirnos, lo que el amor ha unido, que no lo separe la crisis. 


Publicado en Las Provincias el 11/01/2013


viernes, 4 de enero de 2013

RESACOSO REY MELCHOR


¿Cómo pasa un hombre de llevar camisetas de los Ramones a disfrazarse de Rey Melchor? ¿Qué oscuras fuerzas deben confluir para dar ese salto claramente involutivo?  La respuesta es fácil. La paternidad.  A las mujeres se nos acusa muchas veces de convertirnos en unas pelmas cuando tenemos hijos, sin embargo se habla poco de cómo la descendencia cambia el comportamiento del macho.  La semana pasada me acerqué a ver a mi mejor amigo. Sus profundas ojeras y su tono de voz denotaban cansancio.  Me contó que a petición de su chica, se había pasado toda la tarde en la guardería de su hija ataviado con peluca, barba blanca, túnica cutre y corona de plástico malo haciendo de Rey Mago junto a otros dos padres.


Yo no daba crédito. Mi amigo, el mismo que cuando nos conocimos hace 20 años llevaba el pelo casi por la cintura, botas militares y aspecto siniestro que solía provocar que las ancianitas cambiasen de acera, hoy convertido en un vulgar Melchor... Pero el origen de su estado no se debía solo al largo viaje que había hecho desde Oriente. Al parecer la noche anterior había salido a tomar algo, la cosa se animó y terminó volviendo a casa a las seis de la mañana. Pensó que tendría todo el día para recuperarse, pero entre unas cosas y otras, sólo pudo dormir una hora. Una vez ya con el disfraz puesto, su mujer le acusaba, entre divertida y un pelín cabreada, de oler todavía a alcohol. “Menudo ejemplo, un Rey Mago borracho”. Mi amigo pasó el trago con dignidad y repartió los regalos a los niños completamente ajenos a la infernal resaca que atravesaba su Majestad. Gaspar y Baltasar parece que se percataron, pero fueron solidarios y no dijeron nada. Ay, la paternidad. Menos mal que no puede cambiarlo todo. 
Publicado en Las Provincias el 04/01/2013