domingo, 24 de marzo de 2013

LA ALBUFERA, DESTROZO OLÍMPICO


Ni he participado nunca ni conozco a nadie cercano que milite activamente en movimientos o plataformas ciudadanas como Salvem L’Horta, Salvem el Botànic o el todavía vigente Salvem el Cabanyal. Mi falta de implicación en estos asuntos no ha sido debido a falta de interés por las causas que defienden, que considero loables, sino simplemente porque no me tocaban de cerca.  Imagino que si mi vivienda fuera una de las afectadas por los derribos del barrio marinero, me habría movilizado en contra de lo que hubiese considerado injusto. Estos días hemos sabido que el Instituto Noos presentó en 2005 un proyecto que pretendía convertir el Parque Natural dela L’Albufera  en una “Villa Olímpica”. Una salvajada que incluía 200.000 m2 de edificabilidad, 1.200 amarres, y más de 3.000 viviendas que hubieran causado un grave deterioro a la fauna y flora del Parque.




Estoy segura de que si el proyecto hubiera salido adelante, los que por unas causas o por otras estamos ligados al paisaje que inmortalizara Blasco Ibáñez en su célebre “Cañasy Barro”, habríamos desenterrado el hacha de guerra para evitar que se materializara esta barbaridad. Mi buen amigo Marcos vive desde hace años en una zona privilegiada, una casa a orillas del lago, rodeada de agua y arrozales. Todos los veranos salimos alguna tarde a pasear en su barca de madera por las serenas aguas de la Albufera.  La primera vez que disfruté de esta maravilla recuerdo que pensé que los vericuetos que enmarcan este espacio natural no tenían nada que envidiar a cualquier postal exótica de Camboya o Vietnam.  No tengo ninguna duda de que mi amigo hubiera encabezado el comando para salvar la Albufera. Y sospecho que no hubiese sido un movimiento precisamente pacifista. Por suerte, alguien de la Administración debió darse cuenta a tiempo del desatino que supondría ahuyentar a patos, garzas, anguilas y samarucs y sustituirlos por sofisticadas embarcaciones último modelo para el uso y disfrute de unos cuantos ricachones. Que los políticos hubiesen intentado robarnos también las espectaculares puestas de sol de la Albufera, habría sido lo último. 

Publicado en Las Provincias el 24/03/2013

viernes, 22 de marzo de 2013

PRIMER CONTACTO CON EL BOTOX


Aunque soy defensora a ultranza de la sanidad pública y las pocas veces que he ido al médico siempre lo he hecho a través de la Seguridad Social, me mosqueaba una sospechosa mancha que había emergido en mi espalda y decidí pasarme por una consulta privada para salir de dudas cuanto antes. Me atendió un dermatólogo de unos cincuenta años, exquisito en el trato y que guardaba cierto aire con Richard Gere. Después de examinarme, me dijo que no debía preocuparme, la extraña aparición sobre mi piel se debía simplemente a las huellas del exceso de sol. Respiré aliviada, pero el doctor, con voz grave y semblante serio me dijo que tenía que comentarme otro problema que había detectado. Salió un momento de la consulta mientras yo imaginaba todo tipo de enfermedades incurables. ¿Cáncer? ¿Lepra? ¿Algún bicho exótico que me traje de mi último viaje?  Los minutos hasta que regresó fueron interminables.
Una vez se hubo sentado en su sillón, el tío me soltó que había notado que alrededor de mis ojos asomaban unos breves surcos, conocidos popularmente como líneas de expresión. Nada grave. Nada que no pudieran solventar unos chutes de botox, que por supuesto él podría administrarme después de apoquinar 400 euros por sesión. “Es completamente indoloro. "Dos veces al año y tu mirada volverá a lucir como la de una quinceañera”.  Mi estado de alucinación fue tal que no fui capaz de contestarle y decirle que estaba muy contenta con mi mirada de treintañera, y que esas arrugas eran el resultado de muchas muecas, infinidad de risas y algún llanto que no pensaba eliminar de mi cara con un pinchazo de una sustancia química paralizante. La próxima vez, volveré a la sanidad pública. Hay listas de espera, pero al menos no intentan transformarte en una vulgar Barbie.   
Publicado en Las Provincias el 22/03/2013

miércoles, 20 de marzo de 2013

LA VERGÜENZA DE SER JUEZ


Conocí estas Fallas al primo de una amiga cercana. Tras un rato de conversación, le pregunté a qué se dedicaba y me confesó con cierto reparo que era juez. Como no suele ser habitual, al menos en mi caso, estar cerca de un señor que decide sobre la inocencia o culpabilidad de las personas, activé la periodista que llevo dentro y le asedié a preguntas comprometidas. Tenía curiosidad por saber qué opinaba acerca de las tasas judiciales, de la Ley de Desahucios y de los indultos del Gobierno.  A la tercera copa se soltó y me reveló que pensaba que los jueces en España estaban tan mal considerados que a él le daba vergüenza contarle a desconocidos cuál era su profesión. Manda huevos que después de una carrera de cinco años y otros cinco preparando la tercera oposición más difícil que existe, uno tenga que decir con la boca pequeña o incluso ocultar que es uno de los guardianes de los tres poderes fundamentales sobre los que descansa el Estado.

Es difícil sentirse orgulloso hoy en día de pertenecer laboralmente a un colectivo. Yo misma he tenido que aguantar más de un comentario desagradable acerca de lo vendidos que estamos los periodistas y de la servidumbre que profesamos a intereses políticos y económicos. Tampoco formar parte de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado es hoy una garantía de buena reputación, más bien al contrario. Pienso en trabajadores de banca, economistas o funcionarios. No es raro hacer chistes fáciles sobre su profesión.   La palma, por supuesto, se la llevan los políticos. Parece más digno poner copas o limpiar escaleras que trabajar en cualquier Parlamento Autonómico. Esto indica que el sistema en el que vivimos está obsoleto, desgastado, podrido. Para volver a hacer dignas nuestras profesiones y que la sociedad recupere la confianza perdida, solo se me ocurre hacer bien nuestro trabajo. Es la única forma de sentirnos orgullosos de nuevo de lo que somos.  




Publicado en Las Provincias el 20/03/2013

lunes, 18 de marzo de 2013

UNA IGLESIA POBRE PARA LOS POBRES


En el colegio de monjas en el que estudié hasta los 14 años, la religión no se enseñaba, sino que se imponía.  Se inoculaba en las mentes a medio formar de los chavales de una forma demasiado brusca. Además de la obligación de ir a misa todos los viernes, varias veces al año debíamos confesarnos. Ese momento suponía para mí un trauma. Recuerdo que una vez, a la hora de poner en práctica el sacramento, debí abrir mi alma demasiado y le dije al cura alguna idea absurda que se me pasó por mi perversa cabeza de once años. El hombre no debía ser un lince en psicología infantil y en lugar de quitarle hierro al asunto, me obligó a rezar diez padrenuestros y quince avemarías. Mientras mis amigos jugaban en el patio, a mí me tocó estar rezando durante casi una hora para absolver mis graves pecados y volver a ser una buena cristiana.  Fue la última vez en mi vida que me confesé y supuso uno de los primeros pasos hacia el ateísmo que hoy practico.

Entre los mares de tinta que ha originado la elección de nuevo Papa, leo que los alumnos del Colegio del Salvador que coincidieron con el entonces padre Bergoglio preferían confesarse con este antes que con el cura con el que lo hacían habitualmente, ya que el Sumo Pontífice no tenía la costumbre de pegar el cachete de rigor ante la confesión del pecado de la masturbación. De momento, por su trayectoria y sus manifestaciones, el Papa Francisco I parece ser una persona que puede cambiar el rumbo de una Iglesia demasiado alejada en ocasiones de las necesidades terrenales. Si el jesuita intenta llevar a la práctica sus deseo manifiesto del pasado sábado de una Iglesia pobre para los pobres, puede que consiga que los descreídos como yo cambiemos de opinión ante una institución eclesiástica que en muchas partes del mundo ha sido de ricos para los ricos. Las cosas no se dicen, se hacen y de momento a Bergoglio le queda mucho trabajo por delante. Ojalá lo consiga.


Publicado en Las Provincias el 18/03/2012

sábado, 16 de marzo de 2013

QUINCE MINUTOS DE FAMA


Debe de ser muy difícil resistirse a la tentación de la fama rápida y el cheque en blanco. Por mucho que pensemos aquello de “yo no me vendería”, la realidad es que llegado el momento, ni  yo, ni probablemente la mayoría de lectores pudieran negarse a una oferta jugosa que te arreglara una buena temporada. Por eso es tan extraordinario comprobar que hay gente que no se traiciona y que, pese a haber probado las mieles del triunfo, prefiere seguir como siempre, con su viejo coche, los amigotes de toda la vida y la señora que te ha acompañado en los últimos 20 años. Rodríguez, el protagonista de la excepcional historia que cuenta “Searching for Sugar Man”, documental ganador del Óscar en la pasada edición, es una de estas rara avis que prefiere continuar con su humilde existencia frente a otra llena de placeres y lujos. No hay muchos ejemplos así. A raíz del asqueroso caso de transfuguismo que ha aupado al PSOE a la alcaldía de Ponferrada con la ayuda del ex alcalde Ismael Álvarez, condenado por acoso sexual, leía como su víctima, Nevenka Fernández, nunca aceptó que la entrevistasen en ningún medio de comunicación tras la condena.  Probablemente los ceros que le ofrecieron en muchas televisiones superaban con creces el sueldo que ganaremos cualquiera de nosotros en bastantes años.

Frente a estos casos, alucino al ver como también otra concejala, famosa por la difusión de un vídeo erótico, se lanza a la piscina, literal y metafóricamente, de los focos y los quince minutos de fama en un programa de televisión, que ni he visto ni tengo ningún interés en ver. Tampoco entiendo por qué Santiago Segura, con una sólida carrera a sus espaldas como actor y director, se expone de esa forma en otros programas de igual calibre. Cada cuál puede hacer con su existencia y su cuenta corriente lo que se le antoje, pero luego, cuando los flashes de los paparazzi les deslumbren en su vida privada,  que no se quejen. 


Publicado en Las Provincias el 16/03/2012

viernes, 15 de marzo de 2013

LOS PELIGROS DE LAS SUPOSICIONES


Hay ciertas cosas que se presuponen. Presuponemos que cuando vamos al médico, éste podrá curarnos, que cuando una pareja se casa, lo hace para toda la vida, también que nuestro jefe ocupa ese puesto porque sabe más que nosotros y desde luego, presupones que cuando un hombre te tira los tejos durante una larga temporada y finalmente te invita a cenar, es que no tiene pareja. Pero quizás es mucho suponer.  Mi amiga Blanca había salido escaldada de una historia amorosa hace no demasiado tiempo. Después de que un compañero de trabajo le rondara durante dos meses con mensajes cariñosos, palabras bonitas y atenciones especiales, aparcó sus miedos y reticencias y decidió aceptar su invitación. Le echaba para atrás que el susodicho acarreara con dos hijos, pero yo la animé diciéndole que a ciertas edades lo extraño era no tener cargas familiares o taras sentimentales. Esa noche, mi amiga fue a la cita con esa mezcla de ilusión y pavor que te produce el primer encuentro a solas con alguien que te gusta.
No habían pasado ni tres horas, cuando mi teléfono sonó. Era Blanca. Me llamaba para contarme que ya estaba en casa y que la cosa no había resultado como esperaba. Al poco de empezar a cenar,  el tío le confesó que no estaba separado. “Pero me gustas mucho. Esto no lo había hecho antes, pero contigo es diferente” le espetó lacónico. Ella, que ya tiene cierta experiencia en bregar con caraduras, le explicó amablemente que su relación no cruzaría la línea de una bonita amistad.  No hay que presuponer nada en los tiempos que corren. También dimos por sentado que nuestro dinero estaba más seguro en los bancos que debajo del colchón y que cuando votábamos a nuestros políticos, estos iban a defender nuestros intereses. Y miren como nos ha ido. 
Publicado en Las Provincias el 15/03/2012

miércoles, 13 de marzo de 2013

23.000 euros al día


Con 32 años, es pronto para pensar en mi jubilación, pero dadas las funestas previsiones de los expertos en cuanto al incierto futuro del sistema público de pensiones, me rondaba la idea desde hace tiempo de contratar un fondo de pensiones privado. El hecho de tener que hacerlo a través de una entidad bancaria me provoca rechazo, tal es mi aversión y desconfianza hacia este tipo de empresas. Como soy una ignorante en asuntos financieros, en nuestro último encuentro, se lo comenté a mis amigas, que tampoco es que sean unas eruditas en la materia, y todas coincidieron en que, por causas que no acerté a entender, no valía la pena, ya que la cifra que conseguiría reunir al cabo de años de ahorro sería ridícula.  



Al día siguiente de la conversación, leía en este diario cómo la crisis también había afectado a los ejecutivos de las grandes empresas españolas que habían visto reducirse sus colosales sueldos a números que siguen siendo indecentes, por mucha empresa privada en la que trabajen. Uno de ellos, el vicepresidente de uno de los mayores Bancos del país, tiene ahora mismo en su plan de pensiones 88 millones de euros. Imagino que habrá podido ahorrar ese piquito separando una parte de los 23.000 euros que cobra al día, a pesar de que ha visto como su salario se reducía un 29% respecto al año anterior. Pobrecito. Las nóminas del resto de altos directivos de las grandes compañías no se alejaban de estas cifras obscenas. Frente a ellos, jueces, médicos y profesores perciben un sueldo, que aunque pudiese parecer suficiente, no corresponde con la responsabilidad que desempeñan. Y aunque quede mal decirlo, incluso el Presidente del Gobierno y sus Ministros cobran cantidades ridículas en contraposición con estos empresarios millonetis, que en su jubilación no tendrán que irse a vivir con los hijos ni echar mano del IMSERSO porque un ejército de sirvientes les limpiará el culo en sus yates de lujo.

Publicado en Las Provincias el 13/03/2013

viernes, 8 de marzo de 2013

DEFECTUOSOS


Seguro que si ustedes son usuarios de Internet lo habrán visto. El último fenómeno en Internet se llama Harlem Shake y es una gilipollez tan mayúscula, que si algún lector no ha tenido la oportunidad de verlo todavía on line, probablemente no dé crédito.  Son vídeos de unos 30 segundos en los que aparece una persona, normalmente ataviada con una máscara, bailando de forma chusca, en un lugar en el que el resto simula trabajar sin percatarse del tonto que tienen al lado.  A los pocos segundos y con el cambio de ritmo de la insufrible canción, aparecen en el plano todos los presentes haciendo el mono y contoneándose de forma frenética mientras lucen disfraces ridículos.  A la mayoría de gente que conozco le hace muchísima gracia y yo, que creo que no carezco de sentido del humor, no paro de preguntarme qué le ocurre al ser humano para tener que recurrir a estas bobadas.
En pocas semanas, se han publicado miles de vídeos imitando esta moda. Algunas cifras hablan de 4.000 nuevos vídeos al día y más de 44 millones de visionados. Los escenarios que acogen estas representaciones son de lo más dispares, desde un camión de bomberos a una sala de reuniones, oficinas de todo tipo, un vagón de metro o incluso debajo del agua. Todos luchando por llamar la atención y ganar la medalla de oro a la estupidez.  En Australia, han sido despedidos quince mineros después de que subieran a Youtube su versión del asunto. A la empresa no le pareció divertido que utilizaran su puesto de trabajo para tales menesteres. Ellos dicen que necesitaban “un poco de diversión para aguantar el turno de noche”. A mí se me ocurren muchas otras formas de esparcimiento antes que hacer el imbécil en las profundidades. Llámenme sosa. Definitivamente, la especie humana está defectuosa. 

Publicado en Las Provincias el 08/03/2013

viernes, 1 de marzo de 2013

VIAJES COMPARTIDOS

¿Qué tienen en común un militar colombiano, dos niñas bien recién licenciadas en odontología, un controlador aéreo mileurista que trabaja el aeropuerto de Burgos, un estudiante de Informática que vive en un albergue juvenil desde hace meses y comparte cuarto con otras ocho personas, un padre separado que solo ve a sus hijas cada 15 días y un sacerdote alemán de mediana edad apasionado de los toros? Aparentemente nada, pero con todos ellos he mantenido largas conversaciones de más de tres horas y he compartido gastos y la mitad de algún que otro bocadillo durante los 300 y pico kilómetros que dura el trayecto Valencia Madrid. A ellos, como a mí, les venía mal desembolsar lo que cuesta un billete en el AVE, y decidieron compartir coche para que el recorrido resultara más ameno y más económico. 

Compartir coche es una manera de viajar cada vez más extendida, sobre todo para aquellos que cada semana se ven obligados a quemar kilómetros, ya sea por motivos familiares, sentimentales o laborales. Al principio, cuando llegas al vehículo, cuesta un poco soltarse. Durante los primeros veinte minutos solo planean tímidas preguntas acerca de las razones del desplazamiento, pero al cabo de hora y media ya conoces las aventuras y desventuras de todos tus compañeros y al llegar al destino, incluso te despides con ese falso auto convencimiento de que algún día quedaréis a tomar unas cañas. Aunque la mayoría de experiencias han sido positivas, también me he topado con algún personaje. Una vez me tocó un conductor con pinta de psicópata que confirmó mis sospechas al poner a Bustamante todo el camino. Ahora que han bajado los precios del AVE, suelo coger el tren. Es más cómodo y más rápido, pero no permite asomarse a estas vidas tan heterogéneas como fascinantes. 

Publicado en Las Provincias el 1/03/2012