Es época de listas. Allá donde miro, encuentro un
listado con las diez mejores películas y discos del año, los cinco cómics más
recomendables, las recetas más sabrosas, los restaurantes que hay que visitar
el año que viene, las series indispensables, los libros que hay que leer y los
goles que pasarán a la historia. Me abruma darme cuenta de todas las cosas
imprescindibles que me he dejado en el camino de este 2014. Hay listas que nos
hacen rememorar los momentos importantes del año, un vino, una canción o un destino
que el lector encuentra en ese resumen y que le despierta sensaciones, otras son
negras enumeraciones que nos hacen enfrentarnos a lo peor de la naturaleza
humana: los países donde mueren más niños, los peores conflictos armados, los
partidos con mayor corrupción.
Hacemos listas para comprender mejor el mundo, para ordenar
nuestro pensamiento, para dejar hueco a lo importante y desterrar lo superfluo,
para clasificar nuestras experiencias y darle un sentido al exceso de información
que nunca deja de avasallarnos. Llega
diciembre y los periodistas nos convertimos en prescriptores, consejeros y
teóricos con derecho a establecer y catalogar lo mejor y lo peor del año,
muchas veces con criterio discutible. Así que si hacen balance de los últimos
doce meses y se dan cuenta que no entendieron una palabra de Interstellar o que Boyhood les pareció un tostón, si no pudieron terminar la última
novela de Javier Marías o prefieren la música facilona de Enrique Iglesias a la
voz profunda de Leonard Cohen, no se preocupen. El inventario personal de cada
uno es el que cuenta, porque nos hace estremecernos de emoción independientemente
de su contenido. No dejen que nadie les diga cómo hay que vivir y qué hay que
sentir y menos un periodista.
Publicado en Las Provincias el 26/12/14