viernes, 29 de julio de 2016

VIAJAR CON NIÑOS

Foto: Ricard Chicot


Olvídate de ese inicio del viaje, tan anhelado, en el que el avión ha despegado y tienes dos, tres, cuatro horas para ponerte al día con las revistas que no has tenido tiempo de leer en los últimos meses. De hecho, olvídate de la lectura en general. Dile adiós a las habitaciones de hotel con camas infinitas y duchas que podrían durar toda la vida. Lo más práctico ahora es buscar un apartamento, con cocina, bañera y a ser posible juguetes. Aunque el bebé tenga cuna propia, acabará durmiendo entre los dos la mayoría de noches, reduciendo los momentos de intimidad, esos que vuelven a avivarse en los viajes, al mínimo.  Si eres de los que presumías de moverte ligero de equipaje, reprograma tu cerebro para facturar una maleta de 20 kilos llena de pañales, potitos, medicinas, muñecos, ropa por si hace frío y ropa para el calor.


Vas a madrugar, quieras o no, otra cosa es ponerse en marcha. Con suerte, a partir de las once saldrás del alojamiento para recorrer la ciudad o irte de excursión. Tomarte una cerveza tranquila, sentada, repasando con tu pareja las fotos de la jornada se hace más difícil que formar gobierno en España. De reservar mesa en ese excelente restaurante que te han recomendado, ni hablamos. Te vas a perder el ocio nocturno de esos barrios de moda de los que habla la guía, pero verás una peli de dibujos animados en la tablet cada noche. Viajar con críos pequeños tiene muchos momentos de agobio, pero duran poco. Todas las limitaciones, las renuncias y el cansancio se esfuman al darte cuenta que ningún país, ningún paisaje, ningún castillo ni museo, ninguna montaña o isla que hayas recorrido, por muy espectaculares que sean, se igualan a la satisfacción de ver a tu niño corretear feliz y saber que le estás inoculando el virus del amor por viajar. 

Publicado en Las Provincias el 29/07/2016

viernes, 22 de julio de 2016

VEINTE AÑOS NO ES NADA



¿Qué carajo iba a hacer yo allí?, me preguntaba mientras me dirigía hacia el Carmen donde habíamos quedado. ¿De qué hablaría con ellos después de casi dos décadas sin vernos?, pensaba, yo que nunca me sentí identificada con ese colegio al que fui con catorce años y muchos prejuicios sobre la clase social de los alumnos. ¿Se acordarán de mí?, me decía tratando de recordar los pocos nombres que mi memoria había retenido de los compañeros de aquella época. Llevaba 18 años sin ver al 95% de la gente con la que me encontré esa noche. Es curioso que en una ciudad tan pequeña como Valencia, no vuelvas a coincidir con los que formaron parte de tu universo durante tanto tiempo.

Los días previos al reencuentro, me los imaginaba ocupando puestos de relevancia en un Consejo de Administración de alguna gran compañía, serios y formales, con matrimonios perfectos y una tropa de hijos rubios correteando por sus chalets de diseño. Pero no. A la segunda cerveza, el tiempo que habíamos estado sin vernos dejó de importar y la gente resultó ser todavía más maja de lo que era entonces. Había alguno en paro, varios que se habían montado pequeñas empresas, profesoras, psicólogas, directores de banco, muchos mileuristas y pocos que hubiesen llegado a la cima del éxito profesional. Entre sus estados civiles y sentimentales había separados y divorciadas, casados en segundas nupcias y solteras, cada uno con su historia de abandono y superación. La noche se alargó hasta bien entrada la madrugada. Rememoramos viejas anécdotas donde siempre salía algún profesor malparado y nos faltó tiempo para ponernos al día. Contra todo pronóstico, fue una noche estupenda en la que los anquilosados prejuicios de antaño saltaron por los aires. Como el tango, constatamos que veinte años no es nada.

Publicado en Las Provincias el 22/07/2016

viernes, 15 de julio de 2016

EL APARTAMENTO



Somos muchos los que, en cuanto los mapas del hombre del tiempo empiezan a teñirse de colorado, hacemos las maletas y nos mudamos al apartamento. Esa segunda residencia que nuestros padres consiguieron comprar, tirando de ahorros y de mucho esfuerzo, con el objetivo de que la familia, pero sobre todo los hijos pudiésemos disfrutar de él. El apartamento va ocupando, a lo largo del transcurso de nuestra vida, un lugar oscilante que varía entre el odio más absoluto,  el que profesas con quince años cuando tus padres te obligaban a ir mientras tus amigos salían de marcha en la ciudad, y un amor incondicional que nunca pensaste que llegarías a sentir.


Todos los apartamentos, no importa que estén en Gandía, Canet, El Puig o El Perelló, se parecen. A todos han ido a parar las camas y somieres viejos de las casas familiares principales, los cedés que ya nadie escucha desde hace años y las colecciones de libros que regalaban con el periódico en verano. Esas viviendas, construidas en edificios de los años 70 con un sentido estético de dudoso gusto, se ubican en urbanizaciones con nombres compuestos que se repiten por toda la costa de Levante y que no ganarían ningún concurso de ingenio: Solymar, Florazahar, Arenablanca… El apartamento, en el momento en que uno ya tiene críos pequeños, cobra una nueva dimensión. Descubres zonas que jamás habías pisado: la piscina pequeña de temperatura caribeña donde se arremolinan niños y padres y que a determinadas horas se asemeja al infierno del Dante; los columpios, las heladerías que hace tiempo dejaste de frecuentar o los cines de verano. El apartamento, ahora que cada vez somos más y sabes que habrá que empezar a turnarse para ocuparlo, se ha convertido en un maravilloso refugio que nunca creíste que fueses a valorar de esa forma.  

Publicado en Las Provincias el 15/07/2016

ANUNCIO DE UNA SEPARACIÓN



El grupo de rock Aerosmith anunciaba la semana pasada que después de su próxima gira prevista para el año que viene, se separan. Después de 46 años juntos, la banda de Steve Tyler cuelga las guitarras. Al menos eso dice. Algunos grupos de música se han valido de esta estrategia para vender más entradas en su “último tour” sabiendo que lo más probable es que el adiós no sea definitivo y sin tener en cuenta las sensibilidades heridas de sus fans. No hace falta llegar a la categoría de groupie, cuando uno es un verdadero seguidor de un grupo, cuando se te eriza la piel con ciertos álbumes y asocias los mejores años de tu vida a algunas de sus canciones, entonces, el anuncio de la separación se hace demoledor.


A los pocos días de las declaraciones del cantante, una amiga me llamó igual de desolada que Alba Carrillo en el Hola de hace un mes al anunciar que Feliciano López le había pedido el divorcio “de manera fría y calculadora”. Búsquenlo, no tiene desperdicio. Que se disuelva tu grupo de música favorito es equiparable a que se separe la pareja de amigos que más quieres. Ese matrimonio que te parecía perfecto, que había atravesado sus tormentas, como todos, pero que siempre había salido airosa y que nunca jamás pensaste que fuesen capaces de vivir el uno sin el otro. Duele igual. No entiendes como después de tantas alegrías, un día te sueltan que han decidido poner fin a dos décadas de convivencia. Imposible imaginar lo que sintieron los millones da fans de los Beatles con el anuncio de su ruptura. Sin embargo, aunque al principio la pena sea inmensa, hay que fijarse en el recorrido de otros grupos que se mantuvieron juntos solo por dinero (como muchas parejas en la actualidad) y dar gracias por ese cese definitivo y de común acuerdo de la vida marital.

Publicado en Las Provincias el 15/07/2016

jueves, 7 de julio de 2016

IRSE DE ESPAÑA



El domingo noche, mientras veía los resultados de las elecciones, ese gran escaparate de momentos felices, fotos de pies, frases hechas e instantáneas gastronómicas que es Facebook se convirtió en un muro de las lamentaciones en el que muchos de mis amigos y conocidos pedían cambiarse de nacionalidad o expresaban su deseo compungido de irse de España. Es curioso porque esa misma pretensión de abandonar el país la manifestaron varias personas de mi entorno meses antes de las elecciones de diciembre ante el ascenso de Podemos. Unos familiares me dijeron que si Pablo Iglesias llegaba al gobierno, hacían las maletas y se iban a Nueva York. En eso coinciden la izquierda más progresista y la derecha más recalcitrante. Ambas partes rechazan su condición de españoles si el resultado de las urnas no es el que ellos quieren. Puede que en ciertas cosas los dos extremos del electorado se parezcan más de lo que creen.

Tenemos el país que tenemos, para bien o para mal. Con nuestras miserias y nuestras grandezas, con nuestros fallos y aciertos, con nuestro Gran Hermano edición número 17 y nuestro liderazgo en donación de órganos. No creo, como dijo Rajoy en ese discurso psicotrópico desde el balcón de Génova, que España sea una de las mejores naciones del mundo. Creo que hay muchísimo que mejorar. Cruzar la frontera y hacerse francés, alemán o noruego no es garantía de nada. Observen sino el avance de los partidos de ultraderecha en esos países. No hay que ser complaciente ni tampoco resignarse. Mejor quedarse en España, vigilar para que los que políticos cumplan su parte del trato, protestar si no lo hacen y seguir a lo nuestro. Los que alguna vez hemos vivido lejos de casa, sabemos el frío que hace allá fuera y que nada tiene que ver con la temperatura exterior.

Publicado en Las Provincias el 07/07/2016