Si tuviera una niña en lugar de
un niño, la animaría a jugar con pelotas y coches, a subirse a los árboles y a
mancharse el vestido de barro. Si en lugar del cromosoma Y, el azar hubiese elegido
el X, su habitación seguiría siendo gris y blanca, le leería los mismos cuentos
de orugas y astronautas y no le obligaría a comer lo que no quisiera. Si
tuviera una hija en lugar de un hijo, habría muchas cosas en mi manera de
educarla que no cambiaría respecto a lo que ahora hago con un niño. Pero desde
luego, habría otras que sí. Me esforzaría en enseñarle, además de a ser buena
persona, a ser fuerte y valiente, adjetivos que han estado reservados a
nuestros compañeros varones. Pero por encima de todo, trataría de que fuese una
persona independiente. Intentaría hacerle comprender la importancia de valerse
por sí misma. Le mostraría que es la única forma de llegar a ser salvajemente
libre.
En el plano económico, para que
pudiese elegir, en el intelectual para que se formase sus propias opiniones y en
el emocional para que no se pasase la vida buscando a esa otra parte sin la que,
como nos vendieron, no podías sentirte plena. Le enseñaría a aceptar
responsabilidades. Sin ellas, las mujeres no lograremos avanzar. A defender sus ideas y a no aguantar
injusticias. Incidiría en que deben resbalarle las críticas si decide llevar
una vida alejada de lo que se espera de ella. Le diría cada 8 de marzo que se
atreva a reivindicar más medidas contra la discriminación porque aunque crea
que tiene los mismos privilegios que sus amigos, se irá dando cuenta con el
paso de los años que no es así. Si en
lugar de un niño, tuviera una niña, procuraría enseñarle todo esto, pero como
tengo un niño y lo va a tener más fácil, me centraré en repetirle que todos,
hombres y mujeres somos iguales.
Publicado en Las Provincias el 10/03/17
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