Dicen de Dinamarca que es el país del mundo donde sus
habitantes son más felices. No tengo demasiado claro que la felicidad se pueda
medir y reducir a un número en un ranking, pero si es así, seguro que estas diez cosas han contribuido
a ello:
LO QUE SÍ:
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Mobiliario
urbano y espacios públicos
Los descendientes
de los vikingos tienen una conciencia algo más avanzada del espacio público
que nosotros. En el muelle, cualquiera puede coger alguna de las bonitas y
cómodas hamacas y sentarse para descansar, ver pasar los barcos o contemplar el
edificio de la Ópera. Esas coloridas sillas de diseño no duraban en nuestras
calles ni diez minutos.
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Zonas
comunes
También tienen
otro concepto de las zonas comunes. En muchas manzanas, el lugar que ocupan
esos espantosos patios de luces que jalonan nuestras ciudades, es sustituido por espacios llenos de plantas y
flores, mesas para comer o cenar, columpios y piscinas de arena para los niños.
Todo hecho con mucho gusto, sin pintadas ni grupos de chavales con el reggaetón
a toda pastilla en sus smartphones.
Respeto creo que lo llaman.
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Los
arenques marinados
En conserva,
condimentados con pimienta, cebolla, eneldo, sobre un smorrebrod, a pelo o en
ensalada. Me he convertido en fan del arenque. Una de las pocas alegrías gastronómicas que me
ha dado la ciudad.
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Las
bicicletas
En Copenhague se
calcula que más del 51% de la población se desplaza en bicicleta. Cuentan con unos
400 kilómetros de carriles bici. Los coches y los peatones las respetan. Muchas
de ellas llevan delante un cajón donde van los niños el perro o la compra. Es
una maravilla ir en bici por Copenhague.
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La tienda
Lego
Aunque yo fui
más de Tente (era más barato), se me iban los ojos detrás de las construcciones
de Lego que llenaban el cuarto de casa de mi primo. Aquí uno puede resarcirse y
llevarse a casa el halcón milenario, la torre Eiffel o el coche de los
cazafantasmas con sus cuatro protagonistas, también puede diseñar sus propios
muñecos, con sus pelo, sus caritas y su ropa, comprar sueltas cualquiera de las
piezas y recuperar esas tardes de la infancia donde construíamos sueños.
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Christiania
La ciudad libre
de Christiania, una vez que te alejas de la calle principal donde dealers con
pasamontañas exhiben y venden su mercancía en tenderetes, es un buen ejemplo de
que otro mundo es posible. Además del aroma de los porros, allí se respira
tolerancia.
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El
kanelsnegle de Lagkagehuset
La repostería está muy presente en este
país, pero este rollo de canela de una de las mejores panaderías de la ciudad
es espectacular.
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Igualdad
Asistimos a un accidente de tráfico sin
importancia. Un camión se llevó el retrovisor y parte del parachoques de un
autobús de línea. Como buenos curiosos, nos quedamos a ver si las cosas se solucionaban
como en España, insultando al conductor y lanzando toda clase de exabruptos. Del
autobús se bajó una mujer conductora, la sorpresa fue que del camión también, y
no era ningún camioncito, era un pedazo de trailer. Ambas tenían cara de pocos
amigos, pero dirimieron el asunto con mayor serenidad que un hombre.
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Papiroen
Un viejo almacén
donde se almacenaba papel sirve de
contenedor para este mercado de comida callejera con 40 food trucks que ofrecen
gastronomía de todo el mundo. En verano es una delicia sentarse en las mesas de
madera de fuera y ver la puesta de sol o quedarse bebiendo cervezas o mojitos
hasta que se hace de noche, que es bastante tarde. Hay música y un ambiente muy molón. Está muy cerca del Noma, el considerado como
mejor restaurante del mundo durante varios años según Restaurant Magazine, así
que si no se consigue mesa allí, uno puede cruzar a Papiroen y ahorrase unos cientos
de euros.
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Tivoli
Un parque de atracciones que nada tiene que
ver con lo que estamos acostumbrados. Es pura fantasía.
LO QUE NO:
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Es caro
Para un español
medio, hipotecado, mileurista que viaja en Ryanair y se lleva fiambre envasado
al vacío a los viajes, es un país caro. Sobre todo la comida, tanto en el
supermercado como en un restaurante. La cerveza tampoco es barata.
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Gastronomía
Copenhague cuenta
con diez restaurantes con estrella Michelín, además del mencionado Noma, así
que no seré yo la que diga que se come mal en la ciudad, pero nuestra experiencia
fue muy mala. Mucho sándwich y mucha salsa. Si se quiere comer bien hay que
desembolsar una cantidad considerable de dinero. Pedir una botella de vino es
tirar la casa por la ventana. Espero que algún día, cuando vuelva, cambie mi
opinión.
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Pavimento
Las calles y aceras de la mayor parte de la
ciudad son de piedra. Si llevas un carro de bebé, es un coñazo.
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Obras
Copenhague está en pleno despegue desde
hace tiempo. La arquitectura es una maravilla, pero hay obras, grúas, calles y
plazas cortadas por toda la ciudad.
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Noches cortas
En esta época del año alrededor de las 5 de
la mañana empieza a amanecer. Hay unas seis horas de oscuridad. Además, las casas
no tienen persianas y muchas ni cortinas, por lo que se hace difícil dormir si,
como a mí, te molesta mucho la luz.
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El
Báltico
Nos dimos un chapuzón en el Báltico, pero
me pareció un mar muy soso. Sin olas, sin viento, con poca personalidad. Ni
siquiera estaba fría. Me decepcionó.
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El
camarero del Kanalen
En el único
restaurante bueno al que fuimos a cenar, el camarero nos trató fatal. Menos mal
que antes de que nos amargara la cena, la sustituyó otra camarera encantadora. Imbéciles
hay en todos los sitios, también gente estupenda.
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Intimidad
El apartamento que alquilamos por Airbnb
estaba muy bien, aunque al principio tenías la sensación de haber invadido una
casa ajena. Todas las pertenencias de la familia de la casa estaban allí, su
ropa, su calzado, sus toallas… Los niños de la casa dormían en la misma
habitación que los padres, así que tuvimos que compartir cuarto con nuestro bebé.
Intimidad, cero patatero.
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Calor
El cambio climático también ha llegado hasta
estas latitudes. Elegimos Dinamarca para huir del calor y nos encontramos con
temperaturas altísimas. Además, como no están muy acostumbrados en muchos
sitios no hay aire acondicionado.