viernes, 30 de mayo de 2014

CALLES NEGRAS


Valencia, tierra de luz y color posee también un reverso oscuro que se esconde bajo su asfalto y suele concentrarse en zonas marginales, aunque no sea coto exclusivo de los arrabales. Esa Valencia que preferimos no mirar está poblada por atracadores desesperados, yonkis sin nada que perder y asesinos sin alma que una vez cometido su delito se convierten en protagonistas de las páginas de los periódicos. La crónica negra de un lugar forma parte de su identidad, como lo es la propia historia o las tradiciones. Hay lugares que quedarán vinculados para siempre a los macabros sucesos de los que fueron escenario. Alcàsser es, por desgracia, el mejor ejemplo. Algunos de estos casos pasan de puntillas, otros como el del camionero linchado en el barrio de Nazaret o el de la prostituta de lujo asesinada acaban transformados en  vergonzosas sombras.

La exposición fotográfica “Calles Negras. Valencia 1980-2000”, que estos días acoge el MUVIM, recoge 50 imágenes tomadas por fotoperiodistas que fueron testigos de las huellas de algunos de los crímenes más famosos perpetrados en la provincia. Muestran el trabajo de unos profesionales que durante 20 años han retratado a víctimas y verdugos desde un prisma que intenta dejar fiel testimonio de los hechos sin herir la sensibilidad del lector. Ese morbo, consustancial a todo ser humano, hace que cualquiera de estas truculentas historias nos atraigan al mismo tiempo que nos repelen. Por decisión expresa de sus organizadores, las dos fotografías que cierran la exposición rompen esas normas editoriales tácitas de mostrar el suceso ahorrando al espectador la crudeza que las envuelve. Es entonces cuando uno agradece el blanco y negro de las fotos y sin apartar la vista, se da cuenta de que hay cosas que es mejor obviar. 

Publicado en Las Provincias el 30/05/2014

viernes, 23 de mayo de 2014

VAYAN A VOTAR


Abro las cartas que llegan estos días al buzón y leo con atención los mensajes que envían los candidatos intentado convencerme para que les de mi voto. Hablan de responsabilidad, derechos, democracia, futuro, libertad y progreso. Pretenden que nos traguemos su cuento con frases huecas y promesas vacías, advertencias temerosas, utopías infantiles y algunas mentiras. Solo con ellos al frente, esa vieja Europa maltrecha conseguirá levantarse. Solo con las siglas que defienden sus partidos, España saldrá del agujero. Ante tanto disparate, cualquier mente mínimamente lúcida se reafirma en esa cómoda posición abstencionista y decide programar cualquier actividad para el próximo domingo que le impida acudir al colegio electoral. Mejor mantenerse ocupado con la barbacoa familiar en el chalet y no pensar. No actuar, no participar ni decidir. Declararse apolítico, sacudirse el problema de encima, pasar de todo.
La clase política gana si hacemos caso al desencanto que a todos en mayor o menor medida nos embarga. Ellos anhelan nuestra pasividad para perpetuar su modo de hacer las cosas. Así que aunque no estén convencidos y su voto no sea meditado, el domingo, antes de irse a la playa o después de volver del cine, rebusquen en su conciencia y acudan a las urnas. Encuentren su razón y vayan a votar, aunque sea en contra de algún partido o porque les cae mal algún candidato y quieran castigarle. Voten para tener algo que decir ante los 17.000 euros mensuales de sueldo que cobrarán los eurodiputados los próximos cinco años.  Voten para poder quejarse luego con fundamento y para ensayar ante las generales de 2015. Aunque tengan que ir con la nariz tapada a depositar su papeleta. Solo con el voto podremos demostrar que no tenemos los políticos que nos merecemos

martes, 20 de mayo de 2014

DIETAS O PAÑALES

El verano acecha implacable y con él las prisas para condensar en mes y medio todo lo que no hemos hecho en este último año. Observo una tendencia que se repite y divide a las mujeres en dos maneras de afrontar esta temporada. Las que, como yo, seguimos postergando la llamada de la maternidad, intentamos estos días ponernos a punto para enfundarnos el temido biquini. Adiós cervezas, hasta luego comida grasienta y hola zapatillas de deporte. Nos lo proponemos cada lunes, concienciadas al máximo hasta que el miércoles por la noche sucumbimos a cualquier plan que suponga la ingesta de todas las cañas que nos hemos negado en los últimos tres días. Se acabó el deporte hasta el siguiente lunes. Comenzamos así un bucle infinito que termina el 1 de julio cuando ya tenemos vía libre para comer, beber y holgazanear sin remordimientos.

Por su parte, mis amigas madres aprovechan este mes para emprender una tarea aparentemente titánica, quitarle el pañal a sus bebés. De cara al verano, conviene que los retoños hayan aprendido a controlar sus esfínteres por aquello del escarnio público en la piscina comunitaria y porque en septiembre, cuando empiece el colegio, así lo exigen.  Quedar con ellas este mes es arriesgarte a que te enseñen un vídeo en el móvil de la primera caca de Rosita en el orinal o asistir al espectáculo de Paquito que solo quiere hacerlo al aire libre, aunque estemos en el club de tenis más pijo de Valencia. Alguna amiga simplemente se niega a salir de casa para evitar la vergüenza de recoger regalitos allá donde vaya. Entre ambos desafíos, está claro cuál de ellos presenta mayor complejidad. Tarde o temprano, los niños aprenden a ir al baño mientras nosotras, cada año, repetimos la misma cantinela: el lunes me pongo a dieta y me apunto al gimnasio. 

Publicado en Las Provincias el 16/5/2014

viernes, 9 de mayo de 2014

TACONES DE AGUJA

Tras años de convulsas relaciones sentimentales y rupturas abruptas con hombres cuyo equilibrio emocional no era demasiado estable,  mi amiga Blanca me anunciaba hace unos meses que por fin había conocido a “un tío normal”.  Sin taras de ninguna clase, exento de tormentos que lo mortificasen, libre de vicios, manías y aficiones absorbentes, con un carácter apacible y un trabajo estable y aburrido. Un chollo, según ella. Un tostón, pienso yo.  Un novio pantufla, como se le conoce vulgarmente. Un hombre confortable para estar por casa, agradable al tacto y a la vista pero con escasas aspiraciones a convertirse en algo más que un refugio que aporta serenidad y relax doméstico a la relación.  No es la primera de mis amigas a la que le escucho que quiere estar con un tío normal y corriente. De hecho, la mayoría de mujeres solemos manifestar ese deseo después de un desengaño amoroso.


Puede que durante un tiempo  descartemos a cualquier individuo que presente alguna arista y nos centremos en aquellos que nos ofrecen noches de tranquilidad y letargo, un camino plácido y una existencia sin baches ni vaivenes. Sin embargo, esa anhelada comodidad se vuelve pronto demasiado soporífera. Volvemos entonces a buscar hombres cuya imperfección nos estimule, nos dejamos embaucar por las subidas y bajadas de la montaña rusa y acabamos enganchadas a esa cuerda floja que sostiene a los tipos anómalos de los que tanto huimos.  Es el novio zapato de tacón.  Es incómodo en ocasiones e incluso puede hacerte heridas, pero con él, además de sentirte mejor, irradias seguridad y energía. A veces son inestables y pueden hacernos perder el equilibrio, pero su elegancia y gracia nos compensa. Por eso, frente a la babucha, casi todas terminamos eligiendo el tacón de aguja. 
Publicado en Las Provincias el 9/5/2014

viernes, 2 de mayo de 2014

SOSPECHOSA

“Un hombre que después de los 40 años todavía lee novelas, es sospechoso”. La frase es de Josep Pla y me la repetía de vez en cuando un antiguo novio, voraz lector de sesudos ensayos escritos por señores reflexivos que solo publican libros que superan las mil páginas. Yo le miraba horrorizada mientras apuraba los últimos capítulos de mi novela y le aseguraba que nunca iba a dejar de visitar ese género maravilloso mientras él seguía enfrascado en un tocho sobre cierta batalla de la II Guerra Mundial.  Aún me queda algo de tiempo para alcanzar la edad a la que se refería Pla, pero hago repaso mental por mis lecturas de los últimos meses y solo encuentro un exceso de realidad: la autobiografía de Gay Talese; una recopilación de las mejores columnas de Julio Camba; las crónicas que escribió Chaves Nogales sobre la ocupación del territorio marroquí de Ifni para el diario Ahora y un detallado ensayo sobre la historia del denominado Nuevo Periodismo. 



Todos ellos muy recomendables, por cierto. Pero me pongo nerviosa al constatar que llevo medio año sin leer una novela. Quizás sea culpa de la dosis semanal de las series que ocupan mis noches o puede que las noticias que genera este país, que llegan a superar cualquier disparatada historia de ciencia ficción (véase el reciente intento de secuestro de un ex presidente a otro ex presidente del Valencia), hacen que se colmen mis ansias de ficción. Aun así, debo poner remedio a esta ausencia de fábulas y me voy a la feria del libro donde me agencio dos novelones, “En la orilla”, del valenciano Rafael Chirbes y “Limonov” de Emmanuel Carrère, además de un cómic al que le tenía muchas ganas. Con el permiso de Pla y el de mi ex, me vuelvo a sumergir en la fantasía, aun con el riesgo de parecer sospechosa



Publicado en Las Provincias el 2/05/2014