No
es lo mismo ver una representación de Rigoletto en el auditorio de tu pueblo
que en la Scala de Milán, tampoco se disfruta igual un partido de fútbol en un
campo de Tercera Regional que en el Camp Nou y aunque en el bar de la esquina
hagan unas clóchinas de muerte, el mismo plato de moluscos sabe mejor en un
restaurante con encanto. No es garantía de nada, pero los lugares que envuelven
las vivencias son importantes. En Valencia, desde principios de año, tenemos un
nuevo espacio de ocio en el que el éxito está casi asegurado. Responde al
nombre de La Rambleta y aconsejo a quien no lo haya visitado que se pase por
allí para constatar que se pueden hacer las cosas bien. Reconozcamos que en
materia cultural, aunque algo hemos avanzado, esta urbe todavía destila cierto
provincianismo y escasean las propuestas atractivas. Este centro, con su
arquitectura singular y su ubicación alejada del centro, parece querer llenar
ese hueco.
El
controvertido binomio de propiedad pública, pero gestión privada parece
funcionar en este cubo de siete plantas que acoge salas polivalentes para
conciertos, teatro, exposiciones, presentaciones, cursos y saraos nocturnos. He
estado tres veces en los últimos meses y puedo afirmar que la acústica de la
sala principal es espectacular. Pero además de un bonito esqueleto, la oferta
que ofrece está acorde con su infraestructura. El alma de este espacio son las
propuestas culturales por las que ha apostado, arriesgadas y alternativas sin caer
en el elitismo. Por poner alguna pega, la marca de cerveza que sirven es de las
que menos me gusta y la barra se desborda en horas punta. Ahora que escasea el
pan, al menos que nos dejen el circo, pero que sea circo del bueno.
Publicado en Las Provincias el 30/11/2012