viernes, 30 de noviembre de 2012

LA RAMBLETA


No es lo mismo ver una representación de Rigoletto en el auditorio de tu pueblo que en la Scala de Milán, tampoco se disfruta igual un partido de fútbol en un campo de Tercera Regional que en el Camp Nou y aunque en el bar de la esquina hagan unas clóchinas de muerte, el mismo plato de moluscos sabe mejor en un restaurante con encanto. No es garantía de nada, pero los lugares que envuelven las vivencias son importantes. En Valencia, desde principios de año, tenemos un nuevo espacio de ocio en el que el éxito está casi asegurado.  Responde al nombre de La Rambleta y aconsejo a quien no lo haya visitado que se pase por allí para constatar que se pueden hacer las cosas bien. Reconozcamos que en materia cultural, aunque algo hemos avanzado, esta urbe todavía destila cierto provincianismo y escasean las propuestas atractivas. Este centro, con su arquitectura singular y su ubicación alejada del centro, parece querer llenar ese hueco.



El controvertido binomio de propiedad pública, pero gestión privada parece funcionar en este cubo de siete plantas que acoge salas polivalentes para conciertos, teatro, exposiciones, presentaciones, cursos y saraos nocturnos. He estado tres veces en los últimos meses y puedo afirmar que la acústica de la sala principal es espectacular. Pero además de un bonito esqueleto, la oferta que ofrece está acorde con su infraestructura. El alma de este espacio son las propuestas culturales por las que ha apostado, arriesgadas y alternativas sin caer en el elitismo. Por poner alguna pega, la marca de cerveza que sirven es de las que menos me gusta y la barra se desborda en horas punta. Ahora que escasea el pan, al menos que nos dejen el circo, pero que sea circo del bueno. 



Publicado en Las Provincias el 30/11/2012

viernes, 23 de noviembre de 2012

RADIOGRAFÍA DE UN HIPSTER


  

Primero fueron los mods y los beats, más tarde los hippies, luego los punkis, a los que sucedieron rockers, heavys, yuppies, grunges, indies y emos.  Ahora, la tribu de moda son los hipsters.  Es fácil reconocerlos. Los hipsters masculinos se identifican por una barba desaliñada de varios meses, a lo Bin Laden, gafas de pasta con toque retro, y pelo despeinado, con flequillo hacia adelante, a poder ser que les tape media cara. Si eres calvo, no puedes ser hipster. Ellas suelen ser menos reconocibles, aunque también comparten gusto por las gafas de vista de carey tamaño XL, corte de pelo casual pero moderno y labios rojos.  Su medio natural son los conciertos, los festivales de música y cualquier fiesta o evento alternativos.  Entre sus filas abundan los diseñadores, bloggers, artistas o disc jockeys a tiempo parcial.





El hipsterismo se caracteriza aparentemente por un estilo de vida alejado de las corrientes predominantes, aunque la mayoría son fieles seguidores de Apple y el  iPad se ha convertido en su segunda piel. Tienen una activa vida digital. Los podrás encontrar en Twitter, Instagram y Tumblr. Son consumidores de cultura alternativa y conocen al dedillo las últimas tendencias. Ven cine independiente, aman a Wes Anderson, y son fans de las series de moda como MadMen o The Big Band Theory. Se desplazan en bicicleta y muchos de ellos son vegetarianos, veganos o macrobióticos. Pasan de la política aunque participaron en el movimiento del 15-M, del que salieron desencantados.  Reniegan de pertenecer a una tribu, pero precisamente por esa misma obsesión han acabado perteneciendo a lo que más odian,  una moda pasajera. Como todas. 


Publicado en Las Provincias el 23/11/2012

viernes, 16 de noviembre de 2012

QUIERO SER AMA DE CASA


Celebrábamos el 35 cumpleaños de mi amiga María. De las catorce mujeres que éramos, sólo una de ellas y yo no tenemos hijos. En estos encuentros, aunque las recién estrenadas madres intenten lo contrario, la conversación siempre acaba derivando hacia su nueva condición de progenitoras. Estaba sentada entre dos amigas, dos buenas profesionales del derecho y el diseño gráfico, que en la actualidad se encuentran terminando su baja por maternidad. En un momento de la noche, una de ellas comentó lo a gusto que se sentía dedicando su tiempo a su pequeña y a su hogar. “Ser ama de casa mola. Eso que nos vendieron nuestras madres de que dedicarte a la casa era muy duro es mentira. Yo no quiero volver a trabajar” decía con total convicción. Mi otra amiga lo reafirmó. “Por primera vez en mi vida estoy totalmente relajada. Me encanta ser ama de casa y no pienso volver al trabajo si no es estrictamente necesario”.  Yo no daba crédito.



Tantos años de lucha feminista por la igualdad y los derechos de la mujer, reducidos a la simple aspiración de convertirse en la pluscuamperfecta Bree Van de Camp de Mujeres Desesperadas. Entiendo que mis amigas quieren disfrutar de sus hijos en esta etapa y comprendo, por lo que cuentan, lo cansado que debe resultar trabajar ocho horas en la oficina y ocuparte de un bebé el resto de tiempo. Pero ¿Y la independencia? (la económica y la vital) ¿Y el hecho de que tu mente no quede atrofiada después de pasarte todo el día viendo Pocoyó?  En fin, cada una se siente realizada de una forma, pero espero que la decisión de mis amigas de dedicarse a sus labores sea cosa de la enajenación maternal transitoria. Ay, si Clara Campoamor levantara la cabeza... 



Publicado en Las Provincias el 16/11/12

viernes, 9 de noviembre de 2012

YONQUI DE LOS TAPONES


Los que dormimos con tapones para los oídos,  conocemos de sobra la dependencia que generan y lo indispensables que llegan a ser. La amiga que me introdujo en esta costumbre durante unas Fallas en las que no pegué ojo, tiene en su casa dos botes de 500 tapones cada uno. Harta de peregrinar por las farmacias en busca de su marca favorita, contactó con el distribuidor y terminó comprando al por mayor. Incluso después de levantarse, se olvida que los lleva y pueden pasar dos o tres horas hasta que vuelve al mundanal ruido.

Esta es la mejor  marca de tapones según mi amiga. Los has probado todos. 


Esta misma amiga se ha enamorado recientemente. Me contaba, con profundas ojeras pero con ese brillo en la mirada que provoca la pasión inicial, que le daba vergüenza confesarle a su nuevo ligue el hábito que practica antes de acostarse. Sobre todo, porque después de unas cuantas puestas, los tapones adquieren un colorcillo mostoso no demasiado agradable a la vista. Cada vez que pasan la noche juntos, además de las horas que le roban al sueño explorando la nueva geografía corporal, mi amiga se queda prácticamente sin dormir. A él por lo visto le pasa lo mismo, pero ella lo atribuye a la agitación amatoria. El otro día me la volví a encontrar. Tenía mucha mejor cara. Le pregunté si ya había solucionado su pequeño problema y me contó aliviada que sí, y que además su compañero no solo comparte con ella su hábito auditivo dese hace años, sino que además duerme con antifaz.   De ahí la vigilia que también padecía y que tampoco se atrevía a revelar.  Los principios de las relaciones son siempre excitantes,  palpitantes y electrizantes, pero cuando se pasa a la segunda fase, qué bien sienta la confianza que te permite ponerte el  pijama con agujeros y dormir a pierna suelta. 


Audrey Hepburn también dormía con tapones y antifaz en "Desayuno con diamantes" y seguía teniendo glamour. 

Publicado en Las Provincias el 09/11/2012


viernes, 2 de noviembre de 2012

NO ME LO CREO


Leo una noticia publicada estos días acerca de las profesiones que reportan más felicidad en nuestro país. Al parecer, veterinarios, médicos, arquitectos y peluqueros encabezan el ranking de profesionales más satisfechos. Pienso en amigos o allegados que detentan estas profesiones para evaluar si se ajustan o no a la encuesta.  Todos los médicos, arquitectos y algún veterinario que conozco están en el paro, tienen un contrato basura, están a punto de perder su empleo o han emigrado. Decididamente no encajan en esa supuesta felicidad. Me pregunto qué lugar de la lista nos corresponde a los periodistas y cuál es mi sorpresa al leer que ocupamos el quinto puesto en alegría laboral. No me lo creo.   



Me voy a la fuente para asegurarme de que la encuesta no se elaboró hace cuatro años, antes de que comenzara la crisis, y mi asombro va en aumento al confirmar que los datos corresponden a 2012. Sigo sin creérmelo. Imposible que hayan respondido que se sienten satisfechos los miles de periodistas cuyo puesto pende ahora mismo de un ERE, los que están cobrando una miseria o los que han tenido que reciclarse en otras labores alejadas de esta profesión, tan maravillosa como ingrata. Quizá los periodistas que contestaron a la encuesta fueron Matías Prats, Gemma Nierga y Sara Cabornero. Cerrando la lista, con las profesiones menos felices están los economistas. Eso sí que me lo creo. Tantos años de estudios para acabar dándose cuenta de que les han tomado el pelo y que es todo una mentira. Echo de menos a los políticos. No aparecen en esta clasificación del buenrollismo. ¿Será que no quieren restregarnos su elevado nivel de felicidad o es que ni si siquiera se les considera una profesión? 


Publicado en Las Provincias el 02/11/2012