lunes, 20 de septiembre de 2010

Camino de Santiago- The end is the beginning


Decidimos recuperar las mochilas para nuestra última etapa. Había que entrar en Santiago como auténticos peregrinos. Nos levantamos a las 5’30 y nos pusimos en marcha. Durante los últimos 20 kilómetros del Camino, uno suele experimentar una mezcla de sentimientos curiosa.

Tienes la moral alta porque estás a punto de conseguirlo, quieres absorber todo lo que tienes a tu alrededor, exprimir lo poco que te queda, pero por otra parte, la pena por lo que dejas atrás empieza a asomar. Te cruzas con familias enteras, abuelos, grupos de jóvenes, o parejas que has estado viendo durante todo el recorrido. Con muchos de ellos has hablado, te han ido contando sus vidas. Historias cotidianas, sencillas, trozos de vidas corrientes que te han ido acompañando todo el viaje y que permanecerán mucho tiempo en nuestra memoria. Lo mejor del Camino, sin duda,  es la gente con la que te cruzas y con la que acabarás compartiendo unos días mágicos.



En ese tramo final, también ves el efecto físico que el Camino ha causado en muchos de los peregrinos. Nosotras sólo llevábamos cinco días andando pero muchos llevan diez días, dos semanas o incluso meses.  Había gente que apenas podía andar por el intenso dolor de las rozaduras en los pies, otros llevaban las rodillas, los tobillos o los ligamentos reventados. El voltarén y el réflex (las drogas más comunes del viaje) ya no hacen efecto y ves muchas caras de auténtico sufrimiento.

Sufrimiento que desaparece en cuanto ves las indicaciones del Monto do Gozo, a 5 kilómetros de nuestro destino. Al pie de la colina esperamos a toda la pandilla para poder divisar todos juntos Santiago. Tengo que decir que el monte en cuestión me decepcionó bastante. Coronando el lugar hay un monolito horroroso, la vista de Santiago no es nada del otro mundo y la Catedral la tapan unos cipreses, que hombre, no hace falta que los talen, pero al menos que los trasplanten. De todas formas, el momento es chulo.

Entramos en Santiago y para celebrarlo paramos a tomar unas birras,  ya con las emociones a flor de piel. Continuamos y entramos en el casco antiguo, donde ya se veían cada vez más cerca las torres de la catedral. Y por fin, llegamos, entre millones de turistas y cientos de peregrinos a la Plaza do Obradoiro. Fuimos al centro de la plaza, nos abrazamos, gritamos, y lloramos.  Dejamos las mochilas en el suelo, estuvimos un buen rato contemplando la imponente imagen que teníamos delante y saboreando nuestro triunfo. Lo habíamos logrado. Dejábamos atrás más de cien kilómetros y muchas más experiencias difíciles de borrar.





El resto del viaje,  se puede resumir en pocas líneas.  Comida reconstituyente, vuelta por la ciudad, medio kilo de percebes, mucho albariño y luego los recuerdos empiezan a  desvanecerse, pero hubo juerga con todos nuestros amigos hasta el amanecer. Al día siguiente, por supuesto, resaca monumental, multa en el coche, tres horitas de cola para recoger la Compostela (os recomiendo que si n os mueven motivos religiosos, no vale la pena la espera) y cenita de despedida con mucha mucha pena.

El balance no pudo haber sido mejor. Nunca pensé que un viaje de este tipo pudiera llegar a ser tan divertido y tan enriquecedor al mismo tiempo. Estoy segura de que repetiré, y ojalá pueda vivirlo de nuevo al lado de mis nuevos amigos.

¡¡¡¡Asesinos del Camino, os echo de menos!!!!!

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