lunes, 13 de septiembre de 2010

Camino de Santiago (Capítulo 5)



Debido a mi habitual torpeza, comencé la cuarta etapa coja. No a causa de las ampollas ni del dolor insoportable de tendones o ligamentos, sino porque durante la noche me levanté para ir al baño y la escalerilla de la litera me atacó. Concretamente fue a por mi pie izquierdo, contra la uña del dedo índice que se quedó muy dolorida. Hasta pensé que me había roto el dedo. Afortunadamente todo quedó en un daño colateral que a las dos horas desapareció.

De nuevo decidimos enviar las mochilas en el “mochitaxi” (había que sufrir, pero sólo lo justo y necesario) y salimos parte de la pandi a buen paso, con los ánimos altos porque ya sólo quedaban dos días de peregrinaje y además ese día solamente había que hacer 20 kilómetros. Pan comido si lo comparábamos con la etapa del día anterior. 


 Esa mañana pasé mucho mucho frío, hasta el punto de que me separé del grupo durante un buen rato para andar deprisa y poder entrar en calor. Ese día el Camino parecía una carrera de velocidad. La mayoría de los peregrinos, nuestros amigos incluidos,  no había reservado en el albergue de destino y debido a la escasez de camas en Pedrouzo, la gente tenía que llegar pronto para ponerse a la cola. Aún así, los últimos kilómetros nos descojonamos de lo lindo, haciéndole una oda al mojón, imaginando cómo molaría que la cabalgata del orgullo gay pasara por el Camino y con otras historias absurdas que no creo que nadie entienda.  También batimos nuestro propio record. Llegamos al pueblo a las 11’00 de la mañana. Una auténtica hazaña para nosotras.  Tres de nuestros amigos habían llegado dos horas antes.



Y como dice el refrán que al que madruga, Dios le ayuda, al final todos consiguieron su plaza en el albergue, y nosotras nos cambiamos para estar con ellos y les cedimos nuestros sitios a otros dos nuevos amigos de Madrid y Carlet. Tuve un pequeño percance la hora de la ducha, porque sin darme cuenta, me metí en el baño de los hombres y cuando a punto estaba de quitarme toda la ropa y meterme bajo el agua en una de esas duchas tipo cárcel, entró mi amigo Alfredo dispuesto a hacer lo propio.  Al pobre le eché del baño diciéndole que se había equivocado. Ejem. Enseguida me di cuenta del error. 



Comimos en un italiano, nos medio bufamos con crema de orujo y nos fuimos a descansar. La siesta que inicialmente iba a durar media hora se alargó casi hasta las tres horas. Después de dar una mini vuelta por el mini pueblo y tomar algo para no acostarnos con el estómago vacío, nos dirigimos al albergue a ver el partido de España contra ¿Méjico? No le presté demasiada atención, la verdad. Nos acostamos con la ilusión y los nervios que nos producía el pensar que al día siguiente entraríamos en Santiago.  

Ya sólo queda el capítulo final…

No hay comentarios:

Publicar un comentario