miércoles, 8 de septiembre de 2010

Camino de Santiago (Cuarta parte)

DIA 4. 3ª Etapa (Palas de Rei- Arzúa 30 km.)

Esta etapa es conocida popularmente como la “rompepiernas”. Es el tramo más duro y más largo de los que hicimos. 30 kilómetros de subidas y bajadas infernales con sorpresa al final. Ligeros de equipaje y con la legaña pegada, la pandilla al completo iniciamos el recorrido con el ánimo fuerte y las ampollas frescas. Unos más que otros.

Los distintos escenarios por los que pasamos son preciosos. Bosques frondosos donde seguro habitan las meigas y donde elucubramos lo fácil que sería esconder un cadáver, océanos de helechos misteriosos, praderas inmensas con vaquitas de todos los tamaños, y aldeas de tres o cuatro casas siempre de piedra en las que parece que el tiempo transcurra mucho más lento de lo que estamos acostumbrados. Como telón de fondo, una bruma que lo envuelve todo y que hará que hasta que salga el sol, tiritemos de frío. Y para romper lo idílico del momento, el olor. Un olor característico que acompaña el Camino en numerosos tramos y que ninguna guía del peregrino recoge. Aroma de caca de vaca, de cerdito, y de abono. Desagradable, sí, pero no podía ser todo tan perfecto. Además, acabas acostumbrándote.

Una nueva alegría nos invadió al llegar a la mitad del recorrido. Melide, 15 kilómetros después nos esperaba con los tentáculos abiertos. No hace falta hablar de las bondades del pulpo gallego. Cocido en su punto exacto, con la sal, el aceite y el pimentón perfectos y encima a mitad de premio de lo que lo encuentras en el resto de España. Una delicia, de la que acabaríamos un poco hartos. Pero en ese momento, después de tres horas y pico andando, los dos platazos de pulpo y las birras tamaño XL nos sentaron de maravilla. Teníamos que coger todas las fuerzas necesarias para lo que nos esperaba. Aunque en ese momento, aún no lo sabíamos.


Continuamos nuestro camino entre risas, bromas y con banda sonora de José Luis Perales (parece mentira, pero hay gente inteligente que aprecia su música y sus letras…). Al cabo de un rato, algunos del grupo empiezan a adelantar el ritmo. Ya no hablamos tanto, el sol empieza a apretar, quedan aún 10 kilómetros… Poco a poco, nos vamos dispersando. Al final quedamos, mi amiga y yo. Me duelen mucho los pies y los mojones (que aunque suene fatal su nombre, son los indicadores de piedra que te dicen cuantos kilómetros quedan) parece que están cada vez más lejos. ¿Todavía 8 kilómetros? ¡Eso, para nosotras son dos horas más andando! Agotadas, paramos a refrescarnos con otra cerveza, pero ni siquiera eso nos anima.

Estamos al lado, eso dicen, pero no llegamos nunca. Nuestros amigos nos llaman por teléfono, acaban de llegar, pero en lugar de darnos ánimos, nos avisan de que en el último tramo se querían morir. Lo comprobamos en nuestras propias carnes. Una subida considerable da paso a otra subida de mayor longitud y cuando crees que ya lo tienes hecho, oh, sorpresa, otra subida te espera para darte la bienvenida a Arzúa. Además, el albergue está a tomar. Mis pies ya no son pies, son una especie de muñones que me arden. Cada paso cuesta, pero lo conseguimos.



Cuando por fin divisamos el albergue, tengo ganas de llorar pero me contengo. Después de darme una de las mejores duchas de mi vida y comer un plato tan típico gallego como es la hamburguesa, nos damos una siesta reparadora que nos hace olvidarnos de todo. Por la tarde, toca cervecear en la plaza del pueblo. La mesa es cada vez más grande, y las cervezas también.

Hemos pasado el ecuador de nuestro Camino. Estamos cansadas, pero felices.

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