Fracasar posee, en nuestro país, uno
tintes peyorativos que no tiene en otras latitudes. En Estados Unidos, la
nación en la que puedes caer y levantarte mil veces si de verdad tienes
talento, el fracaso adquiere otro significado. Haber montado tu propia empresa
en el pasado, independientemente del éxito que cosechara, es valorado muy
positivamente por las grandes compañías en busca de los mejores candidatos. Cualquiera
de los cerebritos que pueblan Silicon Valley cuenta en su curriculum con una o
varias empresas frustradas. Se supone que la lección extraída del propio
fracaso supera al máster más prestigioso de Harvard. En Finlandia, desde hace
unos años, celebran por estas fechas el “Day for failure’, el día del fracaso,
un evento en el que se comparten los errores cometidos a la hora de poner en
marcha un proyecto para que otros puedan conocerlos y minimizar riesgos ante
futuras iniciativas.
Yo no me imagino a los españoles celebrando
tal efeméride. No veo a Díaz Ferrán con gesto constreñido explicando ante un
auditorio cómo hizo quebrar varias de sus empresas, tampoco a Rubalcaba analizando
en detalle el descalabro de su partido en las elecciones europeas, ni a Rodrigo
Rato desgranando las causas y consecuencias de su paso por Bankia o
arrepintiéndose por las preferentes. Aquí, en lugar del día del fracaso, podríamos
montar una versión cañí y declarar oficialmente el día nacional del imputado.
Jornada de puertas abiertas para visitar a los (escasos) condenados en las
cárceles españolas, talleres donde los protagonistas enseñen a malversar,
defraudar o blanquear capitales con total impunidad y como colofón, un desfile de
alcaldes, concejales y diputados seguido de un castillo de fuegos artificiales.
La masiva participación estaría asegurada.
Publicado en Las Provincias el 10/10/2014
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