La historia es la de siempre.
Llegan las navidades. Los niños llevan tiempo dando la vara con que les compren
un perro, “el del anuncio, papi”. Finalmente, los progenitores ceden. Las dos
primeras semanas, están como locos, lo pasean, lo cepillan y juegan con él, pero
al mes, hay otro nuevo estímulo que acapara su atención. El patinete, la
bicicleta o el quad sustituyen al animal, que pasa a ser responsabilidad de
unos “adultos” que nunca lo desearon. Llegan las vacaciones y con ellas, el gran
dilema. ¿Qué hacer con el chucho? Se
barajan varias opciones, pero al final se opta por la más fácil. De madrugada, conducen hasta las
inmediaciones de un centro de acogida y abandonan al animal, con la conciencia
tranquila porque creen que alguien lo encontrará y lo llevará a la perrera. A
la misma en la que viven 400 perros hacinados que han corrido su misma mala
suerte.
Se calcula que cada año se
abandonan en España 150.000 animales de compañía. 150.000 bestias desalmadas
que deciden que su mascota ya ha cumplido su función: la de vigilar, cazar o
entretener. Son ese tipo de personas que robarían a un mendigo, venderían a su
padre, traicionarían a su hermano y se la pegarían a su mujer con su mejor
amiga. Hacerse cargo de un perro es tan gratificante como duro. Te proporcionan
una felicidad pura y un cariño absoluto que no es comparable a nada. A cambio,
cuestan tiempo, dinero, a veces algún disgusto y muchas horas de aspiradora.
Antes de comprar (o mejor adoptar) un perro, hay que tener claro que harán con él
cuando llegue el verano. Si no pueden colocarlo con amigos o familiares, busquen
una residencia. Y si no pueden desembolsar 150 euros por 15 días, entonces mejor
cómprense un tamagochi y dejen a los seres vivos para la gente responsable.
Publicado en Las Provincias el 1/8/2014
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