viernes, 28 de marzo de 2014

COSTUMBRES DE OTRA ÉPOCA

Hace unos días, estaba en casa de una amiga cuando me dijo que pusiese algo de música. Me acerqué hasta su ordenador, pero ella me señaló una estantería repleta de CDs. Revisé su colección discográfica como el entomólogo que inspecciona un insecto que creía extinguido y puse el disco seleccionado con mucho cuidado, como si estuviera manipulando una reliquia. Pensé en todas esas cosas cotidianas que forman o han formado parte de nuestra vida y que poco a poco van desapareciendo, esencialmente a causa de los avances tecnológicos. Como las cabinas de teléfono o las fotos en papel o los indispensables diccionarios que descansan en la librería junto a la polvorienta enciclopedia que espera su trágico destino.  También las cartas escritas a mano, las postales de colores desteñidos o los pañuelos de tela, que mi padre siempre utilizó.


Hay objetos, costumbres, palabras e incluso personas que a pesar de seguir manteniéndose hoy, pertenecen al pasado. Mi abuela Lola llevaba siempre consigo un pequeño transistor en el que escuchaba la radio las 24 horas del día. Se levantaba con las voces de los locutores y se acostaba escuchando a los tertulianos. Todos los días antes de comer tenía la costumbre de prepararse un vaso con mucho hielo y tres dedos de whisky, que acompañaba con sus cigarrillos Sombra. Cuando se enfadaba por algo, soltaba un “rediez” que nos hacía mucha gracia. Había en todo ello algo extemporáneo. Costumbres que formaron parte de una época, la suya, que siguió practicando a pesar de ser anacrónicas. Quizás la época de mi generación, esa en la que cada generación queda estancada, ya ha pasado. Y nosotros, que nos creímos tan modernos, acabemos hablándoles a nuestros hijos del VHS o de los recreativos mientras piensan “menudos carrozas”. 

Publicado en Las Provincias el 28/03/2014

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