viernes, 7 de marzo de 2014

CONTRADICCIONES


Abro la despensa y solo encuentro algas deshidratadas, sopa instantánea de miso, semillas de sésamo, un sustitutivo edulcorante que no endulza... No reconozco mi alacena. ¿Qué ha pasado con el choricito que me trajeron de Salamanca y con las sardinillas en aceite que siempre me sacan de un apuro? Soy yo la única culpable. Fui yo la que la semana pasada, poseída por el espíritu de la alimentación sana y ecológica, me dirigí a una de esas tiendas bio a proveerme de víveres. Pero esta semana, mi yo habitual, el que no perdona la cervecita antes de la cena, reniega de ese arrebato saludable. En su lugar, mi yo deportista vuelve a adueñarse de mi cuerpo, ese yo que asoma cada lunes y que jura por lo más sagrado que saldrá a correr al menos tres días a la semana. Pero antes del miércoles, mi yo atlético se evapora sin dejar rastro. Entonces surge otro yo, el de la perfecta ama de casa que tiene su hogar reluciente y limpio como una patena, pero después de tres horas limpiando, se desintegra hasta quedar reducido a un recuerdo lejano.

En este punto hay muchas posibilidades de que me invada mi yo intelectual. Entonces empiezo a ver películas coreanas, a leer ‘En Busca del tiempo Perdido’ y a escuchar la Misa nº 2 en sol mayor de Schubert, pero me doy cuenta de que no puedo luchar contra mis gustos y empieza a emerger un yo más terrenal, mi yo jardinero, el que cada temporada planta verduras en su terraza con el mismo catastrófico resultado, tomates apolillados y lechugas marchitas. En tales ocasiones intento contrarrestarlo con un yo frívolo y superficial que apuesta por evadirse yéndose de compras, pero me resulta tan aburrido que vuelvo enseguida a intentar recuperar mi yo de siempre, el contradictorio, el múltiple, el del chorizo de Salamanca. 


Publicado en Las Provincias el 7/3/14

 

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