viernes, 21 de marzo de 2014

CINCO AÑOS DESPUÉS

Hace cinco años también salimos huyendo del estruendo fallero. Algunas amigas y sus novios nos juntamos en la casita que mis padres tienen al lado del mar. Pasamos un gran fin de semana haciendo todas esas cosas que se hacen en pandilla, comer y beber en exceso y disfrutar de interminables tertulias que comenzaban al sol del mediodía y acababan de madrugada junto a la chimenea. Mecidos por los efluvios etílicos, convertimos la cocina en una pista de baile y nos hicimos amigos de todos los autóctonos que cerraron junto a nosotros el pub del pueblo. Un lustro después, esta semana conseguimos acoplar agendas y evocar aquellos días, solo que esta vez con refuerzos. Los novios se habían convertido en maridos y sus consecuencias directas correteaban por mi jardín armados con espadas, pelotas y muñecas.



En solo cinco años, los cambios son más que patentes. No solo los coches utilitarios de mis amigos han sido sustituidos por otros familiares, la mayoría de nosotros cambiamos de trabajo, de piso e incluso alguna reemplazó a su pareja de entonces. La ligereza de equipaje de aquella época, una mochila con cuatro trapos y muchas ganas de jolgorio, dio paso a maleteros repletos de utensilios para bebés y con ellos llegaron miedos desconocidos y nuevas responsabilidades, que sin embargo se afrontan con entusiasmo. El lugar sagrado que ocupaba la música hace cinco años ha sido desplazado por las voces aflautadas de los personajes de dibujos animados que hipnotizan a los chiquillos y la botella de ginebra que me llevé ha vuelto a casa intacta. No hemos trasnochado, pero a cambio nos hemos preparado unos desayunos que serían la envidia de cualquier hotel de lujo. Y lo más importante, cinco años después, la complicidad y las risas también se han mantenido intactas. 



Publicado en Las Provincias el 21/03/2014

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