viernes, 3 de enero de 2014

LITERATURA DIGITAL

Dudé hasta el último momento. “¿Y sí le regalo unos zapatos o un bolso?” Mientras, mi mente inventaba excusas tontas para convencerme de que no debía comprarlo. “Es caro,  no va a saber utilizarlo, se quedará olvidado en un cajón…” Finalmente, después de mantener un pulso con mi conciencia, me dirigí  vacilante hacia la tienda y me puse a observarlos con recelo. “Qué feos son” pensé. A pesar de conocer de antemano las características técnicas de cada uno de ellos, le pregunté a uno de los dependientes. En el fondo, esperaba que dijese algo que no me gustase para alejarme de allí. Pobre ingenua. Cuando pagaba en la caja comprendí que la batalla entre tradición y modernidad, entre lo de siempre y lo último, entre el espíritu romántico y el pragmático se decanta claramente hacia ese futuro desalmado que nos proporciona la tecnología.  




Se lo dimos el día de Nochebuena y a pesar de todos mis temores, a mi madre le encantó su primer libro electrónico. Abrí la caja para inspeccionarlo de cerca, sosteniéndolo con cierta grima, como si me fuese a contagiar alguna epidemia.  Lo encendí sintiendo que traicionaba una relación de 30 años y tras leer las instrucciones, le expliqué a mi madre su funcionamiento. Entre las dos compramos el primer libro. Tres euros por una novela histórica que en papel cuesta algo más de 20 euros. Pensé en el dinero ahorrado y en la de árboles que habíamos salvado, pero enseguida eché de menos el sonido de las hojas al pasar, el olor de la tinta, el peso del libro, la emoción que te ofrece la portada y la información que proporciona la contraportada. Al menos sé que mi madre lo utilizará correctamente y comprará la lectura que le interese, sin participar de ese pirateo constante que podría acabar con el universo literario.  

Publicado en Las Provincias el 03/01/2014

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