Después
de consultar el catálogo en el que se anuncia “una gran selección de productos
exclusivos”, mi amiga decide meter en su cesta a un hipster barbudo al que
le gustan los gatos, a un rockero de ojos verdes amante de la cocina y a un
poeta bohemio con rastas rubias. Ahora solo queda esperar a que los artículos
“adquiridos” se pongan en contacto con ella, cosa que sucede prácticamente ipso
facto y tras examinarlos vía Internet, quedar con el que más le guste. En esta
web solo existe una premisa, son las mujeres las que eligen mientras los
hombres permanecen pasivos y esperan ansiosos a que alguna fémina se fije en
ellos y los añada al carrito de la compra. Entro en esta nueva red social de
contactos para comprobar de primera mano cómo es tratar como ganado a los del
sexo contrario y que ellos permanezcan tan contentos.
Al
comentarlo con un compañero de trabajo, airado y ofendido por lo denigrante del
asunto, me reprocha qué diríamos nosotras si la situación fuese al revés y la
web ofertase damas en lugar de caballeros. No hace falta ponerse en el
supuesto. Es lo que hemos sufrido las mujeres a lo largo de unos cuantos
siglos. Esclavas, sirvientas, mujeres florero, señoritas sumisas, esposas
obedientes, madres entregadas e hijas dóciles que viven por y para los demás…
Solo hay que asomarse a la ventana de la Historia y ver que lo de decidir lo
hemos tenido vetado hasta hace cuatro días. Que una mujer pueda entrar en
un web y elegir al tío o a los tíos con los que quiere ligar es una gilipollez
y ni nos va a hacer avanzar en la igualdad ni tiene ninguna intención de
ultraje hacia el género masculino. Solo es adobar el cortejo con un poco de
humor y quizás, por un instante, percibir esa erótica del poder que tanto
parece embriagar a los hombres.
Publicado en Las Provincias el 08/11/2013
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