En un
plazo de quince días, me quedo sin dos grandes amigas. Ambas se marchan para
buscar, no ya un futuro mejor, sino ese presente que se les niega en este país
en ruinas. Como les pasa a muchas, demasiadas, personas de mi generación, se
ven forzadas a exiliarse expulsadas por esta crisis que no hace distinciones.
Con este éxodo de jóvenes todos perdemos. Ellos los primeros, quedándose con la
incertidumbre de qué será de sus vidas y una sensación de derrota difícil de
aplacar, perdemos los que estamos a su alrededor porque hay ausencias
imposibles de rellenar y pierde esta España ingrata al desperdiciar talento,
ganas y esfuerzo además de un importante inversión en formación que se lleva el
país que los acoja.
Dentro
de dos semanas me quedo un poco más huérfana, pues los amigos te abrigan el
alma de idéntica forma que lo hace la propia familia. Los vínculos de verdadera
amistad no se deterioran con los kilómetros ni las fronteras, pero el tener
lejos a tu gente te hace ser un poco más gris. A partir de ahora sustituiremos
esas cañas de entre semana aliñadas con conversaciones infinitas que te
llenaban de energía por una fría charla a través de Skype; las confidencias que
nos hacíamos a cualquier hora, se reducirán a breves frases en el Whatsapp;
pasaremos los momentos de desánimo sin apoyo y cuando tengamos algo que
celebrar, siempre faltarán ellas para que la alegría sea completa. Los fines de
semana serán más aburridos y cogeremos las vacaciones con menos ansias. Aunque
la distancia sea un problema, ningún Canal de la Mancha ni ninguna hora de
diferencia hará que nos olvidemos de los que nos une. La crisis nos ha quitado
el trabajo, los pisos, la ilusión y los sueños. Ahora nos expropia a la gente
que queremos. ¿Qué será lo próximo?
Publicado en Las Provincias el 18/10/2013
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