Después
de mi lugar de trabajo y de mi casa, el tercer espacio donde paso más tiempo es
el jardín que tengo cerca de mi hogar. A tres paseos diarios multiplicados por
7 días, calculo que mi perro hiperactivo y yo pasamos allí al menos unas 14
horas semanales. Llevo casi tres años disfrutando del parque y puedo constatar
que, como recogía Las Provincias esta semana, los Jardines de Viveros están
sufriendo un deterioro que se agrava a la par que lo hace la crisis. A las
latas de cerveza y los restos de basura que algunos guarros dejan olvidadas, se
une el estado del césped, cuya longitud alcanzaba mi rodilla a la vuelta de
verano. Después de que los servicios de mantenimiento podasen esa jungla en la
que se había convertido el suelo, me encontré que también había desaparecido
uno de esos pequeños placeres por los que todavía no nos hacen pagar.
Descalzarse
cuando todavía hace bueno y caminar por el césped recién cortado con ese aroma
tan característico es una de esas cosas que todo el mundo debería hacer de vez
en cuando. Pero, quizá debido al ERE en el que están inmersos los
jardineros, tras cortar el césped esta vez, no recogieron los restos de hierba
en el suelo, con lo que la agradable sensación que te recorría tras la poda ha
desaparecido, convirtiendo el terreno es una blandengue y triste manto de
plantas muertas. Como yo también he formado parte de un ERE y sé lo que
es ir a trabajar sin cobrar o que te recorten el sueldo por las buenas,
entiendo la indolencia de los trabajadores. Ojalá se arregle pronto su
situación para que los niños puedan corretear a gusto, las parejas de
enamorados se revuelquen sin sentir asco, los abuelitos sigan tomando el sol
tranquilos y los vecinos podamos volver a disfrutar de esplendor en la hierba
de entonces.
Publicado el 27/09/2013 en Las Provincias
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