Existen
lugares que ya sólo podré ver en imágenes y vivirlos en los recuerdos de la
gente que estuvo allí. Sitios que ya no existen debido sobre todo al factor
humano, o mejor dicho inhumano, que es cruel y vengativo a partes iguales, pero
también a causa de la fuerza de la naturaleza, que es brutal y caprichosa. Ya
no podré ver el perfil de Nueva York desde la azotea de las Torres Gemelas, ni
contemplar los gigantescos Budas de Afganistán que los talibanes destruyeron en
nombre de la religión. Las playas devastadas por el terremoto y posterior
tsunami en el Índico, ya se han recompuesto, pero aun así siento que es urgente
visitar los lugares antes de que modifiquen parcial o totalmente su fisionomía.
Escucho apenada la noticia de que el Gobierno ha extraditado a los cooperantes
de los campamentos saharuis de Tinduf ante el riesgo inminente de secuestro por
parte de grupos terroristas. Otro lugar que ya no será fácil de visitar.
En
este caso no necesitaré que nadie me lo cuente. Hace años tuve la inmensa
suerte de compartir una de las experiencias más enriquecedoras de mi vida al
lado de una familia saharaui que no solo nos ofreció techo y comida, sino que
también nos abrió su alma de par en par. Si ahora también tachamos ese punto
del mapa, este pueblo quedará relegado, todavía más, al abandono. Veinte
cooperantes ya han anunciado que volverán al Sáhara. Ante la noticia, tengo el
corazón partido. Entiendo que tal y como está nuestro país, el gobierno no esté
para pagar rescates, pero también sé que si se marchan, con ellos desaparecerá
lo último que les queda, los testigos y las voces que claman contra la
injusticia. Así que, sólo puedo añadir: ole sus huevos.
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