domingo, 10 de julio de 2011

Las cosas inútiles de la vida

Siempre me ocurre lo mismo por estas fechas. Algún spot televisivo me recuerda que en pocos días termina el plazo de presentación de la declaración de la renta. Lo dejo para el último momento, me estreso, llamo a un ex novio abogado que me suele ayudar en este trance, rebusco entre mis papeles y si consigo encontrarlo todo, se los acerco para ver si todavía llego a tiempo. Este año, por suerte o desgracia, el Estado considera que mis ingresos del pasado ejercicio son tan insignificantes que ni siquiera he de presentarlos. Me libro de lo que considero un trámite absolutamente medieval y obsoleto. Casi preferiría que siguiera existiendo el diezmo antes de realizar el engorroso proceso de comunicarle a Hacienda lo poco que tengo.
Cada vez que recibo el borrador se me queda cara de idiota. Intento descifrar los incomprensibles datos que me brindan los papeles sin entender una palabra. No sé si se me sale a pagar o a devolver, aunque siempre es lo primero. Cada año me hago la misma pregunta. En pleno siglo XXI y teniendo como tienen controlada toda nuestra vida ¿De verdad la Administración Pública no tiene registrado cuánto he ganado, qué he comprado, si tengo una casa a mi nombre o si mi marido está forrado? No me importa pagar mis impuestos, pero al menos que hagan ellos el esfuerzo de averiguar lo que les parezca y no recaiga en mí una gestión para la que no estoy preparada. Si aún así siguen empeñados en que los ciudadanos perdamos el tiempo con este tipo de asuntos, deberían impartir en los colegios una asignatura en la que te enseñen a lidiar con las cosas inútiles de la vida por las que vas a tener que pasar de adulto. Que no son pocas.
Publicado el 10-11-2010 en Las Provincias

No hay comentarios:

Publicar un comentario