domingo, 10 de julio de 2011

INSOMNIO, NERVIOS, TABACO Y CAFEÍNA

El mes de junio no existe para un importante porcentaje de la población. Esos días en que las horas de luz se estiran y las temperaturas empiezan a escocer son puro trámite para cualquier estudiante que se precie. Un periodo de jornadas maratonianas frente a los apuntes y los libros que se suceden monótonas y repetitivas y que desembocan en dos vertientes antagónicas. El cielo o el infierno. A aquellos que hayan cumplido con sus obligaciones les espera el paraíso en forma de un largo verano en el que derrochar toda la energía acumulada a lo largo del curso. Por el contrario, para muchos otros, junio se convierte en la antesala de lo que será julio y agosto. Dos meses de tinieblas en los que la única brisa que disfrutarán es la del aire acondicionado de la biblioteca. Entonces maldecirán las horas invertidas en la cafetería, las interminables partidas de póquer y las noches de juerga con sabor Erasmus.

Para mí, durante años, junio solo significaba noches de insomnio, nervios, tabaco y cafeína en altas dosis. Una mezcla agridulce de angustia e ilusión por lo que se avecinaba. Nueve años después de dejar la facultad, hoy vuelvo a revivir esa sensación, pero con un componente nuevo que no había calculado. Ya no tengo ni el aguante físico ni la capacidad de concentración de entonces. Además, en esa época no existía Facebook, ni Youtube ni Twitter y no era tan fácil distraerse con chorradas. Los profesores deberían tener eso en cuenta a la hora de evaluar. El poder de abstracción que provocan las redes sociales es directamente proporcional a las horas de sueño que voy a perder en el sprint final para conseguir mi título. Hay cosas que nunca cambian.
Publicado el 24-6-2011 en Las Provincias.

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