viernes, 30 de diciembre de 2016

LA VIDA QUE RECUERDAS




Toca hacer balance. Hacer el recuento de lo bueno y malo, que cantaba Mecano en la Puerta del Sol. Repasar mentalmente lo que ha sido el año para darse cuenta de lo afortunada que eres. Detenerse unos minutos en medio del ajetreo constante en el que vivimos y hacer suya esa frase de García Márquez: “La vida no es la que uno vivió, sino la que recuerda y cómo la recuerda”. Yo de este año recuerdo los viajes, el fuego de la chimenea desde una cama inmensa en Almagro, la sensación que tuve en aquellas casitas en Mallorca de que todavía quedan rincones salvajes, las risas perpetuas de mis amigas en Formentera, los paseos por los canales de Copenhague, la puesta de sol en el puente de Brooklyn, ese restaurante de Bilbao… He visto al menos ocho series de las que me quedo con dos (Happy Valley y The night of); he descubierto a una escritora sublime, Natalia Ginzburg (gracias, Carmen) y he saboreado los maravillosos cuentos de Fernando León de Aranoa, que escribe tan bien como rueda.

Me he disfrazado de Leia; he roto un ordenador, seis veces la pantalla de mi móvil y una la de la tablet (con la inestimable ayuda de mi hijo); he celebrado un lustro al lado de mi chico, he ido mucho en bici, he estrenado el cargo de tía y he cambiado de trabajo. En la parte mala de la balanza, una persona muy importante se fue sin avisar, alguien que te hacía la vida sencilla y del que me sigo acordando mucho. Eso fue el golpe más duro. Lo otro son cosas menores, no he conseguido sacar tiempo para ir al cine ni para hacer deporte. Pero lo he invertido en ver a mis amigas (aunque siempre me parece poco) y en explorar el mundo con los ojos de mi niño. Al 2017 solo le pido que sea, por lo menos, tan extraordinario como lo ha sido este. Ojalá que también lo sea para ustedes.

Publicado en Las Provincias el 30/12/2016

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