viernes, 16 de diciembre de 2016

DESOBEDIENCIA CANINA



Cuando mi perro y yo pisamos por primera vez el parque que tengo al lado de casa y vi la inmensa colonia canina que se concentraba cada tarde en una de sus esquinas, no entendí por qué el Ayuntamiento no habilitaba una zona acotada para que los animales corriesen a sus anchas y sus amos estuviesen tranquilos. Tampoco comprendí por qué los dueños de los perros no la exigían. Ahora, seis años después, lo entiendo todo. Quien conozca los Jardines de Viveros sabrá que el vértice más al noreste del parque es, por una de esas reglas no escritas, zona perruna. Allí los canes juegan sueltos bajo la mirada, normalmente responsable, de sus amos. Ya sé que está prohibido pasear a los perros sin correa. También dejar el coche en doble fila, pagar en negro a la señora de la limpieza o parte del piso que acabamos de comprar, descargarse películas o pescar en la playa sin autorización. Y todos, en mayor o menor medida, lo hacemos. Pero créanme, hay parque para todos y si a uno le molestan los perros puede moverse unos metros para disfrutar de los jardines sin la presencia animal.


Desde hace unas semanas, el Ayuntamiento ha vallado parte de la esquina perruna y ha hecho un espacio con bancos, agua y papeleras para que nuestras mascotas no tengan que infringir la ley. Debía ser una buena noticia, pero no. El problema es el tamaño de la zona canina. Ridículo si se compara con la cantidad de perros que cada tarde se reúnen. Si dividimos los metros por el número de perros (que a veces supera los 40), cada animal puede disfrutar de similar espacio al de un hámster en su jaula. El otro día probé a que Blues entrara. Dio una vuelta de reconocimiento, olisqueó el terreno y decidió salir a jugar con el resto de perros que como él han optado por la desobediencia canina.

Publicado en Las Provincias el 16/12/2016

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