Adultescentes. De acuerdo que la palabra es espantosa, pero cumple su
función. Describir a una generación nacida entre 1971 y 1980 que
vive a medio camino entre las responsabilidades de un adulto y la
actitud de un veinteañero. Nos criamos pensando que nos íbamos a
comer el mundo, con nuestras carreras, nuestros idiomas y nuestros
máster, pero acabamos siendo mileuristas. Por lo menos hemos
desterrado el traje y las corbatas del mercado laboral. Trabajamos en
vaqueros y zapatillas sin que ello reste nada de nuestra valía.
Todavía nos casamos, aunque a veces el matrimonio dure tres meses.
Muchos andan angustiados con la hipoteca, pero cada vez es más
habitual elegir la libertad que te otorga un alquiler.
Somos
padres, pero continuamos emborrachándonos de vez en cuando. Ahora
volvemos antes a casa, temerosos de una resaca que ahora dura días y
nos obliga a seguir diciendo aquello de “Es la última vez que
bebo”. Los conciertos han sustituido a las discotecas. Viajamos por
el mundo sin reservas. Nos gusta dormir en hoteles bonitos, pero
también irnos de camping, compartir habitación en un albergue u
ocupar el sofá de algún desconocido. Todavía vamos al cine y
leemos en papel aunque sabemos bajarnos películas y nos gusta la
comodidad del libro electrónico. Tenemos claras nuestras ideas pero
no nuestro voto, que suele cambiar cada vez que hay elecciones.
Llevamos tatuajes y piercings y aún jugamos a videojuegos. A veces
sentimos que nos hemos quedado entre dos aguas. Entre nuestros
hermanos mayores, con una vida más convencional, más seria, más
sosa y esos que hoy se denominan millenials, jóvenes de 20 a 34 años
que prefieren compartir a poseer. Tenemos menos pelo y más barriga,
pero seguimos sin dejar que la sombra de Peter Pan desaparezca del
todo.
Publicado en Las Provincias el 13/05/2016
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