Entre todas aquellas actitudes
propias del género masculino provocadas por el exceso de testosterona, hay una
que se lleva la palma por lo irracional, lo inútil y lo absurda. Me refiero a
ese comportamiento chulesco y desafiante que un porcentaje muy alto de hombres adopta
mientras conduce. Ante cualquier provocación de un conductor agresivo, o ante
una maniobra equivocada, sea esta accidental o a propósito, la gran mayoría de
los hombres que conozco grita, se enfada, toca el claxon y lanza toda clase de
exabruptos acompañados por los aspavientos requeridos (meneo de cabeza,
abertura de brazos, mirada asesina y si la cosa aumenta de tono, peineta). Esto
suele ir unido a la clásica demostración para ver quien la tiene más larga que
se traduce en adelantamientos arriesgados, frenadas o pisada de embrague y
exceso de acercamiento con el coche con el que se tiene el conflicto.
Parece como si al montar en el automóvil,
emerjan las reminiscencias del troglodita que todo hombre lleva dentro. Ese que
hace que se nuble todo atisbo de entendimiento. Lo he comprobado con amigos, ex
parejas y compañeros de trabajo. Hasta el tipo más pacífico del universo, ese
que siempre huye del conflicto y nunca pone una mala cara, se convierte en un
sádico Mr. Hyde en cuanto se abrocha el cinturón de seguridad. El problema
radica en que nunca se sabe el nivel de salvajismo de la otra parte y cómo esta
reaccionará ante la afrenta. Conozco dos casos recientes que terminaron uno en
el hospital y otro directamente en la cárcel. Si además, amigos conductores, os
dierais cuenta de lo que nos repugna a las mujeres que vamos de copiloto esta
demostración de bravuconería y violencia gratuita, quizás os lo pensarais un
poco. Habrá que cambiar el dicho. Hombres al volante…
Publicado en Las Provincias el 7/8/2015
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