Hablar de comida es como hablar
de fútbol. Todos nos creemos con el derecho a opinar por el mero hecho de que
en este lado del planeta, la gran mayoría comemos al menos tres veces al día. Más
en estos tiempos que corren de sobreexposición catódica de cocineros rockstars, recetas con leones y
restaurantes nauseabundos. Pero les aseguro que no exagero al afirmar que en
los últimos diez días he tenido la desgracia de probar el peor sushi de la historia,
la porción de pizza más terrorífica del universo y la paella más mediocre de la
galaxia. Entono el mea culpa en
cuanto a la elección de los locales, especialmente en el caso de la pizza, una
de esas cafeterías del centro donde todo es ultracongelado, y en el del sushi,
que elegí a ciegas en un ataque de hambre de sábado noche. El de la paella me
lo recomendaron personas de las que me fiaba.
Es cierto que Valencia ha
mejorado sustancialmente en los últimos años en lo que a oferta y calidad
gastronómica se refiere y que hoy somos un referente gracias a nombres como
Dacosta, Camarena, Rodrigo, Patiño o Barella. Pero he de decir que no me
sorprendió que nuestra ciudad se quedara por segunda vez el año pasado sin ser
capital española de la gastronomía. Cuando
salgo a comer o cenar, no suelo quedar satisfecha la mayoría de las ocasiones,
sobre todo si elijo sitios informales con la intención de no gastar demasiado.
He comido en un área de servicio de Murcia o en un bareto al azar de Madrid mucho mejor que en muchos sitios de
Valencia, donde tomarte unas bravas decentes no es nada fácil. Lo bueno, tachar
de la lista estos tres últimos ejemplos de anti hostelería y concentrarme en
otros que seguro cumplirán mis expectativas. Como solía decir mi padre cuando no
le gustaba un restaurante, debut y despedida.
Publicado en Las Provincias el 26/06/2015
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