Tenía quince años cuando se
estrenó Toy Story. En plena ebullición adolescente, mis gustos cinéfilos se
inclinaban por otros derroteros entre los que no se incluían películas de
dibujos animados, que despreciaba por creer limitadas a un público infantil. No
apreciaría esta historia donde los juguetes cobran vida hasta que pasó el
tiempo y mis prejuicios contra los personajes animados desaparecieron. Eso fue
en 2002, una noche que hacía de canguro de mis primos en la que me obligaron a ver
Monstruos S.A. Quedé fascinada para siempre por ese cuento maravilloso donde el
mundo de los monstruos y el de los humanos convergen a través de Sulley, Mike y
la adorable Boo. Fue entonces cuando descubrí Pixar, el estudio de sueños responsable
de algunos de los mejores largometrajes de los últimos 20 años, que convertiría
a adultos, como yo, que no creímos poder emocionarnos con esas fábulas, en
devotos de cualquier producto de la factoría.
Sólo hay que ver los primeros siete minutos de Up para darte cuenta de que estás ante una de las más bellas
historias de amor que ha narrado nunca el cine. Y está el diligente robot de
Wall-e, la rata con sensibilidad gastronómica de Ratatouille, la jovial Dory de
Buscando a Nemo y así pasando por todos un elenco de personajes memorables.
Todo el trabajo que hay detrás de estos fascinantes relatos está expuesto desde
esta semana en la exposición “Pixar, 25 años de animación” que acoge la Ciudad
de las Artes y las Ciencias. Emociona ver piezas originales de algunas de las
películas, desde los primeros bocetos, pasando por storyboards o maquetas
tridimensionales de los protagonistas. Una
oportunidad que no deberían perderse si quieren recuperar por unas horas sensaciones
de la niñez que solo consigue rememorar la fantasía.
Publicado en Las Provincias el 5/06/2015
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