viernes, 20 de marzo de 2015

CHURROS O BUÑUELOS



Tengo un amigo húngaro que después de la cuarta cerveza, el tercer vino o el segundo gin-tonic, lanza su teoría acerca de la fragmentación de la naturaleza humana. Para él, el mundo se divide en dos. Los que sí y los que no, lo que van a algún sitio y los que no van a ninguna parte, los tolerantes y los intolerantes, clasificación esta última que considera esencial, definiéndose él mismo como un tolerante absoluto. Más allá de consideraciones etílico filosóficas, es cierto que la posición del hombre frente al mundo suele segmentarse en dos. Los que lo observan con la nostalgia del blanco y negro y los que lo perciben con el optimismo del  tecnicolor, los que eligen la brisa marina y los que optan por el aroma silvestre de la montaña, los hinchas del fútbol y los seguidores del baloncesto, los amantes de Mad Men y los defensores de Los Soprano. García Márquez o Vargas Llosa,  cañas o barro, churros o buñuelos, pechos sugerentes o trasero turgente, vino o cerveza, los Beatles o los Rolling.


Aunque estas posiciones se rellenen con matices, benditos matices en algunas ocasiones y desafortunados en otras, siempre se está más próximo a un extremo u otro. Leía hace poco una entrevista a una escritora española que se mostraba orgullosa de no haberse significado nunca hacia ningún lado de la política.  No me siento representada, decía. Como muchos de nosotros, imagino. No hace falta apoyar de forma explícita ningunas siglas para exponer tu postura ante ciertos asuntos. Desconfío de la gente opaca que no sabes hacia donde se dirige. En la vida, hay que mojarse y elegir, aunque luego uno se contradiga, como mi amigo húngaro que siempre acaba la noche defendiendo que dentro de su postura de tolerancia máxima lo único que no puede tolerar es la intolerancia.

Publicado en Las Provincias el 20/3/2015

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