viernes, 13 de marzo de 2015

PROHIBIDOS LOS PALOS



El Palacio de Versalles ya los ha prohibido y tanto el Pompidou como el Louvre lo están estudiando. París no es la única ciudad que ha comenzado a regular el uso de los palos para hacerse selfies con el móvil. En Washington han vetado su entrada en 19 museos, una decisión que ya adoptaron el MOMA y el Guggenheim de Nueva York, el Museo de Bellas Artes de Boston o el J. Paul Getty de Los Ángeles. Lo hacen para proteger las obras y de paso tratar de que ningún visitante le saque el ojo a otro mientras intenta inmortalizar su careto junto a la Gioconda. Me parece bien. Si ya es tedioso esperar a que el grupo de jubilados o estudiantes al completo posen ante la pintura o escultura de turno, el dichoso palo solo hace que multiplicar el tiempo de exposición que te impide contemplar el trabajo de los artistas con tranquilidad.


El palito se ha convertido en complemento imprescindible de turistas y extensión indispensable en cualquier tipo de fiesta. La moda de los selfies con la que cada día inundamos las redes sociales ya son buena muestra del exceso de exhibicionismo de nuestros cada vez mayores egos,  pero través del palo, damos todavía más rienda suelta a nuestro narcisismo. Los portadores del palo lucen el gadgetobrazo de su vanidad plasmando su vida en imágenes, normalmente de mala calidad,  que les reafirman en la certeza de que si no hay documento gráfico que lo certifique, es que ese momento no ha existido, o al menos no ha sido relevante. El palo, además, perjudica las relaciones sociales. Si les gusta viajar, sabrán que una de las formas más fáciles de entablar conversación con otro viajero es pedirle que nos haga una foto. En un mundo lleno de palos, estamos abocados a olvidar que el objeto de nuestro retrato no deberíamos ser nosotros sino lo que nos rodea. 

Publicado en Las Provincias el 13/03/2015

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